SEMANA SANTA 2021
Sinopsis del pregón de Waldo Santos de la Semana de Pasión de Zamora 1994
"El Día de Zamora" celebra el año del centenario del nacimiento del poeta zamorano con este extrato de su pregón, pronunciado en la ciudad de Valladolid en 1994
Presentamos un documento histórico a nuestros lectores: un pregón de la Semana Santa de Zamora, que, aunque no tuvo lugar en la propia Zamora, sino en Valladolid, es un texto inédito y desconocido de Waldo Santos, con el que queremos contribuir a la celebración del Centenario de su nacimiento en este 2021. Está extraído de una grabación e incompleto, porque habló también de la Semana Santa de los pueblos, pero es un testimonio con el que queremos rendir homenaje de justicia a Waldo.
(…)
Confieso que hacer un pregón de la Semana Santa de Zamora a estas alturas es dificilísimo. No es afán de justificación. La riqueza de contenido de una semana santa que dura casi diez días y no siete, y de una exuberancia de formas, de motivaciones, de profundidades, es asombrosa.
Cerca de dos milenios hace que vísperas del parasceve, moría en la cruz, entre dos ladrones, el gran Rebelde de la Historia. Silencio sepulcral sobre el monte Calvario. Momento trágico tras la lanzada del soldado a quien apodan Longinos. Terminaba con ello la semana más trágica de la historia. Piedra de escándalo para unos, y bandera mil veces falseada para otros. Entre dos alegrías: Ramos triunfales sobre la asna y con el coro de niños, de aquellos del “sino os hicierais como ellos, no entrareis en el Reino de los cielos”; y el otro domingo, de la alegría también: Resurrección.
Y la Historia y la Gran Marcha de la Humanidad a través de los tiempos siguió su ritmo lo mismo, es pena, entre los pueblos que caían del otro lado de la Cruz, que entre los de este lado de los que somos nosotros. Pero aquella semana quiere ser la “nuestra”: alegre remembranza. Fue así en el pensamiento de Pablo una sinfonía cósmica e inacabable. Y por voluntad del Verbo, en unidad mística y mistérica, dudosamente entendida y dudosamente insertada en los corazones de los que luego ha sido y son, así se nombran, sus discípulos.
Al Holocausto del ayer remoto y lejano sucede una representación con pretensiones de doble finalidad: la fundamental, catequética; y la más formal, o, diríamos la más externa, el espectáculo; tomando el espectáculo en el mejor sentido de la palabra. Y así ha sido con carácter multisecular en Zamora, hasta hoy, aquí; y este aquí, quiere decir “en esta misma ciudad”. Por ello este pregón a mi cargo, por fraterna disposición y porque los amigos siempre están, digo, a mandar, tendrá dentro de lo que cabe la brevedad posible; porque tenemos tal riqueza de manifestaciones que no caben en un acto como este. Sería obra de un equipo de entusiastas, para llevarlo a cabo, hacer un estudio ponderado, objetivo y profundo, con carácter definitivo, de una semana de diez días en Zamora.
(…)
Zamora se asienta en un roquedo como atalaya escrutadora de la llanura, mira al Duero, callado y paciente, sufrido de desmanes; lame las Peñas de Santa Marta, que se resquebrajan paulatinamente dolidas de los años, oidoras de silencios lustrales, de esperanzas desprotegidas, grito de cuchillo, luz afilada, agrio perfil del hombre (y eso que no escribieron), impuesta resonancia de ecos ascendentes desde el agua rumorosa, estoica frente al sufrimiento, archivo de olvidos inmerecidos y marginaciones injustas… demasiado callar a ritmo de barandales trágicos e irredentos.
Siendo ella así, en las profundidades hondas, arraiga demasiada paciencia y en exceso conformista. Si hubo un día lejano o por solo esa vez, a flor de rebeldía contra los poderosos, queda tan lejos como olvidado recuerdo de haber sido. Consecuentemente, arrastra un cierto conformismo de sus personajes, consolidado de adherencias.
Hospitalaria siempre, brazos abiertos; cuentan los foráneos que vinieron, que en ella estuvieron, que “en Zamora se entra llorando, y se sale llorando” también… de nostalgia y de pena, el segundo llanto. Es por eso que hay que verla e intentar conocer el íntimo sentido de estos días de la ciudad y sus gentes, pero sin ningún prejuicio, a pecho descubierto. Del pasado, como en un relicario sacral, pese a algunas pérdidas valiosas, lo más valedero de la tradición heredada nos queda; conciencia del paso del tiempo, se acopla al presente en renovada permanencia, y mira al futuro con pasos seguros, si bien lentos; cambio de formas, pero permanencia de valores sustanciales.
