HABLEMOS
Occidente al borde del colapso
Carlos Domínguez
Se consumó la indignidad, no precisamente aunque también, por parte de unos EE.UU cansados de poner los caídos, las armas y el dinero, mientras la abyección moral y política de las potencias europeas, hoy a revoltijo y piñata presupuestaria de la UE, las llevó a aprovecharse de la protección anglosajona bajo paraguas de la OTAN, al tiempo que denostaban y traicionaban a quienes, aun desde el designio sin duda imperial de la pax americana, han ejercido de garantes de la libertad en el mundo desde los días de la posguerra.
El desastre de Afganistán es una tragedia de proporciones incalculables. El triunfo del islamismo radical en ese país, más allá del efecto geoestratégico inmediato, significa que USA, principal valedor de la democracia y la libertad en el ámbito de nuestra civilización, ha sufrido un durísimo golpe que pone en entredicho su liderazgo, aunque fundamentalmente su capacidad geopolítica y militar. Occidente, desde la cobardía de una Europa en manos hace décadas de una socialdemocracia al servicio soterrado de la Rusia imperialista en la versión que se quiera (soviética o putiniana), se halla ya por completo a merced de las dos grandes potencias comunistas que jamás dejaron de serlo, desde un mismo y único designio.
Respecto a la Rusia y la China asiáticas, habrá sin duda agresión militar contra Occidente, como la ha habido ya por parte de la primera a costa de Ucrania en Crimea, y a día de hoy en el Bajo Don. Por lo que atañe a China, sería ilusorio creer que ha sido ajena a la victoria talibán, con lo que ésta supone de cambio en los equilibrios de poder dentro de la región. E igualmente lo sería pensar que ha renunciado a la anexión de Taiwán, juzgada territorio propio. De ir a lo cercano, lo ocurrido en Hong Kong constituye un funesto augurio, en cuanto anuncio de su voluntad expansionista y totalitaria. Súmese a lo anterior la penetración en África, unida a la creciente influencia en medio continente americano, viniendo a reforzar la de una nunca desaparecida y hoy desatada Rusia (ex) soviética.
Asistimos a un vuelco extremo de las relaciones de fuerza a nivel planetario, con independencia de etiquetas ideológicas que nunca enmascaran lo esencial: el dominio geopolítico y territorial de los Estados hegemónicos. El hecho para nosotros no es baladí, pues, al margen de la amenaza real a nuestro sistema de libertades, nos coloca ante aquello que una Europa rastrera y bienpensante siempre quiso evitar: el conflicto directo en áreas de tensión máxima como la Europa oriental y central, así como el Oriente Medio y el arco del Pacífico, desde Taiwán al archipiélago japonés, con las dos Coreas de por medio. Conflicto que entrañaría un riesgo añadido. Ante un futuro episodio similar al afgano, protagonizado en estas áreas no ya por facciones fanatizadas, sino por minorías étnicas, religiosas o nacionales, incluso por países satélites del imperialismo comunista, ¿qué capacidad de reacción tendría una potencia en horas bajas como EE.UU., para defenderse ella misma, aun dejando de lado a unos países europeos que, salvo quizás el Reino Unido, nada cuentan en la escena internacional? Ni más ni menos, y ése será el siguiente escenario, el empleo de armas nucleares tácticas. A continuación sólo Dios dirá, también para unas sociedades decrépitas y parásitas, practicantes en Europa del culto al muy nutricio e idolatrado Bienestar.
Se consumó la indignidad, no precisamente aunque también, por parte de unos EE.UU cansados de poner los caídos, las armas y el dinero, mientras la abyección moral y política de las potencias europeas, hoy a revoltijo y piñata presupuestaria de la UE, las llevó a aprovecharse de la protección anglosajona bajo paraguas de la OTAN, al tiempo que denostaban y traicionaban a quienes, aun desde el designio sin duda imperial de la pax americana, han ejercido de garantes de la libertad en el mundo desde los días de la posguerra.
El desastre de Afganistán es una tragedia de proporciones incalculables. El triunfo del islamismo radical en ese país, más allá del efecto geoestratégico inmediato, significa que USA, principal valedor de la democracia y la libertad en el ámbito de nuestra civilización, ha sufrido un durísimo golpe que pone en entredicho su liderazgo, aunque fundamentalmente su capacidad geopolítica y militar. Occidente, desde la cobardía de una Europa en manos hace décadas de una socialdemocracia al servicio soterrado de la Rusia imperialista en la versión que se quiera (soviética o putiniana), se halla ya por completo a merced de las dos grandes potencias comunistas que jamás dejaron de serlo, desde un mismo y único designio.
Respecto a la Rusia y la China asiáticas, habrá sin duda agresión militar contra Occidente, como la ha habido ya por parte de la primera a costa de Ucrania en Crimea, y a día de hoy en el Bajo Don. Por lo que atañe a China, sería ilusorio creer que ha sido ajena a la victoria talibán, con lo que ésta supone de cambio en los equilibrios de poder dentro de la región. E igualmente lo sería pensar que ha renunciado a la anexión de Taiwán, juzgada territorio propio. De ir a lo cercano, lo ocurrido en Hong Kong constituye un funesto augurio, en cuanto anuncio de su voluntad expansionista y totalitaria. Súmese a lo anterior la penetración en África, unida a la creciente influencia en medio continente americano, viniendo a reforzar la de una nunca desaparecida y hoy desatada Rusia (ex) soviética.
Asistimos a un vuelco extremo de las relaciones de fuerza a nivel planetario, con independencia de etiquetas ideológicas que nunca enmascaran lo esencial: el dominio geopolítico y territorial de los Estados hegemónicos. El hecho para nosotros no es baladí, pues, al margen de la amenaza real a nuestro sistema de libertades, nos coloca ante aquello que una Europa rastrera y bienpensante siempre quiso evitar: el conflicto directo en áreas de tensión máxima como la Europa oriental y central, así como el Oriente Medio y el arco del Pacífico, desde Taiwán al archipiélago japonés, con las dos Coreas de por medio. Conflicto que entrañaría un riesgo añadido. Ante un futuro episodio similar al afgano, protagonizado en estas áreas no ya por facciones fanatizadas, sino por minorías étnicas, religiosas o nacionales, incluso por países satélites del imperialismo comunista, ¿qué capacidad de reacción tendría una potencia en horas bajas como EE.UU., para defenderse ella misma, aun dejando de lado a unos países europeos que, salvo quizás el Reino Unido, nada cuentan en la escena internacional? Ni más ni menos, y ése será el siguiente escenario, el empleo de armas nucleares tácticas. A continuación sólo Dios dirá, también para unas sociedades decrépitas y parásitas, practicantes en Europa del culto al muy nutricio e idolatrado Bienestar.
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