CON LOS CINCO SENTIDOS
De las utopías de andar por casa
Ya tengo una edad, tampoco exagerada, pero sí la suficiente como para no tolerar tontunas, insultos, faltas de respeto ni moscas cojoneras que me amarguen el día. La misantropía cada vez es más característica en mi modo de ser y ya estoy como quiero y con quien quiero y me aguanta, para qué nos vamos a engañar. Supongo que con el paso del tiempo, todos tendemos a quedarnos con lo que nos place, desechando lo que nos incomoda o, sencillamente, nos estorba. Es ley natural cuando lo que quieres es vivir a gusto lo mucho o poco que te quede por vivir. Estamos en verano, hace calor y eso ya de por sí, para mí, es suficiente sufrimiento mental y físico como para dejar pasar estupideces por mi “arco del triunfo”.
El otro día, alguien me dijo que arengaba a sus hijos diciéndoles que podían ser lo que se propusieran. Como anuncio de chocolates Nestlé o de alguna marca de juguetes, está bien. Es naif. Pero esa afirmación esconde, ahí donde la leéis, una crueldad manifiesta. Yo nunca le he dicho a mi hija que puede llegar a ser lo que se proponga; le he dicho que hay que trabajar, estudiar mucho, ser constante y vehemente y quizá, sólo quizá, pueda conseguir lo que se proponga. Le he dicho que la sociedad no se ha portado bien con ella y que por mucho que quiera y desee, es la sociedad la que marcará su futuro. No basta con que ella quiera hacer algo y lo haga bien, tienen que existir personas que lo reconozcan, vean su valía y que exista trabajo de lo suyo cuando se vea inmersa en la maraña de la búsqueda de empleo.
Decirle a un hijo que puede ser lo que se proponga o sueñe es condenarlo al abismo. Me explico. Que llegue o no a ser lo que quiere ser depende de la aptitud de sus padres como padres, de factores como la oportunidad, la aceptación del diferente, si lo es, y que tu hijo, por muy hijo tuyo que sea, sea bueno en algo. Todos hemos sido hijos. A veces, nuestros hijos son buenísimos en algo extraordinario, pero no en algo que les podría asegurar un futuro, digamos, “de manual”. Los padres de niños “especiales” sabemos de esto bastante. Pero resulta que los hijos pueden ser buenos en algo, o no.
Cuando tú le dices a tu vástago “cariño, cielo, vas a conseguir lo que quieras y vas a ser lo que quieras ser”, estamos precipitando a nuestro hijo a un mundo de fantasía y piruleta que no existe. El pobre, cuando le vengan mal dadas, que le vendrán, no sabrá por dónde salir. Sus padres le prometieron que podría ser dios si quisiera. No tendrán, pobrecitos, tolerancia ante la frustración y esto sí que es grave en la educación. No puedes decir a tus hijos que conseguirán ser lo que se propongan por la sencilla razón de que eso no es cierto. Tienes que hacer hincapié en el esfuerzo, en la constancia, como he mencionado antes, en el estudio, la preparación y otras muchas cosas. Has de preparar a tu hijo para el futuro. Ese futuro es incierto, siempre lo es.
Ser buen padre implica ser sincero. Siempre, pero con amor. No puedes decirle a tu hijo que llegará a ser lo que quiera porque cuando no llegue, te odiará y te lo restregará en todos los morros, porque la vida no es fácil y hay que trabajar mucho. Le joderás la vida, en serio, por muy listo que sea, por muy preparado que esté. La sociedad es la que es. Hay que prepararles para esa realidad, con mimo, con cariño, con dulzura, pero con firmeza. Es la única manera en la que podrán ser conscientes de que su futuro se lo labran ellos pero la sociedad que les rodea, las tendencias, la política, los enchufados que les quitarán las oportunidades, deciden. Es así.
No se debe de mostrar un mundo fantástico cuando el mundo no lo es. Criar a un hijo con esta dosis de realidad de la que hablo y con la que yo he criado a mi hija, ha hecho que ella se esfuerce cada día al máximo, que agradezca mi sinceridad y que sepa que hay veces, muchas, en las que una buena formación es imprescindible, pero no te asegura un buen futuro. Que hay que ser de los mejores en tu disciplina, no valen los mediocres, pero que, casi siempre, son los mediocres los que llegan a ser algo. Cierta dosis de realidad alivia muchos traumas futuros, os lo aseguro, muchas visitas a terapeutas y psiquiatras de jóvenes demonizando y odiando a sus progenitores.
Seamos sinceros con nuestros hijos. La vida es complicada. Fórmate, trabaja si tienes oportunidad, mientras estudias, eso te proporcionará una óptica bastante realista de la sociedad. Gánate un sueldo precario mientras cursas una carrera o una F.P. No seas reo de la distorsión paterno filial del “buenismo” que cree proteger pero deja a tus hijos en paños menores ante una sociedad que se los comerá a bocados en cuanto asomen la nariz por las aceras. Es lo que hay. Cuanto antes aprendan a defenderse, mejor. ¿Triste? Sí. ¿Real?, sin comentarios.
