Miércoles, 22 de Octubre de 2025

Eugenio de Ávila
Jueves, 22 de Abril de 2021
PASIÓN POR ZAMORA

Zamora y sus cuitas: entre la apatía y el temor, el pasotismo y la desconfianza

[Img #52190]El problema de Zamora es que aquí, en estos 10.500 km2, vivimos muchos zamoranos, cada vez menos, por cierto. Y el paisano suele ser una persona apática, simple, cotilla y pusilánime. Aquí siempre se ha vivido con miedo al político y al cacique,  esa excrecencia que perdura desde el siglo XIX. El zamorano prefiere vivir de rodillas que morir de pie, porque habita en una sociedad precapitalista. Se vive como se piensa y aquí se piensa poco y mal. No hay ciudadanos, solo vecinos. No se protesta. Se guarda silencio y se murmura y critica en casa o en la barra de cualquier bar o cafetería. De hecho, los políticos cerraron la hostelería, espacio en el que se les criticaba.

 

El zamorano es persona conservadora, pero se entienda el calificativo en su definición política, sino sentimental. Me explico: conserva cosas, enseres, pensamientos, lugares comunes que no lo sirven para nada. Memoria del pasado, muebles de la abuela, libros que nunca se leyeron, pero ocupan un lugar.  Se trata de asirse a algo, porque no se fía de nada. Pese a su desconfianza atávica, vota a los partidos. Eso sí, sin convicción. Elige porque toca, por el que dirán, como si se quitará de encima un problema. Durante muchos años, apostó por el PP, pero nunca con fe, más bien como un rito. Pero también los zamoranos que votan al PSOE actúan como conservadores. El socialismo en Zamora es cosa de gente de mayor que tiene recuerdos, que mira más al tiempo pretérito que al futuro.

 

A los zamoranos no les gusta que nadie destaque por encima de la media.  Prefiere la vulgaridad a la excelencia. Si alguien piensa, se le castiga, porque aquí solo deben pensar los ricos y los que viven de la política. Se sanciona al diferente, al que resulta más elegante, camina ligero y estirado, al que no forma parte de grupo alguno, ni milita en formaciones políticas, ni asociaciones culturales, porque no se casa con nadie y, si contrajo matrimonio, se divorció. Para vivir bien en Zamora hay que ser vulgar, sonreír cuando cuenta un chiste el que manda y jamás confesar lo que piensa.

 

Esta forma de comportamiento, ese falta de redaños, de viriatismo, de bizarría, más ese miedo enquistado en nuestra alma colectiva, nos ha conducido a esta agonía económica y demográfica  que padecemos desde ha tiempo. El poder, el de tirios o el de los troyanos, capuletos o montescos, ha hecho con Zamora lo que le ha venido en gana, porque sabía que la gente que vive en esta ciudad y su provincia jamás se rebelaría contra sus decisiones. Solo, que mi memoria recuerde, Zamora se levantó contra el felipismo cuando un alcalde saltó las verjas del Cuartel Viriaro. Después todo volvió a la calma, exceptuamos protestas puntuales que no condujeron a parte alguna, porque la política duerme el corazón de los pusilánimes como la mamá al bebé con sus nanas.

 

Me temo que lo mejor de Zamora se halla lejos de las fronteras provinciales. Salir de nuestra tierra transforma  la mente  y el carácter, porque ves, analizas y comparas. Pero los zamoranos que se fueron a ganarse el pan con el sudor de su talento y la sangre de su bizarría no volverán, como tampoco las golondrinas a anidar en nuestros balcones. Solo en las grandes fiestas del año, Navidad y Semana Santa, nuestros hermanos del exterior regresan al terruño para abrazar a sus viejos y a los amigos que nos quedamos aquí porque creímos que se muere más despacio y los minutos duran 70 segundos.

 

Y los que vivimos aquí  nos estamos dejando morir por decisiones políticas. Verbigracia: si Pedro Sánchez y sus vicarios provinciales hubieran prometido la inversión en un Monte la Reina, y, pasado el tiempo, no cumpliera con su palabra, habría manifestaciones y el PSOE saldría mal parado, mientras sus representantes en la provincia se verían comprometidos en su paseo ciudadano. Si el PP, antaño, y el PSOE, hogaño, se tomasen a cachondeo la transformación de una carretera, peligrosísima, del tercer mundo, en autovía, cuento que nos vienen contando desde tiempos remotos, se habrían consolidado protestas en fechas señaladas del calendario y los ministros que apareciesen en el lugar comprenderían que la ciudadanía iba muy en serio.

 

Pero aquí no pasa nada. Lo de Monte la Reina lo defiende Martínez-Maíllo en el Senado, un político que se cruzó de brazos ante Zamora10 y se pasó de cualquier tipo de compromiso al respecto, porque a La Moncloa de Rajoy no le gustaba este asunto militar. Los socialistas, callados o echándole la culpa a la Junta de Castilla y León, que, según tengo entendido, no tiene una Consejería de Defensa. Y la ciudadanía, tan sosegada, como si contemplara a Rocío Carrasco en  la televisión.  Perdón, quizá le preocupen más las cuitas de la hija de la más grande que el futuro económico de Zamora.

 

Soy consciente que predico en el desierto zamorano, que el pasotismo colectivo ahoga cualquier intentona de cambiar el actual estado de las cosas. Sé  que la prensa local, la escrita, en manos de capital foráneo, y la televisión, en la obediencia al ejecutivo autonómico, que le inyecta sangre económica, más los digitales, sin brío, sin alma, sin capacidad, ni talento, ni agallas,  jamás criticarán al poder, nunca morderán la mano del que les da de comer.

 

Confieso,  no obstante, que  seguiré escribiendo, aunque solo sea para fastidiar, como terapia para curarme de esta decadencia irreversible de Zamora, hasta mi jubilación. Solo unos cuantos meses  por delante para derramar palabras como lágrimas en este mi periódico que también es propiedad de todos los que se apasionan por nuestra tierra, los que la sufren, los que la sienten y anhelan transformarla.

 

Eugenio-Jesús de Ávila

 

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