NOCTURNOS
Mi Dulcinea del Duero
Carlota: te bautizaron con el nombre de aquella mujer que enamoró mortalmente al Werther, protagonista de la novela del gran Goethe, cuitas que condujeron al joven al suicidio, te estoy queriendo sin acariciarte, sin besarte, sin nada. Me estoy enamorando de ti con cuatro palabras, unas cuantas conversaciones y un par de gestos, porque intuyo un alma de polen dentro de un cuerpo sensual, lágrimas dulces, con sabor a flan de huevo, guardadas en el jardín de hierba y colmenas que son tus ojos.
Observo tus fotografías y mi imaginación se desborda: tus labios entre mis dientes, tus mejillas, carmesí, después de recogerlas con las yemas de mis dedos; tu mamola, rompeolas de mi lengua, entre la espuma de mi saliva.
Tú belleza provoca mi sexualidad, desborda mis deseos; el valle que se abre entre tus senos de madona italiana me invita a recorrerlo, de arriba abajo, de norte a sur, con mis uñas, para después hollar sus dos cumbres gemelas.
Si yo dormía en un lecho de abulia; si, sobre mi almohada descansa mi testa, ya vacía de sexo, anegado mi cerebro por micciones de nubes castradas, por anticiclones de pasiones perdidas, por qué te me apareciste como una virgen del hedonismo, como una vestal del talento, para despertarme a la vida del placer, del sexo inteligente, del gineceo con sabor a ambrosía.
Si yo no puedo amarte con la libertad de mi carne, si darme sin tenerte para diluirme en el Edén que protegen las dos columnas de tus piernas. Amar así, sin fin, sin derramarme en tu vientre, sin lloverte el ombligo, solo con sustantivos y verbos, ha disecado la epidermis de mi alma. Soy ya solo un espíritu seco que quiso saciar su sed en la fontana de tus entrañas
Eugenio-Jesús de Ávila
Carlota: te bautizaron con el nombre de aquella mujer que enamoró mortalmente al Werther, protagonista de la novela del gran Goethe, cuitas que condujeron al joven al suicidio, te estoy queriendo sin acariciarte, sin besarte, sin nada. Me estoy enamorando de ti con cuatro palabras, unas cuantas conversaciones y un par de gestos, porque intuyo un alma de polen dentro de un cuerpo sensual, lágrimas dulces, con sabor a flan de huevo, guardadas en el jardín de hierba y colmenas que son tus ojos.
Observo tus fotografías y mi imaginación se desborda: tus labios entre mis dientes, tus mejillas, carmesí, después de recogerlas con las yemas de mis dedos; tu mamola, rompeolas de mi lengua, entre la espuma de mi saliva.
Tú belleza provoca mi sexualidad, desborda mis deseos; el valle que se abre entre tus senos de madona italiana me invita a recorrerlo, de arriba abajo, de norte a sur, con mis uñas, para después hollar sus dos cumbres gemelas.
Si yo dormía en un lecho de abulia; si, sobre mi almohada descansa mi testa, ya vacía de sexo, anegado mi cerebro por micciones de nubes castradas, por anticiclones de pasiones perdidas, por qué te me apareciste como una virgen del hedonismo, como una vestal del talento, para despertarme a la vida del placer, del sexo inteligente, del gineceo con sabor a ambrosía.
Si yo no puedo amarte con la libertad de mi carne, si darme sin tenerte para diluirme en el Edén que protegen las dos columnas de tus piernas. Amar así, sin fin, sin derramarme en tu vientre, sin lloverte el ombligo, solo con sustantivos y verbos, ha disecado la epidermis de mi alma. Soy ya solo un espíritu seco que quiso saciar su sed en la fontana de tus entrañas
Eugenio-Jesús de Ávila

















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