RECUERDOS DE LA SEMANA SANTA: YACENTE
Aún recuerdo la voz de Dionisio Alba
Han pasado más de 50 años desde que me convertí en hermano de la Penitente Hermandad del Jesús Yacente. Ha tiempo que no he vuelto a colocarme la túnica de estameña blanca y cubrir mi testa con caperuz en la noche del Jueves Santo. Pero, mientras viva, nunca olvidaré la voz de Dionisio Alba ordenando a cientos de hermanos para salir en procesión por las viejas y mordidas rúas de la ciudad del alma.
Juré amor eterno a una mujer delante de Ti, Jesús Yacente. Juré en vano. Nevaba. Era de noche. Un lunes de enero de un año que aún recuerdo. Entonces, también creía en ti; cuando era joven, cuando tenía futuro, creía en todo: en la bondad natural del Hombre, en el Amor, en los amigos, en un mundo mejor. Ahora, apenas creo en nada. Pero siempre me espera la memoria para ver volver a vivir. Y vivir es recordar la primera vez que me puse la túnica de estameña blanca, calcé mis pies de 14 años con humildes sandalias, tomé el largo caperuz blanco y partí para la iglesia de Santa María la Nueva. Allí, unos 400 hermanos, no más, esperábamos, nerviosos, después de haberle rezado a nuestro Yacente, hasta que Dionisio Alba nos ordenase, en el interior de la iglesia, para desembocar en la calle y ofrecer otro momento de cristianismo mágico por las viejas rúas de la Zamora.
El año 1970, creo recordar, fue el de mi debut como hermano penitente de la hermandad blanca de la medianoche zamorana. Fue, aquella procesión, un camino hacia el interior, hacía los adentros de un joven muy joven, educado en colegio de religiosos, que aún ignoraba lo qué era vivir, que la sociedad es una selva, con sus leones y gacelas; que la política se ha convertido en un paradigma de la mentira, del engaño, a la que acceden gente legal y también malandrines; que trabajar es un verbo que es necesario conjugar siempre, aunque el empresario te alquile por horas, te pague un sueldo de miseria y abuse de su poder, y que la propia Semana Santa ha derivado en un combate, nada cristiano, entre familias y egos, con figurones por doquier y una tradición que ha ido sepultando la fe religiosa.
Ya adulto, descubrí, a través de los hechos, la realidad de esa sociedad, del mundo laboral, de la religión, de la Pasión zamorana. Aún así gozaba con cada paso que daba junto al Yacente en la noche del Jueves Santo y emocionándome escuchando el Miserere, mientras dirigía mis ojos a la Luna y me preguntaba por el misterio de la vida, sin encontrar respuesta. Poco a poco, no sé por qué, me fui olvidando de mi amor por la Penitente Hermandad del Jesús Yacente, de mi depresión postsemanasantera, de casi todo. Ahora, solo los recuerdos me hacen sentir que hubo unos años en los que creía que era feliz, cuando mi memoria aún parece escuchar la voz de Alba en Sta. María la Nueva. No va más.
Eugenio-Jesús de Ávila
Han pasado más de 50 años desde que me convertí en hermano de la Penitente Hermandad del Jesús Yacente. Ha tiempo que no he vuelto a colocarme la túnica de estameña blanca y cubrir mi testa con caperuz en la noche del Jueves Santo. Pero, mientras viva, nunca olvidaré la voz de Dionisio Alba ordenando a cientos de hermanos para salir en procesión por las viejas y mordidas rúas de la ciudad del alma.
Juré amor eterno a una mujer delante de Ti, Jesús Yacente. Juré en vano. Nevaba. Era de noche. Un lunes de enero de un año que aún recuerdo. Entonces, también creía en ti; cuando era joven, cuando tenía futuro, creía en todo: en la bondad natural del Hombre, en el Amor, en los amigos, en un mundo mejor. Ahora, apenas creo en nada. Pero siempre me espera la memoria para ver volver a vivir. Y vivir es recordar la primera vez que me puse la túnica de estameña blanca, calcé mis pies de 14 años con humildes sandalias, tomé el largo caperuz blanco y partí para la iglesia de Santa María la Nueva. Allí, unos 400 hermanos, no más, esperábamos, nerviosos, después de haberle rezado a nuestro Yacente, hasta que Dionisio Alba nos ordenase, en el interior de la iglesia, para desembocar en la calle y ofrecer otro momento de cristianismo mágico por las viejas rúas de la Zamora.
El año 1970, creo recordar, fue el de mi debut como hermano penitente de la hermandad blanca de la medianoche zamorana. Fue, aquella procesión, un camino hacia el interior, hacía los adentros de un joven muy joven, educado en colegio de religiosos, que aún ignoraba lo qué era vivir, que la sociedad es una selva, con sus leones y gacelas; que la política se ha convertido en un paradigma de la mentira, del engaño, a la que acceden gente legal y también malandrines; que trabajar es un verbo que es necesario conjugar siempre, aunque el empresario te alquile por horas, te pague un sueldo de miseria y abuse de su poder, y que la propia Semana Santa ha derivado en un combate, nada cristiano, entre familias y egos, con figurones por doquier y una tradición que ha ido sepultando la fe religiosa.
Ya adulto, descubrí, a través de los hechos, la realidad de esa sociedad, del mundo laboral, de la religión, de la Pasión zamorana. Aún así gozaba con cada paso que daba junto al Yacente en la noche del Jueves Santo y emocionándome escuchando el Miserere, mientras dirigía mis ojos a la Luna y me preguntaba por el misterio de la vida, sin encontrar respuesta. Poco a poco, no sé por qué, me fui olvidando de mi amor por la Penitente Hermandad del Jesús Yacente, de mi depresión postsemanasantera, de casi todo. Ahora, solo los recuerdos me hacen sentir que hubo unos años en los que creía que era feliz, cuando mi memoria aún parece escuchar la voz de Alba en Sta. María la Nueva. No va más.
Eugenio-Jesús de Ávila
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