NOCTURNOS
La costumbre de amar
Me acostumbré a no amar, verbo que apenas conjugué en pretérito; como otra gente se acostumbra a vivir sin saber por qué, ni para qué. Me causaba fiebre el tedio querer a una mujer, y me aburría que me amasen tanto, de ese amor hasta la muerte, de esa mi cansina elegancia y mi afamada capacidad de seducción. Me harté de tanto amor sin causa, de un exceso de cópulas frívolas y éxtasis de tormenta seca, de viento y relámpago, de trueno y centella.
Viví para dar y recibir placer. Nada más. Quería saberlo todo de la vida. Y aún apenas sé nada de la muerte. Creí conocer las razones que te conducen al amor: belleza, sensibilidad, talento, inteligencia, ternura, delicadeza. Desde el frío tendido del sosiego, donde la pasión duerme, observé que el amor vulgar no es más que deseo, propiedad, posesión y egoísmo. Porque el amor es raro, sentimiento éter, sensación que, cual ola, entra en tu playa, roba tu arena, deja espuma y alguna concha, para buscar su sal entre las ingles de Poseidón.
Yo sé que amo, porque pienso más en esa mujer que en lo que queda en mí de hombre, de ser para el hedonismo, de ser para dejar de estar. Vivía por inercia, por cobardía, por dejadez. Llegué a creer que me soñaba, que no existía, que no era nadie, una especie de nada. Solo el amor me inyectó vida. Ahora puedo afirmar que amo luego existo.
Eugenio-Jesús de Ávila
Me acostumbré a no amar, verbo que apenas conjugué en pretérito; como otra gente se acostumbra a vivir sin saber por qué, ni para qué. Me causaba fiebre el tedio querer a una mujer, y me aburría que me amasen tanto, de ese amor hasta la muerte, de esa mi cansina elegancia y mi afamada capacidad de seducción. Me harté de tanto amor sin causa, de un exceso de cópulas frívolas y éxtasis de tormenta seca, de viento y relámpago, de trueno y centella.
Viví para dar y recibir placer. Nada más. Quería saberlo todo de la vida. Y aún apenas sé nada de la muerte. Creí conocer las razones que te conducen al amor: belleza, sensibilidad, talento, inteligencia, ternura, delicadeza. Desde el frío tendido del sosiego, donde la pasión duerme, observé que el amor vulgar no es más que deseo, propiedad, posesión y egoísmo. Porque el amor es raro, sentimiento éter, sensación que, cual ola, entra en tu playa, roba tu arena, deja espuma y alguna concha, para buscar su sal entre las ingles de Poseidón.
Yo sé que amo, porque pienso más en esa mujer que en lo que queda en mí de hombre, de ser para el hedonismo, de ser para dejar de estar. Vivía por inercia, por cobardía, por dejadez. Llegué a creer que me soñaba, que no existía, que no era nadie, una especie de nada. Solo el amor me inyectó vida. Ahora puedo afirmar que amo luego existo.
Eugenio-Jesús de Ávila
Normas de participación
Esta es la opinión de los lectores, no la de este medio.
Nos reservamos el derecho a eliminar los comentarios inapropiados.
La participación implica que ha leído y acepta las Normas de Participación y Política de Privacidad
Normas de Participación
Política de privacidad
Por seguridad guardamos tu IP
216.73.216.120