Pero hay una decena de días en cada año en la que Zamora se desborda de sí misma y, sin perder la intimidad, se extraviarte en una fiesta total, vivida a los máximos niveles. Durante esos días, casi una veintena de desfiles procesionales llenan los ámbitos de la ciudad en la fiesta por excelencia de Zamora. Fiesta total, sin figuras vacías de sentido. Ninguna. Todo cobra un aire de brote primaveral; las cosas todas tienen otra versión que va a saturar los abiertos ámbitos. Y, si es verdad que muchas veces valora lo ajeno y desprecia lo propio, no es menos cierto que la explosión de su Semana Santa, satura y da a la luz los valores más recónditos.
A partir del Domingo de Lázaro rompe por primera vez en el año la monotonía del toque el merlú, como una premonición y un aviso de la fiesta total que se avecina para actores y espectadores de la “gran semana”. Las cofradías han estado trabajando en silencio recóndito y recoleto la puesta en marcha durante todo el año, revisando los posibles fallos del pasado año, y dejando todo a punto para que el que discurre, este presente, tenga las menos sombras posibles. Labor callada, sin reyes ni roques: cada cual, en su puesto de responsabilidad, asumida como verdadera obligación, libremente contraída y sin afanes de saltar en la foto, como suele acontecer en otros aspectos. Solidaridad se llama eso: de la intimidad de cada cual, que es como nacen y valen las obligaciones, no las impuestas, sino las que se buscan de propósito.
La poesía tiene un lugar de honor; nos trae la alegría: de Ramos a la Resurrección pasando por el amor del jueves y la tragedia, con su catarsis, el viernes, día en que, a decir de los viejos abuelos, hasta los pájaros ayunaban.
Y esta poesía está en el corazón de tantos y tantas; es decir, hay tanto poeta en Zamora y tanta poetisa (me gusta llamarlas así por la ternura que implica la palabra), que, si se manifestaran públicamente las obras de los poetas, serían muchos los volúmenes, entre lo popular y lo culto, que habría que dar a la luz de la imprenta.
Y se me ocurre, señor presidente de la Junta, se me ocurre, que bien debiera establecerse un “Día de las Cofradías”, si no lo hubiera, y que se rindiera un homenaje por su entusiasmo y dedicación a la Semana Santa.
La música. Zamora es toda música en estos días de la Semana Santa. Esas marchas inolvidables, la marcha de Thalberg a la salida de San Juan, cuando apunta el “Cinco de Copas” … al alba del Viernes Santo. Amigo Aragón: en donde estés, sabe que te llevamos presente, y, que, si no estás con nosotros, será seguramente porque te tiene y te retiene, en otra esfera, Quien puede y manda. La música ha abierto siempre la puerta de la Semana Santa. Por todo lo alto, con rango de soberana hermosura, sin palabras; y la acompaña en todos los desfiles. Pero, en Zamora, el pueblo de Zamora, paradójicamente, solo canta el pueblo, la Salve… en la Plaza Mayor.
Quiero recordar, aquí, a contrapié a aquella Capilla de la Catedral en los cantos litúrgicos; cuando el gregoriano todavía… afortunadamente lo había puesto de moda aquella Capilla de la Catedral: los salmistas, hermanos Alonso; el sochantre de la voz inigualable, don Zaca, familiarmente; el bajo, don José, de quien tengo en la memoria que cuando emprendía un solo musical temblaba la joya de las joyas de la belleza soberana, la Cúpula de la Catedral; y don Miguel, el contralto, y Alfonso Luis García, Pepe Muñoz era un refuerzo… y unas manos milagreras, que acariciaban el armonio o el órgano de la Catedral con un milagro de unas manicas cortas, que no llegaban a una quinta, y no había modo de saber cómo daba las octavas.
Y como esto se va prolongando, voy a hablar, en pinceladas, de mis tres pasos preferidos. Y empezaré por la Verónica, esa mujer sin rostro… pero divino. Pasa como un meteoro, veloz y efímeramente por el relato bíblico; perdón, por el relato tradicional. No aparece; nadie sabe de dónde vino ni de dónde era; nadie sabe nada, sino el hecho de enjugar el rostro del Nazareno que van a crucificar… y eso basta. ¿Cómo un discípulo de Cristo, del Ungido? ¿Una curiosa espectadora que se encuentra con una injusticia? ¿O un ser humano simplemente que se duele y se conduele? Si eso no es solidaridad de la más pura, ¡que me aspen! Sale sola. (y la describí en un poema hace años).
