He amado siempre a la misma mujer

Créeme: siempre amé a una misma mujer a través del tiempo, pero en diferentes cuerpos. La quise antes de conocerla. La forje en mi mente en los tempranos años de mi vida cuando el sexo aún se imponía al seso.

Dentro de mí, hallé ese deseo femenino que anhelaba se convirtiese en realidad. No se trataba de montar una muñeca ideal: no elegí un color de ojos determinado, pero si una manera de mirar, una forma de hablar con la mirada; tampoco un cuerpo estilizado, esbelto, fuerte, delgado; ni senos misteriosos ni poderosos, ni tan si quiera glúteos musculosos o modestos No. Equilibrio, proporción, armonía entre las formas, entre lo visible y lo oculto.

Pude amar a una dama trigueña y también a una hija de la luna. Exploré lienzos de estrellas y paños tostados. Me enamoré de una mujer gorrión y de una mujer cigüeña; de una señora diseñada por Rubens y de una señorita madura, flaca, cual modelo de Modigliani.

Solo poseían algo en común: su belleza. Placer estético causaba la hermosura de sus figuras, su manera de mover sus cuerpos. Divergían en todo: personalidades, caracteres, tonos de voz, orgullo, vanidad. Aún me pregunto, cuando ya tengo más pasado que futuro, por qué amé a féminas tan distintas si, como confesé, siempre he amado a la misma mujer, pero en distintos cuerpos. Solo hallo una respuesta: he sido varios yo a lo largo de mi vida. Mi carne se fue transformando. Pero me fui “re-almando” (perdón por el palabro). Sí, mi espíritu actual no es el mismo que ocupo mi materia en mi juventud ni en los años de hombre adulto. Mi concepto estético, pues, se ha transformado.

Solo sé que la dama de la que me enamoré ahora, en la cuesta abajo en la rodada de mi vida, también me habría prendado cuando gastaba cabello largo y barba medieval. Siempre he amado, pues, a la misma mujer. Y quise hacer de mi amor por ella, para ella y hacia ella una obra de arte. ¿Me explico?

Eugenio-Jesús de Ávila