NOCTURNOS
Me has convertido en un pelele
¡No quiero verte! No deseo volver a escuchar tu voz, ya grabada en mi cerebro, inolvidable canción que me envenena el alma. No quiero sufrir. No soy masoquista. Quiero gozar, amar, sentir que me desean, que soy un hombre que merece ser amado. Contigo solo lloro lágrimas de impotencia, de ucronía, de arena. Huyo de ti. No puedo amarte, porque tanto amor me descompone, me apaga la vida, me acerca a la muerte. Pensar en ti me destruye como persona, me apelela, me deprime.
Me imaginé, en una intolerable muestra de candidez adolescente, que serías la mujer de mi vida; pero solo pudiste ser la mujer de mi muerte. No me tientes más con el tono de tu voz, propio de una Lolita zamorana; no busques seducirme con tu presencia, con ese cuerpo edificado por un Bruneleschi de la carne sobre una osamenta de mármol de Carrara. No desafíes mi concupiscencia mostrándome el valle que delatan tus senos, ni me muestres tus hermosos muslos, columnas que guardan entre sus ingles el volcán del placer. ¡Vete lejos de mi mente, donde no te piense, no te sienta, no me muera!
Fui algo cuando paseabas a mi lado. Ocupaste mi inteligencia con tu belleza singular hasta enclaustrarla en el convento de mi alma. Empujaste mis palabras hacia un poema inacabado, hacia una prosa escrita beso a beso, entre el sexo y el seso, la carne y la piel, la cópula y el éxtasis. Prefiero ser esta nada envejecida que un algo sin esqueleto. Has hecho un pelele con mi cuerpo de nube.
Eugenio-Jesús de Ávila
¡No quiero verte! No deseo volver a escuchar tu voz, ya grabada en mi cerebro, inolvidable canción que me envenena el alma. No quiero sufrir. No soy masoquista. Quiero gozar, amar, sentir que me desean, que soy un hombre que merece ser amado. Contigo solo lloro lágrimas de impotencia, de ucronía, de arena. Huyo de ti. No puedo amarte, porque tanto amor me descompone, me apaga la vida, me acerca a la muerte. Pensar en ti me destruye como persona, me apelela, me deprime.
Me imaginé, en una intolerable muestra de candidez adolescente, que serías la mujer de mi vida; pero solo pudiste ser la mujer de mi muerte. No me tientes más con el tono de tu voz, propio de una Lolita zamorana; no busques seducirme con tu presencia, con ese cuerpo edificado por un Bruneleschi de la carne sobre una osamenta de mármol de Carrara. No desafíes mi concupiscencia mostrándome el valle que delatan tus senos, ni me muestres tus hermosos muslos, columnas que guardan entre sus ingles el volcán del placer. ¡Vete lejos de mi mente, donde no te piense, no te sienta, no me muera!
Fui algo cuando paseabas a mi lado. Ocupaste mi inteligencia con tu belleza singular hasta enclaustrarla en el convento de mi alma. Empujaste mis palabras hacia un poema inacabado, hacia una prosa escrita beso a beso, entre el sexo y el seso, la carne y la piel, la cópula y el éxtasis. Prefiero ser esta nada envejecida que un algo sin esqueleto. Has hecho un pelele con mi cuerpo de nube.
Eugenio-Jesús de Ávila

















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