El otro paso es el del escultor Mariano Benlliure: Redención. Con una imprecisión histórica, que valga la pena, que le salió maravillosamente bien: y es que Simón de Cirene no ayuda a Cristo a llevar la cruz -según el relato de los sinópticos-… sino que lleva la cruz de Cristo, él, porque Cristo estaba a punto de no poder llevar a la cruz; y los romanos… eran como eran. (en el poema que escribí para la Quinta Estación a lo mejor queda más claro).
Y el otro paso es el del Cristo del Amparo de Olivares. Olivares es uno de los barrios que acaricia el Duero, pero también lo anega cuando se desborda en las crecidas de la primavera, y lo dejaba hecho una zupia, con casas arroñadas y fango por todas las calles y plazas… Poblado de artesanos, ya tenían para ellos, lo mismo los pescadores y los ceramistas, los que trabajaban el barro, como Jehová, cuando usando el mismo material dio forma a nuestro padre Adán.
Como un joyel lo guarda la iglesia de San Claudio de Olivares. Era imagen de Cristo en la cruz, que parece como si voluntariamente se haya subido a ella para reposar; es un cristo muy común en la imaginería de esta tierra, que más o menos nos viera nacer. Llevan los cofrades capara alistana y se acompañan con la matraca durante toda la procesión… Y de un bombardino, que suena a trágico acontecimiento y se mete por los entresijos del alma hasta el cogollo de la afectividad. Mientras tanto la luna, casi en plenitud, camina baja la carpa del cielo iluminado. No fuera porque no puede.
(…)
Y bien… en la ciudad llega por fin la explosión de la alegría; una alegría que los cristianos deberían tener siempre. Hay una cosa que no he podido concebir nunca en mi interior: que un cristiano sea triste. (…) Zamora tiene como fiesta fundamental, la fiesta de Zamora, integral, total, hermosa, plena, de todo y de todos, es precisamente la Semana Santa…. ¡Y todavía se ven muchas caras cariacontecidas! (…) Pablo lo dijo claramente: Cristo resucitó. Si no hubiera resucitado, inútil sería nuestra fe. Pero ha resucitado, ¡Ha resucitado! ¡Alegría! ¿Por qué se canta el aleluya de la resurrección? La Semana Santa no tiene por qué ser triste, ni cosa que se le parezca. Ni aun recordando a tantos que nos faltan ya… Porque ya estarán donde tienen que estar… con toda seguridad.
Resurrección: la alegría de Ramos a la Resurrección. Todo ha cambiado; adiós a la tristeza compartida. Ha renacido la Esperanza: Cristo ha resucitado ¡Aleluya! (…) La fiesta toma otro cariz, adiós a los caperuces y las túnicas… pasó la hora de los penitentes y del dolor. No debería ya nunca haber lugar para la tristeza, aunque haya habido culpa. Se dijo desde el medievo, en el himno precioso: “Oh feliz culpa, que mereciste traer tal Redentor”. Entonces, ¿por qué la tristeza, y la pena? Al revés, la alegría, la esperanza, la esperanza segura.
Es ahora el pueblo, a cara descubierta, el que protagoniza el vuelo de la celebración. El recencio de la mañana es pura primavera exultante y la natura estalla en un arcoíris de paces y de suma belleza prometedora con cara de futuro. Hasta las varas de los hermanos cofrades han florecido en tomillos, violetas y romeros cargados de aromas de Valorio y Valderrey. Del recogimiento recoleto de tanto silencio cargado de profundidad a la clara densidad de la mañana. Hasta el Duero canta su canción en compañía de la flauta y el tamboril. Nos recibe la Plaza Mayor, repican las campanas a gloria. El signo del dolor que lleva la Virgen se trueca palmariamente en galas de felicidad. Es el último “encuentro” de la Madre, que, memoria permanente, durará hasta el Ramos del año que viene entre las gentes. Él, el no va más de la fiesta; todo se hace solidario y fraterno, paz donada pero buscada, perseguida y trabajada.
Cuando callen las escopetas y la alegría verde de las campanas, ¡el “dos y pingada” hermanos!
