CON LOS CINCO SENTIDOS
¿Procrastinar o evadirme de la realidad?
Bien, el enunciado de mi artículo de hoy es una disyuntiva por la que no había transitado nunca. No tengo déficit de atención aunque sí cierto grado de hiperactividad; todas las mujeres de mi familia materna han sido “rabos de lagartija”, tanto física como mentalmente. De todos los especialistas es sabido que la procrastinación es característica común en los afectados por Trastorno por Déficit de Atención e Hiperactividad. Pero ni lo uno ni lo otro me han hecho procrastinar en la vida. Para mí, esta situación en la que me encuentro ahora es completamente novedosa. Creo que me conozco bastante bien y siempre he sido de las personas que hacen las cosas antes de que se las manden hacer. Nadie me ha tenido que meter prisa para terminar una diligencia, un mandado o cualquier otra tarea. Lo mismo me pasa, curiosamente, viendo películas, series o leyendo libros. Mi intuición me hace definir de antemano un final que casi siempre se acaba produciendo tal y como lo pensé. Eso también se entrena, no creo que se trate de una habilidad especial ni que te venga “de serie”.
Actualmente, sigo teniendo la misma perspicacia en cuanto a las cosas irreales, pero no para el día a día de nuestra vida cotidiana. Me resulta imposible ver un telediario más de diez minutos sin tener que verme obligada a cambiar de canal para salvaguardar mi salud mental del canibalismo cerebral y el esperpento y no romper el televisor. Ya sé que romper el televisor no me conduciría a parte alguna, salvo en lo tocante al bolsillo…
No puedo; mira que lo intento, pero es que es vez cada vez que me dispongo a desayunar, almorzar o cenar, enciendo el aparatito del demonio y en cuanto veo las mismas caras de los mismos políticos diciendo las mismas gilipolleces de cada día, de cada mes, me arden las neuronas. Siento que he de salir de ese bucle de mendicidad intelectual y evadirme a otro lugar, aunque ese lugar no sea ni real ni palpable. Por eso no paro de ver series de un tiempo a esta parte, de escribir o leer. Prefiero no ver las redes sociales, ni la televisión. Casi ni miro el teléfono móvil, es más, lo suelo tener en silencio. El que me conoce sabe cuándo llamarme y cómo localizarme ante cualquier cosa que pueda ocurrir.
En mi casa se ríen mucho conmigo cuando me dispongo a descansar mis posaderas en el sofá y me hago dueña y señora del mando a distancia. El zapping es un deporte infravalorado para mantener los dedos ágiles. Pulso un canal, le doy un minuto de gracia, digo un lacónico “me aburro” en voz alta y paso al siguiente. Así hasta que encuentro algo que no sea bazofia pura. Últimamente conozco lugares lejanos y viajo a exóticos destinos desde mi salón, degusto apetecibles viandas de la gastronomía local y dormito al calor del canal Historia. Está bien saber lo mal que lo hemos hecho los seres humanos para no volver a repetirlo, pero como somos más “seres” que humanos racionales, me da que no servirá de mucho. Al menos, para mí, tiene una utilidad demostrable: sigo haciendo lo que tengo que hacer, en tiempo y forma, pero me evado de una realidad que ya no me dice ni me aporta absolutamente nada. Es como si el tiempo se pasase sin aprovecharlo, un tiempo que no volverá y que perderemos de manera definitiva.
Cuando uno es consciente, finalmente, de que el tiempo es tiempo perdido, ya no hay vuelta atrás.
Nélida L. del Estal Sastre
Bien, el enunciado de mi artículo de hoy es una disyuntiva por la que no había transitado nunca. No tengo déficit de atención aunque sí cierto grado de hiperactividad; todas las mujeres de mi familia materna han sido “rabos de lagartija”, tanto física como mentalmente. De todos los especialistas es sabido que la procrastinación es característica común en los afectados por Trastorno por Déficit de Atención e Hiperactividad. Pero ni lo uno ni lo otro me han hecho procrastinar en la vida. Para mí, esta situación en la que me encuentro ahora es completamente novedosa. Creo que me conozco bastante bien y siempre he sido de las personas que hacen las cosas antes de que se las manden hacer. Nadie me ha tenido que meter prisa para terminar una diligencia, un mandado o cualquier otra tarea. Lo mismo me pasa, curiosamente, viendo películas, series o leyendo libros. Mi intuición me hace definir de antemano un final que casi siempre se acaba produciendo tal y como lo pensé. Eso también se entrena, no creo que se trate de una habilidad especial ni que te venga “de serie”.
Actualmente, sigo teniendo la misma perspicacia en cuanto a las cosas irreales, pero no para el día a día de nuestra vida cotidiana. Me resulta imposible ver un telediario más de diez minutos sin tener que verme obligada a cambiar de canal para salvaguardar mi salud mental del canibalismo cerebral y el esperpento y no romper el televisor. Ya sé que romper el televisor no me conduciría a parte alguna, salvo en lo tocante al bolsillo…
No puedo; mira que lo intento, pero es que es vez cada vez que me dispongo a desayunar, almorzar o cenar, enciendo el aparatito del demonio y en cuanto veo las mismas caras de los mismos políticos diciendo las mismas gilipolleces de cada día, de cada mes, me arden las neuronas. Siento que he de salir de ese bucle de mendicidad intelectual y evadirme a otro lugar, aunque ese lugar no sea ni real ni palpable. Por eso no paro de ver series de un tiempo a esta parte, de escribir o leer. Prefiero no ver las redes sociales, ni la televisión. Casi ni miro el teléfono móvil, es más, lo suelo tener en silencio. El que me conoce sabe cuándo llamarme y cómo localizarme ante cualquier cosa que pueda ocurrir.
En mi casa se ríen mucho conmigo cuando me dispongo a descansar mis posaderas en el sofá y me hago dueña y señora del mando a distancia. El zapping es un deporte infravalorado para mantener los dedos ágiles. Pulso un canal, le doy un minuto de gracia, digo un lacónico “me aburro” en voz alta y paso al siguiente. Así hasta que encuentro algo que no sea bazofia pura. Últimamente conozco lugares lejanos y viajo a exóticos destinos desde mi salón, degusto apetecibles viandas de la gastronomía local y dormito al calor del canal Historia. Está bien saber lo mal que lo hemos hecho los seres humanos para no volver a repetirlo, pero como somos más “seres” que humanos racionales, me da que no servirá de mucho. Al menos, para mí, tiene una utilidad demostrable: sigo haciendo lo que tengo que hacer, en tiempo y forma, pero me evado de una realidad que ya no me dice ni me aporta absolutamente nada. Es como si el tiempo se pasase sin aprovecharlo, un tiempo que no volverá y que perderemos de manera definitiva.
Cuando uno es consciente, finalmente, de que el tiempo es tiempo perdido, ya no hay vuelta atrás.
Nélida L. del Estal Sastre
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