Nélida L. del Estal Sastre
Ya tengo una edad, tampoco exagerada, pero sí la suficiente como para no tolerar tontunas, insultos, faltas de respeto ni moscas cojoneras que me amarguen el día. La misantropía cada vez es más característica en mi modo de ser y ya estoy como quiero y con quien quiero y me aguanta, para qué nos vamos a engañar. Supongo que con el paso del tiempo, todos tendemos a quedarnos con lo que nos place, desechando lo que nos incomoda o, sencillamente, nos estorba. Es ley natural cuando lo que quieres es vivir a gusto lo mucho o poco que te quede por vivir. Estamos en verano, hace calor y eso ya de por sí, para mí, es suficiente sufrimiento mental y físico como para dejar pasar estupideces por mi “arco del triunfo”.
El otro día, alguien me dijo que arengaba a sus hijos diciéndoles que podían ser lo que se propusieran. Como anuncio de chocolates Nestlé o de alguna marca de juguetes, está bien. Es naif. Pero esa afirmación esconde, ahí donde la leéis, una crueldad manifiesta. Yo nunca le he dicho a mi hija que puede llegar a ser lo que se proponga; le he dicho que hay que trabajar, estudiar mucho, ser constante y vehemente y quizá, sólo quizá, pueda conseguir lo que se proponga. Le he dicho que la sociedad no se ha portado bien con ella y que por mucho que quiera y desee, es la sociedad la que marcará su futuro. No basta con que ella quiera hacer algo y lo haga bien, tienen que existir personas que lo reconozcan, vean su valía y que exista trabajo de lo suyo cuando se vea inmersa en la maraña de la búsqueda de empleo.
Decirle a un hijo que puede ser lo que se proponga o sueñe es condenarlo al abismo. Me explico. Que llegue o no a ser lo que quiere ser depende de la aptitud de sus padres como padres, de factores como la oportunidad, la aceptación del diferente, si lo es, y que tu hijo, por muy hijo tuyo que sea, sea bueno en algo. Todos hemos sido hijos. A veces, nuestros hijos son buenísimos en algo extraordinario, pero no en algo que les podría asegurar un futuro, digamos, “de manual”. Los padres de niños “especiales” sabemos de esto bastante. Pero resulta que los hijos pueden ser buenos en algo, o no.
Cuando tú le dices a tu vástago “cariño, cielo, vas a conseguir lo que quieras y vas a ser lo que quieras ser”, estamos precipitando a nuestro hijo a un mundo de fantasía y piruleta que no existe. El pobre, cuando le vengan mal dadas, que le vendrán, no sabrá por dónde salir. Sus padres le prometieron que podría ser dios si quisiera. No tendrán, pobrecitos, tolerancia ante la frustración y esto sí que es grave en la educación. No puedes decir a tus hijos que conseguirán ser lo que se propongan por la sencilla razón de que eso no es cierto. Tienes que hacer hincapié en el esfuerzo, en la constancia, como he mencionado antes, en el estudio, la preparación y otras muchas cosas. Has de preparar a tu hijo para el futuro. Ese futuro es incierto, siempre lo es.
Ser buen padre implica ser sincero. Siempre, pero con amor. No puedes decirle a tu hijo que llegará a ser lo que quiera porque cuando no llegue, te odiará y te lo restregará en todos los morros, porque la vida no es fácil y hay que trabajar mucho. Le joderás la vida, en serio, por muy listo que sea, por muy preparado que esté. La sociedad es la que es. Hay que prepararles para esa realidad, con mimo, con cariño, con dulzura, pero con firmeza. Es la única manera en la que podrán ser conscientes de que su futuro se lo labran ellos pero la sociedad que les rodea, las tendencias, la política, los enchufados que les quitarán las oportunidades, deciden. Es así.
No se debe de mostrar un mundo fantástico cuando el mundo no lo es. Criar a un hijo con esta dosis de realidad de la que hablo y con la que yo he criado a mi hija, ha hecho que ella se esfuerce cada día al máximo, que agradezca mi sinceridad y que sepa que hay veces, muchas, en las que una buena formación es imprescindible, pero no te asegura un buen futuro. Que hay que ser de los mejores en tu disciplina, no valen los mediocres, pero que, casi siempre, son los mediocres los que llegan a ser algo. Cierta dosis de realidad alivia muchos traumas futuros, os lo aseguro, muchas visitas a terapeutas y psiquiatras de jóvenes demonizando y odiando a sus progenitores.
Seamos sinceros con nuestros hijos. La vida es complicada. Fórmate, trabaja si tienes oportunidad, mientras estudias, eso te proporcionará una óptica bastante realista de la sociedad. Gánate un sueldo precario mientras cursas una carrera o una F.P. No seas reo de la distorsión paterno filial del “buenismo” que cree proteger pero deja a tus hijos en paños menores ante una sociedad que se los comerá a bocados en cuanto asomen la nariz por las aceras. Es lo que hay. Cuanto antes aprendan a defenderse, mejor. ¿Triste? Sí. ¿Real?, sin comentarios.
Nélida L. del Estal Sastre























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