ZAMORANA
Gente tóxica
No me gusta la gente insidiosa, el que va por la vida creyéndose dueño absoluto, hinchando el pecho, mirando a los demás por encima del hombro, buscando defectos ajenos para ocultar los propios. Esas personas se consideran superiores, con derecho a juzgar y criticar todo y a todos, como jueces inexcusables; personas que son capaces de destruir reputaciones consolidadas, poner en tela de juicio con sus vehementes afirmaciones hechos constatados y ciertos porque, en definitiva, lo que les mueve es decir siempre la última palabra.
¡Quién no ha conocido individuos de ese pelaje! Están en todas partes: en los trabajos para pisar cabezas y situarse en mejor posición; en las familias para que se les escuche levantando la voz y siendo el jefe de la manada; en la iglesia, sobre el púlpito cadenciando vocablos y jugando con la palabra; en la escuela, palmeta en mano –ya sea real o metafórica- para tener sometidos a sus alumnos… Están por todas partes, todos conocemos a alguna de estas especies: depredadoras, insensibles, nocivas, que solo aportan comentarios tóxicos para hacer la vida más estéril, abundando en la negación, regodeándose con el infortunio, deleitándose con lo negativo.
Huyo de ellos porque se les reconoce fácilmente, suelen estar solos, no frecuentan amistades y se tratan con poca gente, a menos que sean de su propia cuerda. Me aterran porque no suelen prever las consecuencias de sus actos y como la maledicencia es consustancial a su forma de vida, por donde pasan dejan una estela de infamia y calumnia muy difícil de soslayar porque acusando, aunque sea sin pruebas, la difamación puede más que la verdad y resulta muy complicado restituir un honor que previamente alguien sin el menor pudor, ha pisoteado tan solo porque esa es su forma de ser.
No hace mucho he tenido noticia de un caso en el que alguien con toda desvergüenza, ponía en tela de juicio la honorabilidad de una persona y de una institución con los únicos argumentos de una supuesta sospecha personal, sin pruebas, sin datos comprobables, únicamente con la difamación por argumento, y en él se apoyaba en una extensa e incongruente misiva dirigida a esas altas instancias que no le conocen, pero a través de la carta, pueden incluso dudar de la honestidad de la persona afrentada.
El afectado sonreía con amargura mientras me leía la sarta de falsedades e improperios que contenía el escrito y solo podían provocar irritación. El afectado es un buen hombre, una persona honrada a carta cabal, envidiado por muchos y admirado por otros tantos, pero en este país de pacotilla, de esa charanga y pandereta machadiana, al final desgraciadamente suele cumplirse el dicho ese de: “calumnia, que algo queda”
Mª Soledad Martín Turiño
No me gusta la gente insidiosa, el que va por la vida creyéndose dueño absoluto, hinchando el pecho, mirando a los demás por encima del hombro, buscando defectos ajenos para ocultar los propios. Esas personas se consideran superiores, con derecho a juzgar y criticar todo y a todos, como jueces inexcusables; personas que son capaces de destruir reputaciones consolidadas, poner en tela de juicio con sus vehementes afirmaciones hechos constatados y ciertos porque, en definitiva, lo que les mueve es decir siempre la última palabra.
¡Quién no ha conocido individuos de ese pelaje! Están en todas partes: en los trabajos para pisar cabezas y situarse en mejor posición; en las familias para que se les escuche levantando la voz y siendo el jefe de la manada; en la iglesia, sobre el púlpito cadenciando vocablos y jugando con la palabra; en la escuela, palmeta en mano –ya sea real o metafórica- para tener sometidos a sus alumnos… Están por todas partes, todos conocemos a alguna de estas especies: depredadoras, insensibles, nocivas, que solo aportan comentarios tóxicos para hacer la vida más estéril, abundando en la negación, regodeándose con el infortunio, deleitándose con lo negativo.
Huyo de ellos porque se les reconoce fácilmente, suelen estar solos, no frecuentan amistades y se tratan con poca gente, a menos que sean de su propia cuerda. Me aterran porque no suelen prever las consecuencias de sus actos y como la maledicencia es consustancial a su forma de vida, por donde pasan dejan una estela de infamia y calumnia muy difícil de soslayar porque acusando, aunque sea sin pruebas, la difamación puede más que la verdad y resulta muy complicado restituir un honor que previamente alguien sin el menor pudor, ha pisoteado tan solo porque esa es su forma de ser.
No hace mucho he tenido noticia de un caso en el que alguien con toda desvergüenza, ponía en tela de juicio la honorabilidad de una persona y de una institución con los únicos argumentos de una supuesta sospecha personal, sin pruebas, sin datos comprobables, únicamente con la difamación por argumento, y en él se apoyaba en una extensa e incongruente misiva dirigida a esas altas instancias que no le conocen, pero a través de la carta, pueden incluso dudar de la honestidad de la persona afrentada.
El afectado sonreía con amargura mientras me leía la sarta de falsedades e improperios que contenía el escrito y solo podían provocar irritación. El afectado es un buen hombre, una persona honrada a carta cabal, envidiado por muchos y admirado por otros tantos, pero en este país de pacotilla, de esa charanga y pandereta machadiana, al final desgraciadamente suele cumplirse el dicho ese de: “calumnia, que algo queda”
Mª Soledad Martín Turiño
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