Conjugar el verbo amar

Ha tiempo que me dije que amar, a mi edad, era un verbo que no se podía conjugar en presente y, por tanto, tampoco en futuro. Creí haber dilapidado mi pasión en la bolsa del tiempo. Cándido de mí. Ahora me muestro perplejo porque amo. Ahora me demuestro que grave error. Ahora, enamorado, con mi alma en bandolera, rejuvenecida, casi aniñada, he viajado en el tiempo para recoger el amor que fui perdiendo en el camino hacia la nada. Ahora me toca amar sin ser amado, como antes me amaron sin que yo amase. Ley del equilibrio erótico.

Y confieso que este amar sin caricias, sin miradas voluptuosas, sin besos, te renueva por dentro, porque siento una catarsis en mi esencia que me dejará enamorado para los restos. No sufro, no. Gozo pensándola, intuyéndola,  amándola en la distancia, como si el mío fuera un amor por Internet. Ni tan si quiera puedo verla, menos abrazarla, jamás besarla. Pero siento que su perfume yace en el lecho que construí entre mi labio superior y la punta de mi nariz. La respiro, porque mi cerebro ha guardado su aroma para disfrutarlo cuando mi corazón me lo exija para latir, para que el sístole-diástole, la cuerda de mi reloj, mi tic-tac;  cuando me lo requiera.

Desde que la conocí, supe que me enamoraría de su persona, de su piel y del revés que no se ve. Y percibí que nunca robaría ni una miaja de su corazón para acomodarlo a mis aurículas y ventrículos. Esa mujer no nació para amarme a mí. Ya lo sé. Nació para que me enamorase por última vez en mi vida y que me aguardara la muerte prendido de su recuerdo, pronunciando su nombre con las pestañas de mis ojos.

Ella sabe que la quiero y le duele que la ame. Cree que sufro. Ignora que este placer, a punto del finiquito, me ha renovado el alma ¡Qué amor tan puro para decirle adiós a la vida, para jubilarme de la pasión, para  convertirme en polvo enamorado!

Eugenio-Jesús de Ávila