(…)
Que Waldo desde aquel 1994 hasta este 2021 nos llene el corazón de poesía en esta Semana Santa
Presentamos un documento histórico a nuestros lectores: un pregón de la Semana Santa de Zamora, que, aunque no tuvo lugar en la propia Zamora, sino en Valladolid, es un texto inédito y desconocido de Waldo Santos, con el que queremos contribuir a la celebración del Centenario de su nacimiento en este 2021. Está extraído de una grabación e incompleto, porque habló también de la Semana Santa de los pueblos, pero es un testimonio con el que queremos rendir homenaje de justicia a Waldo.
(…)
Confieso que hacer un pregón de la Semana Santa de Zamora a estas alturas es dificilísimo. No es afán de justificación. La riqueza de contenido de una semana santa que dura casi diez días y no siete, y de una exuberancia de formas, de motivaciones, de profundidades, es asombrosa.
Cerca de dos milenios hace que vísperas del parasceve, moría en la cruz, entre dos ladrones, el gran Rebelde de la Historia. Silencio sepulcral sobre el monte Calvario. Momento trágico tras la lanzada del soldado a quien apodan Longinos. Terminaba con ello la semana más trágica de la historia. Piedra de escándalo para unos, y bandera mil veces falseada para otros. Entre dos alegrías: Ramos triunfales sobre la asna y con el coro de niños, de aquellos del “sino os hicierais como ellos, no entrareis en el Reino de los cielos”; y el otro domingo, de la alegría también: Resurrección.
Y la Historia y la Gran Marcha de la Humanidad a través de los tiempos siguió su ritmo lo mismo, es pena, entre los pueblos que caían del otro lado de la Cruz, que entre los de este lado de los que somos nosotros. Pero aquella semana quiere ser la “nuestra”: alegre remembranza. Fue así en el pensamiento de Pablo una sinfonía cósmica e inacabable. Y por voluntad del Verbo, en unidad mística y mistérica, dudosamente entendida y dudosamente insertada en los corazones de los que luego ha sido y son, así se nombran, sus discípulos.
Al Holocausto del ayer remoto y lejano sucede una representación con pretensiones de doble finalidad: la fundamental, catequética; y la más formal, o, diríamos la más externa, el espectáculo; tomando el espectáculo en el mejor sentido de la palabra. Y así ha sido con carácter multisecular en Zamora, hasta hoy, aquí; y este aquí, quiere decir “en esta misma ciudad”. Por ello este pregón a mi cargo, por fraterna disposición y porque los amigos siempre están, digo, a mandar, tendrá dentro de lo que cabe la brevedad posible; porque tenemos tal riqueza de manifestaciones que no caben en un acto como este. Sería obra de un equipo de entusiastas, para llevarlo a cabo, hacer un estudio ponderado, objetivo y profundo, con carácter definitivo, de una semana de diez días en Zamora.
(…)
Zamora se asienta en un roquedo como atalaya escrutadora de la llanura, mira al Duero, callado y paciente, sufrido de desmanes; lame las Peñas de Santa Marta, que se resquebrajan paulatinamente dolidas de los años, oidoras de silencios lustrales, de esperanzas desprotegidas, grito de cuchillo, luz afilada, agrio perfil del hombre (y eso que no escribieron), impuesta resonancia de ecos ascendentes desde el agua rumorosa, estoica frente al sufrimiento, archivo de olvidos inmerecidos y marginaciones injustas… demasiado callar a ritmo de barandales trágicos e irredentos.
Siendo ella así, en las profundidades hondas, arraiga demasiada paciencia y en exceso conformista. Si hubo un día lejano o por solo esa vez, a flor de rebeldía contra los poderosos, queda tan lejos como olvidado recuerdo de haber sido. Consecuentemente, arrastra un cierto conformismo de sus personajes, consolidado de adherencias.
Hospitalaria siempre, brazos abiertos; cuentan los foráneos que vinieron, que en ella estuvieron, que “en Zamora se entra llorando, y se sale llorando” también… de nostalgia y de pena, el segundo llanto. Es por eso que hay que verla e intentar conocer el íntimo sentido de estos días de la ciudad y sus gentes, pero sin ningún prejuicio, a pecho descubierto. Del pasado, como en un relicario sacral, pese a algunas pérdidas valiosas, lo más valedero de la tradición heredada nos queda; conciencia del paso del tiempo, se acopla al presente en renovada permanencia, y mira al futuro con pasos seguros, si bien lentos; cambio de formas, pero permanencia de valores sustanciales.
