¿Por qué me enamoré de esa mujer?

No soy rico, aunque lo parezca. Mi patrimonio lo guardo dentro de mi cerebro. No permito que nadie lo conozca. Solo la mujer que me ame tendrá libre acceso a mi capital, formado por sensibilidad, pasión y talento. Tampoco soy un seductor, pese que los cotillas me adjudicasen amantes desde que tuve uso de razón. Amé a todas las féminas que deseé…menos a ella, mujer hermosa por fuera. Considera que soy poca cosa para disfrutar de su belleza, gozar con su carne, jugar con su osamenta.

Con las mujeres que me ignoran, tengo memoria de pez. Las olvido en tres segundos. No exijo nada. Solo clase, saber estar, talento y genio. Yo lo doy todo si se me mima, se me entiende, se me desea, incluso me encantan las damas que me discuten, que me rebaten, que me obligan a pensar.

Me enamora cualquier mujer que posea cualidades domésticas que, en un momento dado, me olvide de su hermosura, del color de su cabello, de la voluptuosidad de sus labios, del desafío al que me tientan sus senos, y solo me extasíe ante su intelecto, cultura, personalidad, feminidad. Cuando mis ojos dejan de ver el color de los suyos, cuando mis manos se detienen ante su piel, cuando mis palabras se esconden tras el silencio, esa mujer me enamoró. Si de una dama solo guardo memoria de un cuerpo esculpido por la gubia de la lujuria, de sus glúteos de granada, de sus jugosas y delicadas piernas, nunca la podría haber tomado en serio.

Ahora amo a una persona, femenina, hermosa, pero tan interesante, que me olvido del color de sus ojos cuando camino a su vera, cuando me alimento a su lado, cuando escucho su voz y no diviso su rostro. La amo más por dentro que por fuera. Siempre se ama del revés, desde la luz de la carne a la sombra del alma. 

Eugenio-Jesús de Ávila