NOCTURNOS
Ni escribir ni hablar del amor
No volveré a escribir del amor y sus cuitas, de la pasión y sus locuras, del enamoramiento y sus circunstancias. Desde hoy, solo hablaré de amor con la mujer que me ame, me escuche y me acompañe en este tramo final del camino hacia parte alguna. ¡Tengo tantas páginas escritas sobre ese esquivo, caprichoso, voluble y turbulento protagonista de mi vida que es el amor que editaré un libro cuando sea menester, a no tardar, cuando mi cuerpo se deshilache y mi alma, vaho de Dios, ame en silencio!
Cuando se es joven, se vocea el amor, se presume de amar, se dice y se hace a la bruto, con mucha fuerza, con potencia animal, pero sin añadir sensibilidad, lirismo. Entonces se amaba con el cuerpo, pero sin dejar ni un pedacito de alma.
Aquello nunca fue amor, solo sexo con poco seso. Yo, en aquel tiempo, creí que amaba a Mercedes, Marta, Eva o Marisa. No. En absoluto. Las deseaba a todas y a otras tantas jovencitas preciosas, elegantes y voluptuosas. Con la madurez, percibes que no amaste, que solo buscabas en las féminas placer. Las cópulas nunca fueron versos que buscaban la rima en el Nirvana. Jamás delicadeza. Solo vulgar hedonismo.
Hay hombres, los conozco, comparto conversaciones, que todavía a esta edad nuestra, ya a punto de caducar el contenido del envase, que todavía piensan en la mujer como cuerpo para placer de la carne. Confieso que, salvo excepciones, me aburren los de mi género y me deleito con las féminas. Toda mujer tiene una obra de arte en su interior. Buonarroti veía en los bloques de mármol de Carrara su David y su Moisés. Yo adiviné en las mujeres que me enamoraron desde literatura hasta un óleo de Velázquez. Aprendí a amar a quién cobijaba, custodiaba, guardaba la excelencia entre su carne y su espíritu. Ahora, pongo punto final a mis reflexiones escritas sobre el amor. Adiós a la sintaxis enamorada, a las palabras como besos, a las oraciones como cópulas.
No volverás a leer ni una sola palabra más sobre el amor.
Eugenio-Jesús de Ávila
No volveré a escribir del amor y sus cuitas, de la pasión y sus locuras, del enamoramiento y sus circunstancias. Desde hoy, solo hablaré de amor con la mujer que me ame, me escuche y me acompañe en este tramo final del camino hacia parte alguna. ¡Tengo tantas páginas escritas sobre ese esquivo, caprichoso, voluble y turbulento protagonista de mi vida que es el amor que editaré un libro cuando sea menester, a no tardar, cuando mi cuerpo se deshilache y mi alma, vaho de Dios, ame en silencio!
Cuando se es joven, se vocea el amor, se presume de amar, se dice y se hace a la bruto, con mucha fuerza, con potencia animal, pero sin añadir sensibilidad, lirismo. Entonces se amaba con el cuerpo, pero sin dejar ni un pedacito de alma.
Aquello nunca fue amor, solo sexo con poco seso. Yo, en aquel tiempo, creí que amaba a Mercedes, Marta, Eva o Marisa. No. En absoluto. Las deseaba a todas y a otras tantas jovencitas preciosas, elegantes y voluptuosas. Con la madurez, percibes que no amaste, que solo buscabas en las féminas placer. Las cópulas nunca fueron versos que buscaban la rima en el Nirvana. Jamás delicadeza. Solo vulgar hedonismo.
Hay hombres, los conozco, comparto conversaciones, que todavía a esta edad nuestra, ya a punto de caducar el contenido del envase, que todavía piensan en la mujer como cuerpo para placer de la carne. Confieso que, salvo excepciones, me aburren los de mi género y me deleito con las féminas. Toda mujer tiene una obra de arte en su interior. Buonarroti veía en los bloques de mármol de Carrara su David y su Moisés. Yo adiviné en las mujeres que me enamoraron desde literatura hasta un óleo de Velázquez. Aprendí a amar a quién cobijaba, custodiaba, guardaba la excelencia entre su carne y su espíritu. Ahora, pongo punto final a mis reflexiones escritas sobre el amor. Adiós a la sintaxis enamorada, a las palabras como besos, a las oraciones como cópulas.
No volverás a leer ni una sola palabra más sobre el amor.
Eugenio-Jesús de Ávila

















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