HABLEMOS
Zamora, en la impunidad de biciclos y patinetes
Carlos Domínguez
La verdad es que hasta nosotros nos olvidamos de esta Zamora resiliente, si no en quiebra respecto a lo demográfico, lo económico y en esencia lo vital. Por algo será.
Ello no menos que nos olvidamos del actual Consistorio, que después de la charlotada de hacer del Duero y esta ciudad una parodia mal traída de la cloaca comunista del Volga y Stalingrado, parece más centrado, valga la expresión y sin que cunda el ejemplo, en cuestiones administrativas, de las que la ciudadanía no tiene por cierto la menor noticia, siquiera por su intrascendencia en cuanto a mejoras reales.
Por eso hoy, dejando quizá lo grueso para mejor ocasión, quiero referirme a un pequeño detalle, a una insignificancia en la línea de aquellas que cabe atribuir a nuestra clase política local, a raíz de su gestión. No muy diferente, verdad es, a la de sus predecesores.
Hace algún tiempo, paseando por nuestra calle mayor, contemplé cómo un niñato a lomos de biciclo, otro más de los muchos que se lucen sorteando a viandantes a velocidad de vértigo, estuvo a punto de llevarse a un chiquillo por delante, a quien sus padres, confiados en la condición peatonal del lugar, habían dejado de la mano con el resultado previsible. ¡Vamos!, que el chaval decidió correr a su libre albedrío, mientras por detrás aparecía el imbécil del biciclo, que hubo de dar un brusco y sonoro frenazo, para no arrollarlo o acaso dejarlo en el sitio. La cosa afortunadamente quedó ahí, salvo porque el padre intentó echar mano del imbécil, supongo para pedirle amables explicaciones, algo imposible en tanto, como también cabe suponer, el valiente huyó a toda prisa previendo la somanta que justamente merecía.
¿Anécdota, o no tanto? Ciertamente lo segundo, porque tales vándalos a lomo de burra ecológica siguen señoreando nuestra calle mayor y aledañas, curiosamente todas peatonales, donde van, vienen, caracolean y se revuelven con absoluta impunidad, lamiendo los zancajos a pacíficos viandantes, sufridos ciudadanos a lo que parece privados tanto de derechos como de una mínima seguridad, en algo tan cotidiano como el transitar o el simple paseo.
Desconozco la orden, ordenanza, decreto o lo que fuere con rúbrica y sello oficial, que regula la cuestión. Diré que me importa un bledo, salvo por el hecho de que el problema va a más, incrementado ahora por la legión del patinete, que acelera por donde le viene en gana sin prudencia, casco ni respeto, no ya a una legalidad inexistente o que no se hace cumplir, sino al más elemental civismo fruto del sentido común.
El sr. Alcalde no menos que el sr. concejal de la cosa, supongo que tráfico, policía o algo así, deberían tomar de una vez cartas en el asunto, poniendo en su sitio, legal, pues el ecológico al ciudadano de a pie le importa una higa, a tanto inconsciente además de desaprensivo. Porque cualquier día vamos a tener un disgusto.
Y quede dicho lo menudo, dejando si se tercia lo grueso para mejor ocasión.
La verdad es que hasta nosotros nos olvidamos de esta Zamora resiliente, si no en quiebra respecto a lo demográfico, lo económico y en esencia lo vital. Por algo será.
Ello no menos que nos olvidamos del actual Consistorio, que después de la charlotada de hacer del Duero y esta ciudad una parodia mal traída de la cloaca comunista del Volga y Stalingrado, parece más centrado, valga la expresión y sin que cunda el ejemplo, en cuestiones administrativas, de las que la ciudadanía no tiene por cierto la menor noticia, siquiera por su intrascendencia en cuanto a mejoras reales.
Por eso hoy, dejando quizá lo grueso para mejor ocasión, quiero referirme a un pequeño detalle, a una insignificancia en la línea de aquellas que cabe atribuir a nuestra clase política local, a raíz de su gestión. No muy diferente, verdad es, a la de sus predecesores.
Hace algún tiempo, paseando por nuestra calle mayor, contemplé cómo un niñato a lomos de biciclo, otro más de los muchos que se lucen sorteando a viandantes a velocidad de vértigo, estuvo a punto de llevarse a un chiquillo por delante, a quien sus padres, confiados en la condición peatonal del lugar, habían dejado de la mano con el resultado previsible. ¡Vamos!, que el chaval decidió correr a su libre albedrío, mientras por detrás aparecía el imbécil del biciclo, que hubo de dar un brusco y sonoro frenazo, para no arrollarlo o acaso dejarlo en el sitio. La cosa afortunadamente quedó ahí, salvo porque el padre intentó echar mano del imbécil, supongo para pedirle amables explicaciones, algo imposible en tanto, como también cabe suponer, el valiente huyó a toda prisa previendo la somanta que justamente merecía.
¿Anécdota, o no tanto? Ciertamente lo segundo, porque tales vándalos a lomo de burra ecológica siguen señoreando nuestra calle mayor y aledañas, curiosamente todas peatonales, donde van, vienen, caracolean y se revuelven con absoluta impunidad, lamiendo los zancajos a pacíficos viandantes, sufridos ciudadanos a lo que parece privados tanto de derechos como de una mínima seguridad, en algo tan cotidiano como el transitar o el simple paseo.
Desconozco la orden, ordenanza, decreto o lo que fuere con rúbrica y sello oficial, que regula la cuestión. Diré que me importa un bledo, salvo por el hecho de que el problema va a más, incrementado ahora por la legión del patinete, que acelera por donde le viene en gana sin prudencia, casco ni respeto, no ya a una legalidad inexistente o que no se hace cumplir, sino al más elemental civismo fruto del sentido común.
El sr. Alcalde no menos que el sr. concejal de la cosa, supongo que tráfico, policía o algo así, deberían tomar de una vez cartas en el asunto, poniendo en su sitio, legal, pues el ecológico al ciudadano de a pie le importa una higa, a tanto inconsciente además de desaprensivo. Porque cualquier día vamos a tener un disgusto.
Y quede dicho lo menudo, dejando si se tercia lo grueso para mejor ocasión.





























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