EL BECARIO TARDÍO
Ponga un cine en su vida (III)
Esteban Pedrosa
Dejaba mi anterior entrega con el Principal, entonces con “gallinero” incluido y aquellos tocamientos impuros de los que ya ni te confesabas, asumiéndolos como parte del aprendizaje de la vida.
En el servicio militar, en el campamento de Araca, en Vitoria, nos ponían una vez por semana una película, de las que solo recuerdo “Irma, la Dulce”, vista entre palomitas y el bromuro que nos echaban en la comida, para aplacar nuestra virilidad, según decían y que yo tuve siempre como un infundio.
Ya en Madrid, los cines bailan en mi memoria y no puedo emparejarlos con ninguna película. Asistí al estreno de “Fiebre del sábado noche” a regañadientes, alentado por el refrán que dice que tiran más dos tetas que dos carretas, yo, que venía del cine de arte y ensayo, subtitulado, como lo fueron “Blow-Up” y la incombustible “Cuerno de cabra”, más de tres años en la cartelera de un cine del barrio de Argüelles y que he vuelto a ver, recientemente, y -¡ay- ya no me dice nada...
Proyecciones, Callao, Azul, Avenida, Bilbao, Capitol, son nombres que recuerdo ahora y los estrenos de algunas películas: “La naranja mecánica”, “Jesucristo superstar”, “El gran dictador”, la ya mencionada de Travolta… Y viene también a mi memoria el cine Bécquer, de los llamados de barrio, situado en la calle Baleares, en Carabanchel y cercano a mi casa, al que acudí alguna vez con una novia de entonces y un aspirante a cuñado de ocho o nueve años que, en lugar de ver la película, vigilaba a su hermana y estaba pendiente de mis manos y todos nuestros movimientos. Alguna vez se lo he recordado y se ríe, pero bien que nos hizo la puñeta entonces, aunque al Bécquer lo pongo en la lista de los mejores cines de mi vida, junto con todos los demás.
Dejaba mi anterior entrega con el Principal, entonces con “gallinero” incluido y aquellos tocamientos impuros de los que ya ni te confesabas, asumiéndolos como parte del aprendizaje de la vida.
En el servicio militar, en el campamento de Araca, en Vitoria, nos ponían una vez por semana una película, de las que solo recuerdo “Irma, la Dulce”, vista entre palomitas y el bromuro que nos echaban en la comida, para aplacar nuestra virilidad, según decían y que yo tuve siempre como un infundio.
Ya en Madrid, los cines bailan en mi memoria y no puedo emparejarlos con ninguna película. Asistí al estreno de “Fiebre del sábado noche” a regañadientes, alentado por el refrán que dice que tiran más dos tetas que dos carretas, yo, que venía del cine de arte y ensayo, subtitulado, como lo fueron “Blow-Up” y la incombustible “Cuerno de cabra”, más de tres años en la cartelera de un cine del barrio de Argüelles y que he vuelto a ver, recientemente, y -¡ay- ya no me dice nada...
Proyecciones, Callao, Azul, Avenida, Bilbao, Capitol, son nombres que recuerdo ahora y los estrenos de algunas películas: “La naranja mecánica”, “Jesucristo superstar”, “El gran dictador”, la ya mencionada de Travolta… Y viene también a mi memoria el cine Bécquer, de los llamados de barrio, situado en la calle Baleares, en Carabanchel y cercano a mi casa, al que acudí alguna vez con una novia de entonces y un aspirante a cuñado de ocho o nueve años que, en lugar de ver la película, vigilaba a su hermana y estaba pendiente de mis manos y todos nuestros movimientos. Alguna vez se lo he recordado y se ríe, pero bien que nos hizo la puñeta entonces, aunque al Bécquer lo pongo en la lista de los mejores cines de mi vida, junto con todos los demás.
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