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Eugenio de Ávila
Martes, 30 de Marzo de 2021
RECUERDOS DE LA PASIÓN

Vía Crucis, el Duero como sudario

[Img #51348]

 

Jesús, moreno, muy semita; Nazareno de San Frontis, barrio de izquierda ribereña del río Duero, sudario de agua para secar el sudor al Cristo que va camino del calvario. El río Duero se convierte, en la noche del Martes Santo, en una metáfora de Zamora y su sentimiento de Pasión.

 

Dicen que el Nazareno de San Frontis es un Cristo muy milagroso. ¿Superstición? Lo ignoro. Podría ser. Pero los que creen, los que tienen fe, le endosan sus éxitos al moreno Jesús de la margen izquierda del Duero, el río duradero.

 

La gran verdad es que no hay imagen en Zamora del Hijo de Dios que cruce tantas veces el Duero cuando llega la Pasión: el Jueves de Dolores ya busca la Catedral, acompañado de todo creyente que así lo desee; el Martes Santo regresa al barrio que fue de labradores, no sin antes bendecir las aguas del poético río que nace en el corazón de Castilla y va a morir, a inmolarse en el Atlántico.

 

Vía Crucis, cofradía que me devuelve a la infancia, cuando, siendo niño, preguntaba a mi madre, la noche del Martes Santo, por la tardanza de mi padre en llegar a casa y las razones de que no cenase con nosotros en la mesa familiar: “Eu, papá ha ido a acompañar al Nazareno de San Frontis”. Después, ya adolescente, fui uno de los pocos cientos de hermanos de esta cofradía, durante décadas, protagonista del Martes Santo, hasta que se fundó la de Las Siete Palabras. Sí, la cofradía, a finales de los sesenta y principios de los setenta, languidecía, víctima de la emigración de la gente del barrio y de los criterios obsoletos de sus dirigentes; después, otros zamoranos, amantes del Jesús ribereño, la transformaron: dejaron de salir de San Andrés y evitaron las calles comerciales y tan poco semanasanteras de Santa Clara y San Torcuato. Así, la Catedral volvió a ser el templo que daba vida al Vía Crucis y las rúas estrechas del casco antiguo el itinerario más hermoso para encontrarnos con el puente protogótico.

 

Además, el Vía Crucis creció en número de hermanos, merced a que otras cofradías, más emblemáticas, cerraron la entrada de nuevos miembros.

 

Que me perdonen los devotos y fieles de la Virgen de la Esperanza, pero creo que esa imagen de la Madre del Hijo del Hombre no pega con el Cristo que la precede ni con la noche negra zamorana. El color verde de su manto llama al alba, a la luz del sol y a la mañana del Jueves Santo. Dicho está y no tengo nada más que escribir sobre este particular.

 

Otra opinión más sobre este desfile procesional: quizá, la cofradía luzca más por las rúas del casco viejo, ahora limitadas por solares por doquier y, ante todo, cabalgando sobre el puente de piedra, sin duda; pero, si me preguntan cuándo alcanza su momento religioso más álgido, responderé que a lo largo de la avenida del Nazareno, la que discurre junto al brazo izquierdo del Duero. Ya hay menos gente y sabemos que el personal, quiérase o no, destruye el silencio, tan necesario para sentir una celebración religiosa en la intimidad del corazón. El Jesús del Vía Crucis, Cristo moreno, de verde luna, aguarda, como el olmo de Machado, otro milagro de la primavera en la ciudad del Romancero, la del río que se ha de cruzar buscando el descanso eterno, la memoria efímera entre los cipreses de San Atilano, que, tan acostumbrados a dar sombra a la muerte, se mueren de pie.

 

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