La apatía del amor

Cuando se vive por inercia, se ama con apatía. A los amores muertos, se les echa tierra de olvido. Ni cruces ni lápidas que señalen el lugar donde yacen los restos de la pasión. Nunca debemos regresar a la tumba que nos recuerda el dolor. Ni flores ni lágrimas. Los amores, con más carne que seso, con más sexo que poesía, mueren jóvenes, sin madurar.

La rutina es la asesina silente de la pareja. El amor se cultiva todos los días, desde el alba a la postura del sol; se le abona con ternura, con delicadeza, con detalles. Y crece y, cuando ofrece sus frutos, los compartes, los disfrutas.  Cosecha de delicias y voluptuosidad, de inteligencia y poesía. El placer de amar solo se alcanza cuando se comparte, cuando el nirvana se vive al unísono, entre hombre y mujer, dos sexos distintos que se encuentran en un mismo espacio espiritual. Cuando el  tú y el yo se pierden en un solo ser, en la misma esencia. Cuando nos olvidamos de nosotros para encontrarnos en otro.

Romper con la desidia, el tedio, el aburrimiento que provocan los amores muertos, compartidos en pareja, implica coraje, valor, decisión, verdad. Hay uniones entre hombre y mujer que despiden olor a muerte, a podredumbre, a pus.  Siento profunda tristeza cuando percibo matrimonios inertes, moribundos, descompuestos. Se denota la falta de pasión, en las miradas,  que no ven, que carecen de profundidad, de alegría;  en los gestos,  carentes de gracia, de elegancia, de clase; en los párpados, que se convierten en pesadas losas de acero, casi imposible de mantener abiertos. El cáncer del desamor se propaga por todo el cuerpo del que lo padece, metástasis que devora hasta el último movimiento de las pestañas.

Cuando amas, vibras, vives cual poema, cualquier palabra que pronuncia tu amada; el tiempo camina más despacio, como si las agujas del reloj de la vida se detuvieran; tu boca es una sonrisa; nada te enoja, crees en el ser humano, en la amistad y hasta en Dios. El amor acaba con el ateísmo. 

El amor, si deja de ser, conviértelo en polvo de recuerdo y espárcelo por el valle de la desesperanza.

Eugenio-Jesús de Ávila