Nélida L. Del Estal Sastre
Viernes, 16 de Julio de 2021
CON LOS CINCO SENTIDOS

Los sentidos que se quedan, los que se van

[Img #55122]He oído decir a expertos y también a personas que conozco, por haber padecido esto en sus carnes, que cuando uno de tus sentidos se debilita, los demás se ponen en guardia y aumentan su potencial para suplir la carencia del que  se va y abandona tu cuerpo poco a poco. Es cierto y me apena confirmarlo en carnes propias.

 

   Mis amigos saben que soy algo “Rompetechos”, pero mientras lleve mis maravillosas e imprescindibles lentillas progresivas, no hay nada que me detenga, nada que consiga que me achique o arredre ante los problemas que me afecten o afecten a los míos. Soy “proporcionadora de soluciones”, incansable batalladora de guerras perdidas de antemano y triunfadora en victorias pírricas.

 

   Mis ojos van perdiendo su agudeza con los años de tanto machacarlos leyendo y leyendo desde niña, con poca luz o con la luz inadecuada. Ya no hay remedio, salvo ir estirando su vida útil ayudándome de lentillas y gafas. He leído tanto y de manera tan atropellada que no pensé que en la medianía de mi edad, estaría escribiendo lo que escribo ahora. Cuando ningún soporte externo me acompaña y me libero de esos milagros en forma de lágrima para ver el mundo, me siento indefensa, absolutamente sola y vulnerable. Entreno a diario, cerrando los ojos y dejándome guiar por las manos y los recuerdos de dónde están situados los muebles, las paredes y las esquinas de mi casa. Mi padre hacía lo mismo y su degeneración macular lo dejó prácticamente  ciego a los 61 años.

 

   Camino por el pasillo y a veces, me tropiezo y me hago daño en un pie… pero no abro los ojos. Voy hasta la entrada y huelo el chocolate y la naranja que sutilmente impregnan mi hogar. Me imagino todos y cada uno de los objetos decorativos que he ido acumulando a lo largo de los años;  mi colección de instrumentos musicales en miniatura, mis libros, mis discos, mis perfumes... Al llegar al salón, voy hacia la librería y me invade una tristeza inmensa, inconmensurable, pensando que no podré ver las portadas de los libros ni fundirme con los adentros de cada línea. Quizá me quede en el interlineado como una sombra que siempre estuvo ahí. No quiero pensar que perderé completamente la vista o el oído algún día. No podré vivir sin leer, sin ver y sin oír la música que me gusta. No podría soportar no sentir más que la vibración y no las notas y emocionarme con ellas hasta el llanto, como hago ahora escuchando a Malher.

 

   Sigo caminando a oscuras, con los ojos cerrados y entro en mi habitación, me siento en la cama, para después, muy despacio, ir acomodando mi cuerpo a la longitud de mi lecho y a la latitud de la almohada. Huele a mí, a azahar, a fressia, a las cerezas de mi mascarilla capilar. Entonces me doy cuenta de que mi olfato ha aumentado en finura y sibaritismo de manera exponencial al mismo tiempo que mi vista se iba volviendo más y más cansada, quizá, cansada de mí y de este mundo que ya no me gusta.

 

   Podré quedarme ciega, podré quedarme sorda, pero mientras pueda oler tu cuello la pérdida será menos espantosa y más llevadera. Podré soportarlo.

Nélida L. del Estal Sastre

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