Mª Soledad Martín Turiño
Domingo, 20 de Junio de 2021
ZAMORANA

Lo que importaba

[Img #54328]Como si no importaran

Aquellas tardes a la sombra, con los ojos semicerrados, calmando la sed con el agua fresca del botijo que metíamos en el agua del río mientras la sombra de unos cañaverales nos protegía del sol abrasador del mes de julio.

 

A veces, una improvisada caña yacía con el mango hundido en la tierra y era toda una fiesta si se movía el sedal con la perspectiva de pescar una carpa que llevar a casa para la cena.

 

Como si no importaran

Las ilusiones y los sueños forjados mientras escuchaban aquellas canciones de verano, tras el portalón de la casa, con la puerta entreabierta devorando novelas y escudriñando el coche que pasaba dejando una estela de polvo, o cualquier persona que, obligada por la necesidad, se atrevía a salir a la calle bajo aquel sol ardiente; y la sensación de libertad, de que nada malo podía ocurrir porque un invisible paraguas protector hacía de barrera para evitar cualquier mal que amenazara aquellos días felices.

 

Luego llegaría la realidad, y con ella, se desvanecería el amparo y pasarían a ser personas como las demás, expuestas a los rigores de la vida y de la muerte que, también aparecería.

 

Como si no importaran

Las emociones, los sentimientos puros, el amor incipiente hacia alguien que se intuía sin tener aún presencia real, la alegría sin motivo, la sonrisa constante, el ansia por recorrer los lugares conocidos a la caída de la tarde, conversar con la gente, caminar hasta la salida del pueblo, en la más absoluta soledad, y formar una comunión ancestral con la tierra, entre aquellos campos enormes y solitarios que se clavaron en sus retinas para siempre.

 

Como si no importaran

Las conversaciones de los mayores que parecían no interesarles, pero de las que aquellos muchachos se percataban, mientras escuchaban las tribulaciones para acabar el año tras una mala cosecha, o seguir adelante después de una buena, una vez saldadas las deudas y oír aquellas repetidas palabras: “al final, lo comido por lo servido”; o ser testigo de la manera en que se trataban los temas, el hablar del vecindario o de algún chisme que, fuera o no cierto, se propagaba con gran velocidad.

 

Se hacían presentes, también, los silencios en aquellos adultos, sobre todo el matrimonio mayor que llevaban juntos toda una vida y, sin embargo o, tal vez precisamente por ese motivo, apenas cruzaban unas palabras al día. Cada uno tenía su propio ritmo de vida, sin grandes pretensiones: él: la labranza y el cuidado de los animales; ella: la casa y el cuidado de los hijos. Fuera de tales ocupaciones, se hablaba poco.

 

Como si no importaran

Los sonidos del ambiente: las chicharras con su canto incesante y estridente; el crotoreo de las cigüeñas que volaban desde el río hasta lo alto del campanario portando en sus enormes picos rojos ramas y comida para construir sus nidos y proveer de alimento a su nidada; el incesante ir y venir de los pájaros, el ladrido de algún perro enfadado, o el silbido que formaba el viento que traía consigo un aire caliente y poco agradable.

 

Como si no importaran

Los recuerdos, los olores, los sabores, el tacto y los sonidos que se explayaban en una sinfonía de sensaciones que constituían la razón de ser de aquella vida sosegada, de aquel remanso de paz tan idílico y necesario que formaba un paréntesis con aquellas otras vidas, las reales, plenas de ruidos, interferencias, inquietudes, problemas y necesidades que urgía resolver cada día.

Por eso, regresar un tiempo al viejo pueblo era tan necesario, y antes de que las familias se lanzaran a la vorágine del turismo de hoteles y nuevos lugares a explorar, las viejas villas eran el mundo perfecto para desconectar, ver a los seres queridos y sumergirse en un mundo, ahora apenas existente, en que la gente y, sobre todo aquellos que vivíamos lejos, supimos sentirnos felices.

 

 

Mª Soledad Martín Turiño

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