ME QUEDA LA PALABRA
España y el surrealismo político
España, la nación más antigua de Europa, vive un momento surrealista, una paradoja política. Verbigracia: la ministra de Igualdad, señora o, señore, pareja o paraje, del desaparecido Pablo Iglesias, profeta del neomarxismo, quiere que el Tribunal de Cuentas se olvide de la deuda de los secesionistas, por malversación de dinero público, que no es de nadie, al decir de la vice Calvo, con el Estado. Traduzco: quiere que nosotros, el resto de España, perdone la deuda de los ricos, que los pobres paguemos sus alegrías. ¡Viva la igualdad de esta santa ministra! Y, además, siendo una comunista confesa, convencida, bautizada, por ende internacionalista, defiende el nacionalismo catalán, región poderosa, enriquecida, desde hace casi siglo y medio por los gobiernos españoles. Paradoja política, ironía ideológica.
Los sindicatos de clase, no sé de cuál, también han mostrado su apoyo a los indultos, a que los representantes políticos de los empresarios catalanes, los que, al decir de UGT y CC.OO., los que explotan al proletariado, siempre según su particular entender, defienden. El tal José María Álvarez, nacido en Asturias, pero transformado en secesionista, un charnego para los catalanes de raza, ha acabado con la lucha de clases marxista y con una posible dictadura del proletariado. ¡Un sindicalista defendiendo a los capitalistas! Esperpéntico.
Y, como colofón de este surrealismo político, el presidente que se traiciona a sí mismo, que no sabe quién es el auténtico, porque lo que piensa al alba cambia de postulado a la postura del astro rey, nos habla de perdón, de paz, de convivencia, de concordia, cuando los políticos catalanes multan a los españoles que rotulan sus negocios en castellano, cuando los niños españoles no puede estudiar en su idioma en los colegios públicos, cuando el pujolismo considera superior al catalán que a los emigrantes de otras regiones españolas.
Sánchez quiere que abracemos a nuestros verdugos, a los que se niegan a contribuir con sus impuestos a que la España pobre, la olvidada, la vaciada por decisiones políticas, se desarrolle. Anhela que pongamos la otra mejilla. ¡Qué cristiano es este hombre!
El presidente quiere mantener los privilegios de la Cataluña rica, mientras se olvida de los pueblos de Sayago, Aliste, Sanabria, por citar comarcas zamoranas. Elige Figueras y obvia Alcañices, atravesada por su dorsal, por su columna vertebral, por una carretera nacional, que nadie transforma en autovía, o Bermillo.
Diáfano: es un socialista revolucionario. No se olvida que los indultos son de utilidad pública. Nosotros, los zamoranos, somos desecho de tienta, pobres, lumpen. Y la izquierda española tiene querencia por los poderosos: Banco Santander, BBVA, Telefónica, los que mantienen la prensa de izquierdas. Surrealismo. ¡Qué izquierda tan anacrónica!
Eugenio-Jesús de Ávila
España, la nación más antigua de Europa, vive un momento surrealista, una paradoja política. Verbigracia: la ministra de Igualdad, señora o, señore, pareja o paraje, del desaparecido Pablo Iglesias, profeta del neomarxismo, quiere que el Tribunal de Cuentas se olvide de la deuda de los secesionistas, por malversación de dinero público, que no es de nadie, al decir de la vice Calvo, con el Estado. Traduzco: quiere que nosotros, el resto de España, perdone la deuda de los ricos, que los pobres paguemos sus alegrías. ¡Viva la igualdad de esta santa ministra! Y, además, siendo una comunista confesa, convencida, bautizada, por ende internacionalista, defiende el nacionalismo catalán, región poderosa, enriquecida, desde hace casi siglo y medio por los gobiernos españoles. Paradoja política, ironía ideológica.
Los sindicatos de clase, no sé de cuál, también han mostrado su apoyo a los indultos, a que los representantes políticos de los empresarios catalanes, los que, al decir de UGT y CC.OO., los que explotan al proletariado, siempre según su particular entender, defienden. El tal José María Álvarez, nacido en Asturias, pero transformado en secesionista, un charnego para los catalanes de raza, ha acabado con la lucha de clases marxista y con una posible dictadura del proletariado. ¡Un sindicalista defendiendo a los capitalistas! Esperpéntico.
Y, como colofón de este surrealismo político, el presidente que se traiciona a sí mismo, que no sabe quién es el auténtico, porque lo que piensa al alba cambia de postulado a la postura del astro rey, nos habla de perdón, de paz, de convivencia, de concordia, cuando los políticos catalanes multan a los españoles que rotulan sus negocios en castellano, cuando los niños españoles no puede estudiar en su idioma en los colegios públicos, cuando el pujolismo considera superior al catalán que a los emigrantes de otras regiones españolas.
Sánchez quiere que abracemos a nuestros verdugos, a los que se niegan a contribuir con sus impuestos a que la España pobre, la olvidada, la vaciada por decisiones políticas, se desarrolle. Anhela que pongamos la otra mejilla. ¡Qué cristiano es este hombre!
El presidente quiere mantener los privilegios de la Cataluña rica, mientras se olvida de los pueblos de Sayago, Aliste, Sanabria, por citar comarcas zamoranas. Elige Figueras y obvia Alcañices, atravesada por su dorsal, por su columna vertebral, por una carretera nacional, que nadie transforma en autovía, o Bermillo.
Diáfano: es un socialista revolucionario. No se olvida que los indultos son de utilidad pública. Nosotros, los zamoranos, somos desecho de tienta, pobres, lumpen. Y la izquierda española tiene querencia por los poderosos: Banco Santander, BBVA, Telefónica, los que mantienen la prensa de izquierdas. Surrealismo. ¡Qué izquierda tan anacrónica!
Eugenio-Jesús de Ávila
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