Pero hay una decena de días en cada año en la que Zamora se desborda de sí misma y, sin perder la intimidad, se extraviarte en una fiesta total, vivida a los máximos niveles. Durante esos días, casi una veintena de desfiles procesionales llenan los ámbitos de la ciudad en la fiesta por excelencia de Zamora. Fiesta total, sin figuras vacías de sentido. Ninguna. Todo cobra un aire de brote primaveral; las cosas todas tienen otra versión que va a saturar los abiertos ámbitos. Y, si es verdad que muchas veces valora lo ajeno y desprecia lo propio, no es menos cierto que la explosión de su Semana Santa, satura y da a la luz los valores más recónditos.
A partir del Domingo de Lázaro rompe por primera vez en el año la monotonía del toque el merlú, como una premonición y un aviso de la fiesta total que se avecina para actores y espectadores de la “gran semana”. Las cofradías han estado trabajando en silencio recóndito y recoleto la puesta en marcha durante todo el año, revisando los posibles fallos del pasado año, y dejando todo a punto para que el que discurre, este presente, tenga las menos sombras posibles. Labor callada, sin reyes ni roques: cada cual, en su puesto de responsabilidad, asumida como verdadera obligación, libremente contraída y sin afanes de saltar en la foto, como suele acontecer en otros aspectos. Solidaridad se llama eso: de la intimidad de cada cual, que es como nacen y valen las obligaciones, no las impuestas, sino las que se buscan de propósito.
La poesía tiene un lugar de honor; nos trae la alegría: de Ramos a la Resurrección pasando por el amor del jueves y la tragedia, con su catarsis, el viernes, día en que, a decir de los viejos abuelos, hasta los pájaros ayunaban.
Y esta poesía está en el corazón de tantos y tantas; es decir, hay tanto poeta en Zamora y tanta poetisa (me gusta llamarlas así por la ternura que implica la palabra), que, si se manifestaran públicamente las obras de los poetas, serían muchos los volúmenes, entre lo popular y lo culto, que habría que dar a la luz de la imprenta.
Y se me ocurre, señor presidente de la Junta, se me ocurre, que bien debiera establecerse un “Día de las Cofradías”, si no lo hubiera, y que se rindiera un homenaje por su entusiasmo y dedicación a la Semana Santa.
La música. Zamora es toda música en estos días de la Semana Santa. Esas marchas inolvidables, la marcha de Thalberg a la salida de San Juan, cuando apunta el “Cinco de Copas” … al alba del Viernes Santo. Amigo Aragón: en donde estés, sabe que te llevamos presente, y, que, si no estás con nosotros, será seguramente porque te tiene y te retiene, en otra esfera, Quien puede y manda. La música ha abierto siempre la puerta de la Semana Santa. Por todo lo alto, con rango de soberana hermosura, sin palabras; y la acompaña en todos los desfiles. Pero, en Zamora, el pueblo de Zamora, paradójicamente, solo canta el pueblo, la Salve… en la Plaza Mayor.
Quiero recordar, aquí, a contrapié a aquella Capilla de la Catedral en los cantos litúrgicos; cuando el gregoriano todavía… afortunadamente lo había puesto de moda aquella Capilla de la Catedral: los salmistas, hermanos Alonso; el sochantre de la voz inigualable, don Zaca, familiarmente; el bajo, don José, de quien tengo en la memoria que cuando emprendía un solo musical temblaba la joya de las joyas de la belleza soberana, la Cúpula de la Catedral; y don Miguel, el contralto, y Alfonso Luis García, Pepe Muñoz era un refuerzo… y unas manos milagreras, que acariciaban el armonio o el órgano de la Catedral con un milagro de unas manicas cortas, que no llegaban a una quinta, y no había modo de saber cómo daba las octavas.
Y como esto se va prolongando, voy a hablar, en pinceladas, de mis tres pasos preferidos. Y empezaré por la Verónica, esa mujer sin rostro… pero divino. Pasa como un meteoro, veloz y efímeramente por el relato bíblico; perdón, por el relato tradicional. No aparece; nadie sabe de dónde vino ni de dónde era; nadie sabe nada, sino el hecho de enjugar el rostro del Nazareno que van a crucificar… y eso basta. ¿Cómo un discípulo de Cristo, del Ungido? ¿Una curiosa espectadora que se encuentra con una injusticia? ¿O un ser humano simplemente que se duele y se conduele? Si eso no es solidaridad de la más pura, ¡que me aspen! Sale sola. (y la describí en un poema hace años).
