Miércoles, 17 de Diciembre de 2025

Eugenio de Ávila
Martes, 11 de Mayo de 2021
NOCTURNOS

¿Fui poco para ti o tú mucho para mí, amor?

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Desde que decidiste expulsarme de tu vida, expulsarme de tu mundo, después de acostumbrarme a tu voz, tu caminar, recoger tus cuitas, intentar solucionarlas, conocer tus intimidades, reflexiono, cual filósofo peripatético, sobre si fui muy poco para ti o tú fuiste demasiado para mí.

 

No he llegado a ninguna tesis. Aunque pasaste tanta veces a mi lado, como si fuéramos tangente y circunferencia, pensé que nunca llegaría a conocerte más allá de tu espectacular físico, tu elegancia en atuendos, y ese levitar que utilizar para andar sobre las aceras de la ciudad pretérito. Pero, no sé por qué, te conocí. Y, cuando me diste un par de verónicas, me paraste, me templaste y me mandaste. Traduzco: me enamoré, sensación que nunca había experimentado en mis peripecias de seductor.

 

Quizá nunca tuve que haberte conocido, más que de vista, como decimos los zamoranos. Y así habría imaginado que eras una bella sin alma, como aquella canción de aquel italiano pequeñito, Richard Cocciante. Pero, como quería descubrir lo que guardaba un cuerpo tan bonito, grácil, juncal, y un rostro simétrico, el que ninguna de sus piezas se impusiesen al resto que lo configuran, me propuse diseccionarte para ver si tu alma correspondía a tu carne.

 

Y, juro por lo que me queda de estupidez entre las circunvalaciones de mi cerebro, me me deslumbraste hasta el entusiasmo. Incluso la forma de ignorarme también tiene su aquel: ni una palabra, ni un mensaje, ni un adiós, quizá porque es hermoso partir en silencio cuando la persona a la que despides, como este menda, apenas es un don nadie, con arrugas en la frente del alma y carcoma en los huesos, significan tan poco en la vida como yo para ti.

 

En verdad, no te busqué. Te hallé, como el poeta la rima, mientras pasea, cabizbajo, en soledad, escribiendo versos en el agua con la pluma de un junco y pidiendo a los gorriones unos trinos para saciar su sed de amor. Sí, amor que pudiste ser y nunca serás, ucronía con cuerpo de mujer;  nunca hubo dama que me provocara tantas preguntas, de esas que carecen de respuesta; con la que me sintiera como si hablara conmigo mismo, ni fundiese el sabor del sexo con el color del seso, para desatar en el magma de mi carne, un volcán de pasión telúrica, dispuesto a expulsar por mi cráter la lava que solo solidifica en las entrañas de la tierra.

 

¡Ves, mujer, que aún no sé si fui muy poco para tu grandeza, o tú fuiste una diosa que no atendió las oraciones de un pío seductor, enamorado hasta el último átomo de su ser, preparado para convertirse en polvo enamorado! 

 

Eugenio-Jesús de Ávila

 

 

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