NOCTURNOS
Porque te admiro, por dentro y por fuera, te amo
Me enamoran mujeres que poseen lo que a mí me falta: talento, inteligencia, clase, belleza. Y yo no quiero a medias. Lo deseo todo, porque también me vacío por dentro. Cuando amo, me quedo sin nada, porque estoy en otra persona. Nunca querré a una fémina que sea tan limitada como yo.
A la vida llegué con carencias. Durante el viaje por este camino hacia la nada que inicié hace demasiadas décadas, quizá ya excesivas, fui nutriéndome con los frutos que el árbol femenino me ofrecía. No siempre la ingesta de tales manjares la metabolizó mi alma. Hay mujeres con apariencia de manzana “Reineta”, que me llamaron la atención. Las vi en ese árbol del deseo, las arranqué y, cuando las mordí, en su interior habitaba un gusano feo, de esos que muerden el corazón de la manzana hasta convertirla en incomestible para el hombre hasta desmoronarse de la rama y acabar, pocha, en la tierra. También devoré frutas espléndidas, obras de arte por su estética, delicias en la boca, que me alimentaron el alma, que me alcanzaron hasta la última célula de mi cuerpo.
Yo no soy nada sin que me dé sombra una nube femenina, y que, de vez en cuando, descargue lluvia sobre mi esencia, me renueve, refresque mi vida, fertilice la tierra de mi alma. No sabría qué hacer sin amar a una dama. Sí sé cómo vivo cuando una mujer, bella por dentro, hermosa por fuera, me prohíbe arrancarla de su rama, comerla, saborearla, tragármela. Ahora solo me aprovecho de su sombra. Quizá algún día, cuando sea fruta madura, caiga sobre mi cuerpo para alimentarme en esta última etapa de mi camino hacia ninguna parte.
Eugenio-Jesús de Ávila
Me enamoran mujeres que poseen lo que a mí me falta: talento, inteligencia, clase, belleza. Y yo no quiero a medias. Lo deseo todo, porque también me vacío por dentro. Cuando amo, me quedo sin nada, porque estoy en otra persona. Nunca querré a una fémina que sea tan limitada como yo.
A la vida llegué con carencias. Durante el viaje por este camino hacia la nada que inicié hace demasiadas décadas, quizá ya excesivas, fui nutriéndome con los frutos que el árbol femenino me ofrecía. No siempre la ingesta de tales manjares la metabolizó mi alma. Hay mujeres con apariencia de manzana “Reineta”, que me llamaron la atención. Las vi en ese árbol del deseo, las arranqué y, cuando las mordí, en su interior habitaba un gusano feo, de esos que muerden el corazón de la manzana hasta convertirla en incomestible para el hombre hasta desmoronarse de la rama y acabar, pocha, en la tierra. También devoré frutas espléndidas, obras de arte por su estética, delicias en la boca, que me alimentaron el alma, que me alcanzaron hasta la última célula de mi cuerpo.
Yo no soy nada sin que me dé sombra una nube femenina, y que, de vez en cuando, descargue lluvia sobre mi esencia, me renueve, refresque mi vida, fertilice la tierra de mi alma. No sabría qué hacer sin amar a una dama. Sí sé cómo vivo cuando una mujer, bella por dentro, hermosa por fuera, me prohíbe arrancarla de su rama, comerla, saborearla, tragármela. Ahora solo me aprovecho de su sombra. Quizá algún día, cuando sea fruta madura, caiga sobre mi cuerpo para alimentarme en esta última etapa de mi camino hacia ninguna parte.
Eugenio-Jesús de Ávila

















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