RES PÚBLICA
La corrupción política, clave de la decadencia de España
Existen sutiles diferencias en cuanto a las múltiples corrupciones de socialistas y populares a lo largo de la ya larga historia de la democracia, o lo que sea este sistema así llamado, pero en el que no existe división de poderes y la Ley Electoral es injusta.
No escribiré sobre la zahúrda catalana de los Pujol y otros golfos racistas, porque me queda muy lejos. No obstante, Felipe González, que pudo acabar con el honorable -¡manda huevos, que título!- cuando lo de Banca Catalana, mandó parar al Fiscal Anticorrupción, Villarejo –no confundir con el amigo de Lola, la nueva fiscal general del Estado y ex ministra de Justicia, y el juez prevaricador Garzón- y, desde entonces España comenzó a resquebrajarse. Aznar, como habla la lengua de Spriu en la intimidad, mantuvo al doble de Kuato, personaje de la película “Desafío total”, en la Sicilia catalana.
Regreso al génesis de este artículo. Las golferías de PSOE y PP, aunque buscan el mismo objetivo, el enriquecimiento ilícito, se distinguen en que los socialistas roban para el colectivo, no para toda la militancia, sino para la nomenklatura, para la clase dirigente, y dejan algo para el partido; mientras que los populares ejercen de cacos de manera individual, si bien se paga a los hacedores de la corrupción, a los currantes de las estafas. El PP, si le sale bien la corruptela, las extrapola allí donde gobierna, donde tiene poder. El PSOE improvisa. Se queda con dinero público de forma ilegal, dependiendo de la geografía en la que haya construido su tela de araña política. Los matices resultan esenciales en estos casos de podredumbre ética.
Los hunos y los otros se disputan quién es más depravado, quién delinque mejor o peor, quién lo vende edulcorado para que el pueblo se lo trague; pero admiten, de forma implícita, que se envilecieron. Antaño, cuando la Dictadura se moría de muerte natural, sin que nadie la empujase al precipicio de la historia, los jóvenes, cual era mi caso, izquierdistas apasionados, idealistas utópicos, creíamos que lo que distinguía a los partidos marxistas –el PSOE no existía, pero lo dejamos en la Guerra Civil siendo revolucionario- de los conservadores estribaba en poner en práctica virtudes como la austeridad, sobriedad, seriedad e incorruptibilidad. Cándido de mí, imaginé que un hombre de izquierdas se acercaba a la santidad. Yo lo era entonces. Solo pecaba contra el sexto. Nunca he pecado más que en la búsqueda del placer.
El tiempo me descubrió cuan equivocado me hallaba en mis años de noble juventud. Al llegar al poder, apareció el acné de la deshonestidad en la izquierda, tal cual acontece en el rostro de los niños y niñas en su adolescencia. El poder descompuso a los que prometían justicia e igualdad, honradez y verdad. La derecha, que se avergüenza de serlo, acomplejada ante la izquierda, imitó, con otros procedimientos, los vicios del sistema, ideal para que la corrupción ofrezca extraordinarias cosechas.
Los nacionalistas, hijos de la ideología más perversa, tan considerados por las izquierdas españolas, aprovecharon la depravación de los dos grandes partidos españoles -¿lo son aún?- para horadar la democracia, para desestructurar España, para derruirla.
PSOE y PP, cogidos por los testículos de las miserias políticas, chantajeados por los PNV, CiU y su nueva denominación, ERC y Bildu, se convirtieron en cómplices de la demolición de la nación más vieja de Europa. Se comprende que un marxista, por definición antipatriota, dado su internacionalismo, pase de España, de su democracia burguesa, porque su objetivo hallase en la revolución socialista, umbral de la dictadura del proletariado, que traerá el paraíso en la tierra; pero que los partidos que se autoproclaman españoles lo consientan me parece un crimen de lesa patria, una felonía a la nación y a su historia.
La corrupción política, precedida por la degradación ética y moral de la sociedad, nos ha conducido al apocalipsis de la democracia española. A una política tabernaria, incompetente, de amigachos, de botín y sin ninguna idea alta, le corresponde un pueblo obtuso, de botarates, loquinarios, gente impresionable, ligera, sentimental y de poca chaveta…insufrible por su inepcia, injusticia, mezquindad y tontería. Algo parecido escribió Azaña, en plena Guerra Civil, de las izquierdas españolas. Ahora también valdrían para las derechas, para todos.
La corrupción política, gestada en los primeros años del sistema y potenciada a medida que se sucedían gobiernos del PSOE y PP, acomplejados y coaccionados ante los distintos secesionismos, acabará destruyendo la democracia española más pronto que tarde. Los buitres y las hienas de la política, de la demagogia y la retórica esperan su festín, devorar los huesos de España, un esqueleto de nación, la carroña de la patria.
