SEMANA SANTA 2021
Vía Crucis al Cristo del Amparo
El Cristo del Amparo se quedó en su humilde templo de Olivares, donde el río Duero le escucha durante todo el año. Algunas veces con el enfado en forma de riada y otras sonriendo, durante el estiaje del verano. Unas 30 hermanos de la Hermandad de Penitencia, con las capas sobre el alma, se acercaron a la sencilla iglesia ribereña para hablarle con un vía crucis. No hubo calles, ni rúas, ni plazas, ni nada; pero sí mucho sentimiento zamorano entre los sillares románicos.
El Duero calló, aunque alguien entendió que entonaba una húmeda plegaria, y escuchó como el hombre, efímero, a veces reza cuando lo exige el programa de la vida.
Ocaso católico en una tarde de Miércoles Santo en la ciudad del Romancero, en la Zamora eterna, doliente y olvidada. Esta Semana Santa me sabe a más cristiana que nunca, menos vanidosa y más apasionada. Un maldito virus nos ha devuelto la fe en Dios. Y el miserere sonó más profundo, doliente y lírico que nunca en el interior de San Claudio, como si lo cantara un coro de hijos del Duero.
Eugenio-Jesús de Ávila
El Cristo del Amparo se quedó en su humilde templo de Olivares, donde el río Duero le escucha durante todo el año. Algunas veces con el enfado en forma de riada y otras sonriendo, durante el estiaje del verano. Unas 30 hermanos de la Hermandad de Penitencia, con las capas sobre el alma, se acercaron a la sencilla iglesia ribereña para hablarle con un vía crucis. No hubo calles, ni rúas, ni plazas, ni nada; pero sí mucho sentimiento zamorano entre los sillares románicos.
El Duero calló, aunque alguien entendió que entonaba una húmeda plegaria, y escuchó como el hombre, efímero, a veces reza cuando lo exige el programa de la vida.
Ocaso católico en una tarde de Miércoles Santo en la ciudad del Romancero, en la Zamora eterna, doliente y olvidada. Esta Semana Santa me sabe a más cristiana que nunca, menos vanidosa y más apasionada. Un maldito virus nos ha devuelto la fe en Dios. Y el miserere sonó más profundo, doliente y lírico que nunca en el interior de San Claudio, como si lo cantara un coro de hijos del Duero.
Eugenio-Jesús de Ávila





















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