Tu amor es como una filosofía

Te quise amar tanto que me olvidé de quererme un poquito más. Me perdí en la melodía de tu voz, en los gestos de tus manos, el valle de tus senos, cúpulas bizantinas; la extensión de tus piernas y en contar tus pestañas de seda. Me dejé llevar por el deleite de tu inteligencia y el hedonismo que anunciaba conocer tu cuerpo, apretar tu carne, deslizar mis manos por tu espalda, rodear tu ombligo con cualquiera de las yemas de mis dedos diestros.

El amor me pareció un sentimiento muy extraño. Me gustaron siempre las féminas, pero nunca consideré la posibilidad de ser un hombre que amase toda la vida a una misma mujer. Me enamoré, pero solo fue un instante. Mi amor se evaporaba. Mi amor fue nube. Llovía y buscaba otro viento para deslizarme por cielos diversos. Hasta que entraste en mi vida, como si fueras una aparición mariana, amar fue un verbo que me planteaba ciertos problemas al conjugarlo. Nunca supe cómo sería el futuro imperfecto. Mi memoria olvidaba el pretérito. El presente nunca era, jamás se estuvo quieto.

Después, por tu culpa, por tu grandísima culpa, porque eres una diosa con cuerpo de mujer, diseccione el verbo amar, como si fuera un filósofo del estructuralismo, incluso quise deconstruirlo. Sentí que te amaba, porque dejé de pensar en mí. Cuando me hallaba en tu presencia, me transformaba en un hombre silente, estático, observador, tímido, acobardado. No era el yo altivo, chulo si se quiere, seductor. A tu vera, cuando te huelo, cuando ocupas un espacio cerca de mi piel, me pierdo en ti. Mis cinco sentidos se sumergen en tu belleza, la que se ve y la que se intuye. Me pierdo en tu hermosura.

Pero quiero volver a ser yo, porque tú no quieres que yo sea tú. Elegiste no quererme. Elegí amarte. Cuando se escucha la sonrisa de la derrota a lo lejos, pongo mis sentimientos a cubierto. No puedo quererte, porque me desprecias. Te amaré a través de tus fotografías. No me queda otra. Tu amor pasó a ser metafísica. 

Eugenio-Jesús de Ávila