El otro paso es el del escultor Mariano Benlliure: Redención. Con una imprecisión histórica, que valga la pena, que le salió maravillosamente bien: y es que Simón de Cirene no ayuda a Cristo a llevar la cruz -según el relato de los sinópticos-… sino que lleva la cruz de Cristo, él, porque Cristo estaba a punto de no poder llevar a la cruz; y los romanos… eran como eran. (en el poema que escribí para la Quinta Estación a lo mejor queda más claro).
Y el otro paso es el del Cristo del Amparo de Olivares. Olivares es uno de los barrios que acaricia el Duero, pero también lo anega cuando se desborda en las crecidas de la primavera, y lo dejaba hecho una zupia, con casas arroñadas y fango por todas las calles y plazas… Poblado de artesanos, ya tenían para ellos, lo mismo los pescadores y los ceramistas, los que trabajaban el barro, como Jehová, cuando usando el mismo material dio forma a nuestro padre Adán.
Como un joyel lo guarda la iglesia de San Claudio de Olivares. Era imagen de Cristo en la cruz, que parece como si voluntariamente se haya subido a ella para reposar; es un cristo muy común en la imaginería de esta tierra, que más o menos nos viera nacer. Llevan los cofrades capara alistana y se acompañan con la matraca durante toda la procesión… Y de un bombardino, que suena a trágico acontecimiento y se mete por los entresijos del alma hasta el cogollo de la afectividad. Mientras tanto la luna, casi en plenitud, camina baja la carpa del cielo iluminado. No fuera porque no puede.
(…)
Y bien… en la ciudad llega por fin la explosión de la alegría; una alegría que los cristianos deberían tener siempre. Hay una cosa que no he podido concebir nunca en mi interior: que un cristiano sea triste. (…) Zamora tiene como fiesta fundamental, la fiesta de Zamora, integral, total, hermosa, plena, de todo y de todos, es precisamente la Semana Santa…. ¡Y todavía se ven muchas caras cariacontecidas! (…) Pablo lo dijo claramente: Cristo resucitó. Si no hubiera resucitado, inútil sería nuestra fe. Pero ha resucitado, ¡Ha resucitado! ¡Alegría! ¿Por qué se canta el aleluya de la resurrección? La Semana Santa no tiene por qué ser triste, ni cosa que se le parezca. Ni aun recordando a tantos que nos faltan ya… Porque ya estarán donde tienen que estar… con toda seguridad.
Resurrección: la alegría de Ramos a la Resurrección. Todo ha cambiado; adiós a la tristeza compartida. Ha renacido la Esperanza: Cristo ha resucitado ¡Aleluya! (…) La fiesta toma otro cariz, adiós a los caperuces y las túnicas… pasó la hora de los penitentes y del dolor. No debería ya nunca haber lugar para la tristeza, aunque haya habido culpa. Se dijo desde el medievo, en el himno precioso: “Oh feliz culpa, que mereciste traer tal Redentor”. Entonces, ¿por qué la tristeza, y la pena? Al revés, la alegría, la esperanza, la esperanza segura.
Es ahora el pueblo, a cara descubierta, el que protagoniza el vuelo de la celebración. El recencio de la mañana es pura primavera exultante y la natura estalla en un arcoíris de paces y de suma belleza prometedora con cara de futuro. Hasta las varas de los hermanos cofrades han florecido en tomillos, violetas y romeros cargados de aromas de Valorio y Valderrey. Del recogimiento recoleto de tanto silencio cargado de profundidad a la clara densidad de la mañana. Hasta el Duero canta su canción en compañía de la flauta y el tamboril. Nos recibe la Plaza Mayor, repican las campanas a gloria. El signo del dolor que lleva la Virgen se trueca palmariamente en galas de felicidad. Es el último “encuentro” de la Madre, que, memoria permanente, durará hasta el Ramos del año que viene entre las gentes. Él, el no va más de la fiesta; todo se hace solidario y fraterno, paz donada pero buscada, perseguida y trabajada.
Cuando callen las escopetas y la alegría verde de las campanas, ¡el “dos y pingada” hermanos!
(…)
Que Waldo desde aquel 1994 hasta este 2021 nos llene el corazón de poesía en esta Semana Santa


















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