Ni engaño a Dios ni a Eros

Dejé de creer en Dios después de buscarlo en los pucheros de Teresa de Cepeda, los versos de Juan de Yepes y en una nube que nunca llovió, y no encontrarlo. Y hallé a un Dios en las cajas fuertes del poder, en los altares de oro y plata, en los senos de las hetairas, mujeres rendidas sobre los lechos de los plutócratas.

Nunca busqué el amor. Y lo encontré, pero entonces yo me había ido de la ternura, del cariño. Y sé que ahora, cuando me he convertido en pellejo que guarda carne y huesos, construiría una obra de arte con la materia prima del amor. Pero, como soy ateo, tampoco debo alquilar mi vida a una pasión efímera.

Se me deben muchos besos, excesivas metáforas escritas con la tinta del deseo que nunca se hizo realidad; cópulas místicas, las que nacen cuando el amor se sublima, cuando pierdes tu ego en su superyo. No aspiro a cobrar tanta deuda de los morosos del interés. Quiero vivir sin temer a Dios ni engañar al amor.

Eugenio-Jesús de Ávila