Eugenio-Jesús de Ávila
Existen sutiles diferencias en cuanto a las múltiples corrupciones de socialistas y populares a lo largo de la ya larga historia de la democracia, o lo que sea este sistema así llamado, pero en el que no existe división de poderes y la Ley Electoral es injusta.
No escribiré sobre la zahúrda catalana de los Pujol y otros golfos racistas, porque me queda muy lejos. No obstante, Felipe González, que pudo acabar con el honorable -¡manda huevos, que título!- cuando lo de Banca Catalana, mandó parar al Fiscal Anticorrupción, Villarejo –no confundir con el amigo de Lola, la nueva fiscal general del Estado y ex ministra de Justicia, y el juez prevaricador Garzón- y, desde entonces España comenzó a resquebrajarse. Aznar, como habla la lengua de Spriu en la intimidad, mantuvo al doble de Kuato, personaje de la película “Desafío total”, en la Sicilia catalana.
Regreso al génesis de este artículo. Las golferías de PSOE y PP, aunque buscan el mismo objetivo, el enriquecimiento ilícito, se distinguen en que los socialistas roban para el colectivo, no para toda la militancia, sino para la nomenklatura, para la clase dirigente, y dejan algo para el partido; mientras que los populares ejercen de cacos de manera individual, si bien se paga a los hacedores de la corrupción, a los currantes de las estafas. El PP, si le sale bien la corruptela, las extrapola allí donde gobierna, donde tiene poder. El PSOE improvisa. Se queda con dinero público de forma ilegal, dependiendo de la geografía en la que haya construido su tela de araña política. Los matices resultan esenciales en estos casos de podredumbre ética.
Los hunos y los otros se disputan quién es más depravado, quién delinque mejor o peor, quién lo vende edulcorado para que el pueblo se lo trague; pero admiten, de forma implícita, que se envilecieron. Antaño, cuando la Dictadura se moría de muerte natural, sin que nadie la empujase al precipicio de la historia, los jóvenes, cual era mi caso, izquierdistas apasionados, idealistas utópicos, creíamos que lo que distinguía a los partidos marxistas –el PSOE no existía, pero lo dejamos en la Guerra Civil siendo revolucionario- de los conservadores estribaba en poner en práctica virtudes como la austeridad, sobriedad, seriedad e incorruptibilidad. Cándido de mí, imaginé que un hombre de izquierdas se acercaba a la santidad. Yo lo era entonces. Solo pecaba contra el sexto. Nunca he pecado más que en la búsqueda del placer.
El tiempo me descubrió cuan equivocado me hallaba en mis años de noble juventud. Al llegar al poder, apareció el acné de la deshonestidad en la izquierda, tal cual acontece en el rostro de los niños y niñas en su adolescencia. El poder descompuso a los que prometían justicia e igualdad, honradez y verdad. La derecha, que se avergüenza de serlo, acomplejada ante la izquierda, imitó, con otros procedimientos, los vicios del sistema, ideal para que la corrupción ofrezca extraordinarias cosechas.
Los nacionalistas, hijos de la ideología más perversa, tan considerados por las izquierdas españolas, aprovecharon la depravación de los dos grandes partidos españoles -¿lo son aún?- para horadar la democracia, para desestructurar España, para derruirla.
PSOE y PP, cogidos por los testículos de las miserias políticas, chantajeados por los PNV, CiU y su nueva denominación, ERC y Bildu, se convirtieron en cómplices de la demolición de la nación más vieja de Europa. Se comprende que un marxista, por definición antipatriota, dado su internacionalismo, pase de España, de su democracia burguesa, porque su objetivo hallase en la revolución socialista, umbral de la dictadura del proletariado, que traerá el paraíso en la tierra; pero que los partidos que se autoproclaman españoles lo consientan me parece un crimen de lesa patria, una felonía a la nación y a su historia.
La corrupción política, precedida por la degradación ética y moral de la sociedad, nos ha conducido al apocalipsis de la democracia española. A una política tabernaria, incompetente, de amigachos, de botín y sin ninguna idea alta, le corresponde un pueblo obtuso, de botarates, loquinarios, gente impresionable, ligera, sentimental y de poca chaveta…insufrible por su inepcia, injusticia, mezquindad y tontería. Algo parecido escribió Azaña, en plena Guerra Civil, de las izquierdas españolas. Ahora también valdrían para las derechas, para todos.
La corrupción política, gestada en los primeros años del sistema y potenciada a medida que se sucedían gobiernos del PSOE y PP, acomplejados y coaccionados ante los distintos secesionismos, acabará destruyendo la democracia española más pronto que tarde. Los buitres y las hienas de la política, de la demagogia y la retórica esperan su festín, devorar los huesos de España, un esqueleto de nación, la carroña de la patria.
Eugenio-Jesús de Ávila































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