CON LOS CINCO SENTIDOS
Carta abierta
Si afirmas hoy “A”, si llevas afirmando que tu máxima es “A” desde que se tiene conocimiento de tus inclinaciones dialécticas, argumentativas, intelectuales, o de la índole que sean, haz “A”. Es sencillo. Ser coherente no debe de tener una gran complicación existencial, al menos yo no la aprecio, no a priori.
Si, de repente, tu opción cambia y te decantas por “B”, habrás de dar con la manera de hacer creer a los demás que tal cambio de tercio no ha sido arbitrario ni discrecional, sino proveniente de un aprendizaje que te ha hecho comprender que ese cambio era la única posibilidad de seguir creciendo sin traicionar tus ideales. Eso sí es complicado. No el cambio en sí por saber más y mejor, sino trasladar a los demás que decantarte por otras cosas diferentes a las que defendías con uñas y dientes no hace mucho, no te hace perder credibilidad y consistencia como persona o como referente político, social o cultural.
Si haces de tu capa un sayo, pero lo haces a solas, nadie podrá decirte a la cara que has obrado de manera contradictoria. Pero si has mantenido una línea pública bien determinada y conocida, si la has defendido y, de repente, porque la vida te ha cambiado de posición en el tablero, dices y haces otra cosa diferente a la que defendías a capa y espada, amigo, se te tomará por un vulgar mentiroso. Puede que lo seas. Puede que defiendas unas premisas aquí, en tu pueblo, junto a tu círculo de leales carroñeros y palmeros que te alaban hasta la más estúpida de tus frases, pero fuera, en las altas esferas de la demagogia barata, no serás nadie y tendrás la obligación de avenirte a lo que diga el que está por encima de ti. Sólo serás peón cuando en tu pueblo eras el rey, o eso, en tu ilusoria fantasía elefantiásica, creías que eras.
Cuando prometes defender lo que a tu tierra interesa y beneficia; cuando se te elige precisamente por haber prometido hacer todo lo posible para conseguir tal cosa y, en cuanto la ocasión lo permite, te zafas e incumples, no te esfuerces ya en volver a ver a los que te consideraban que votando por ti lo tendrían más fácil. No se ha de votar a los que mienten una vez, menos aún a los que hacen de la mentira un arte, esos que te hacen mantener una ilusión, realizar un trabajo en el que crees y dejarte hasta las pestañas cuando ellos siquiera saben si mañana lloverá. Ni lo saben ni les importa.
En mi total descreimiento actual me atrevo a mandar esta carta abierta a toda la clase política. Sólo se salvan algunos que, por culpa de todos los demás, consiguen que la ciudadanía que me duele, la de mi provincia, crea más en los santos que en las personas, se encomiende al miedo a perder la pensión en los altares porque los hombres que los representan están llenos de paja sucia y mojada, maloliente. Son espantapájaros en un barbecho, adornados, eso sí, con galas de noble que pagamos entre todos los que labramos sus tierras, sudando, mientras ellos van de poltrona en poltrona, sobando posaderas. El Congreso de los Diputados, el Senado, los Congresos Autonómicos y, si me apuras, casi todos los ayuntamientos, son como lupanares. Los que nos representan son los clientes, nosotros, las putas. Encima les pagamos el servicio. Fin.
Nélida L. del Estal Sastre
Si afirmas hoy “A”, si llevas afirmando que tu máxima es “A” desde que se tiene conocimiento de tus inclinaciones dialécticas, argumentativas, intelectuales, o de la índole que sean, haz “A”. Es sencillo. Ser coherente no debe de tener una gran complicación existencial, al menos yo no la aprecio, no a priori.
Si, de repente, tu opción cambia y te decantas por “B”, habrás de dar con la manera de hacer creer a los demás que tal cambio de tercio no ha sido arbitrario ni discrecional, sino proveniente de un aprendizaje que te ha hecho comprender que ese cambio era la única posibilidad de seguir creciendo sin traicionar tus ideales. Eso sí es complicado. No el cambio en sí por saber más y mejor, sino trasladar a los demás que decantarte por otras cosas diferentes a las que defendías con uñas y dientes no hace mucho, no te hace perder credibilidad y consistencia como persona o como referente político, social o cultural.
Si haces de tu capa un sayo, pero lo haces a solas, nadie podrá decirte a la cara que has obrado de manera contradictoria. Pero si has mantenido una línea pública bien determinada y conocida, si la has defendido y, de repente, porque la vida te ha cambiado de posición en el tablero, dices y haces otra cosa diferente a la que defendías a capa y espada, amigo, se te tomará por un vulgar mentiroso. Puede que lo seas. Puede que defiendas unas premisas aquí, en tu pueblo, junto a tu círculo de leales carroñeros y palmeros que te alaban hasta la más estúpida de tus frases, pero fuera, en las altas esferas de la demagogia barata, no serás nadie y tendrás la obligación de avenirte a lo que diga el que está por encima de ti. Sólo serás peón cuando en tu pueblo eras el rey, o eso, en tu ilusoria fantasía elefantiásica, creías que eras.
Cuando prometes defender lo que a tu tierra interesa y beneficia; cuando se te elige precisamente por haber prometido hacer todo lo posible para conseguir tal cosa y, en cuanto la ocasión lo permite, te zafas e incumples, no te esfuerces ya en volver a ver a los que te consideraban que votando por ti lo tendrían más fácil. No se ha de votar a los que mienten una vez, menos aún a los que hacen de la mentira un arte, esos que te hacen mantener una ilusión, realizar un trabajo en el que crees y dejarte hasta las pestañas cuando ellos siquiera saben si mañana lloverá. Ni lo saben ni les importa.
En mi total descreimiento actual me atrevo a mandar esta carta abierta a toda la clase política. Sólo se salvan algunos que, por culpa de todos los demás, consiguen que la ciudadanía que me duele, la de mi provincia, crea más en los santos que en las personas, se encomiende al miedo a perder la pensión en los altares porque los hombres que los representan están llenos de paja sucia y mojada, maloliente. Son espantapájaros en un barbecho, adornados, eso sí, con galas de noble que pagamos entre todos los que labramos sus tierras, sudando, mientras ellos van de poltrona en poltrona, sobando posaderas. El Congreso de los Diputados, el Senado, los Congresos Autonómicos y, si me apuras, casi todos los ayuntamientos, son como lupanares. Los que nos representan son los clientes, nosotros, las putas. Encima les pagamos el servicio. Fin.
Nélida L. del Estal Sastre























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