NOCTURNOS
Ella es un exceso de mujer
Con más edad de la debida, conocí a una mujer enigmática. Me fascinó. Me preguntaréis: ¿Era tan hermosa? Y os contesto: Si, y es (no hablo en pasado) muy bella, pero con ser atributo principal para el hombre, lo que me deslumbró de esa dama fue su talento. Leía. Pensaba.
Sus lecturas pertenecen a seres con una sensibilidad especial. Yo diría que son poetas que leen, pero que no versifican. Tampoco lo necesitan. Mastican la literatura. La metabolizan. Y, de su digestión, extraen belleza, saber, amor. Me estaba enamorando de ella. Lo tenía todo como ya he confesado. Pero me dio miedo y, además, mi cuerpo se me empezó a quejar. Mis vísceras me pidieron que me detuviera, que las restaurase.
Tanto reflexionar sobre el amor y los negocios abrió una herida en mi interior. Mi sentido del ridículo me alejó de ese ser tan especial. Años atrás, cuando aún conservaba el orgullo de la juventud, la altivez del que siempre salió vencedor de combates eróticos, me habría colocado peto y espaldar para conquistar su alma.
Siempre hay que aspirar a fundirte con la dama más hermosa, sensible e inteligente. Ser menos tú para convertirte en más ella. Olvidarte de ti para recordarte en su epidermis de sirena. Y esa Dama del Solsticio, sin pretenderlo, sembró en la tierra yerma de mi alma una semilla mágica.
Sé que nunca me acogerá entre sus senos bizantinos, ni sus párpados acariciaran mis cejas. Ahora bien, escribo para confesarle que fue mi ucronía -nunca utopía- porque ella ocupa un espacio, posee una geometría y una geografía. Ella es un exceso. Yo, una excrecencia de energía
Eugenio-Jesús de Ávila
Con más edad de la debida, conocí a una mujer enigmática. Me fascinó. Me preguntaréis: ¿Era tan hermosa? Y os contesto: Si, y es (no hablo en pasado) muy bella, pero con ser atributo principal para el hombre, lo que me deslumbró de esa dama fue su talento. Leía. Pensaba.
Sus lecturas pertenecen a seres con una sensibilidad especial. Yo diría que son poetas que leen, pero que no versifican. Tampoco lo necesitan. Mastican la literatura. La metabolizan. Y, de su digestión, extraen belleza, saber, amor. Me estaba enamorando de ella. Lo tenía todo como ya he confesado. Pero me dio miedo y, además, mi cuerpo se me empezó a quejar. Mis vísceras me pidieron que me detuviera, que las restaurase.
Tanto reflexionar sobre el amor y los negocios abrió una herida en mi interior. Mi sentido del ridículo me alejó de ese ser tan especial. Años atrás, cuando aún conservaba el orgullo de la juventud, la altivez del que siempre salió vencedor de combates eróticos, me habría colocado peto y espaldar para conquistar su alma.
Siempre hay que aspirar a fundirte con la dama más hermosa, sensible e inteligente. Ser menos tú para convertirte en más ella. Olvidarte de ti para recordarte en su epidermis de sirena. Y esa Dama del Solsticio, sin pretenderlo, sembró en la tierra yerma de mi alma una semilla mágica.
Sé que nunca me acogerá entre sus senos bizantinos, ni sus párpados acariciaran mis cejas. Ahora bien, escribo para confesarle que fue mi ucronía -nunca utopía- porque ella ocupa un espacio, posee una geometría y una geografía. Ella es un exceso. Yo, una excrecencia de energía
Eugenio-Jesús de Ávila

















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