Sábado, 13 de Septiembre de 2025

Mª Soledad Martín Turiño
Viernes, 20 de Agosto de 2021
ZAMORANA

El viaje

[Img #56042]Me alejo unos días del calor sin tregua en busca de un poco de frescor hacia tierras norteñas pensando en que, al menos, escaparé de los rigores de un agosto tardío que deja temperaturas extremas en todo el país.

Me gusta viajar en este ómnibus porque desde la parte de arriba consigo un puesto de privilegio, más cerca de las nubes, con una amplia panorámica para absorber el paisaje, los campos, los pueblos y las pocas personas que asoman para demostrar que siguen ahí, como dueños de aquellos parajes. La autovía es cómoda y hasta parece que viajamos en avión porque el rozamiento apenas se nota desde el segundo piso.

 

Resulta hermoso comprobar como cada pueblo, cada aldea por pequeña que sea, tiene su particular iglesia o ermita, y en lo alto del campanario anidan cigüeñas que ya están tan acostumbradas a su entorno, que no quieren emigrar. En algunos de estos lugares persiste aún un castillo o ruinas de la fortaleza que fue un día, y los ríos que bañan la austeridad de estas tierras zamoranas, yermas en apariencia, otorgan una pasajera nota de frescor en un paisaje de planicie.

 

Salpicados a lo largo del paisaje los enormes silos de grano siguen presentes, a pesar de no gozar de la importancia que tuvieron un día, cuando la comarca de Tierra de Campos era conocida como “el granero de España”; también siguen a pie de carretera las pequeñas industrias que han alcanzado importancia nacional: harineras, fábricas de embutidos, lácteos o legumbres.

 

No obstante, el campo es, sin duda, el protagonista en esta tierra plana, cerealista por antonomasia donde el trigo, la cebada o el centeno han sido los productos estrella; aunque, gracias a la introducción de canales y enormes artilugios de riego artificial, se han podido convertir en cultivos de regadío transformando estas áridas tierras de secano en fértiles y apropiadas para producir girasol, maíz o remolacha.

 

De vez en cuando como para apaciguar el paisaje árido, las manos del hombre han plantado hileras de árboles que convierten el panorama en algo más llevadero rompiendo la monotonía de la llanura, a la par que sirven para regalar una sombra que alguien agradecerá en los duros veranos.

 

Una vez cosechado el cereal, gavillas y pacas de paja se esparcen por los campos a la espera de llevarlas a los establos para alimentar al ganado, servir de cama para los animales domésticos: caballos, ganado bovino y ovino formando, así, la base del estiércol o –como se hacía antaño-, para la fabricación de casas, mezclando la paja con el barro y formando adobes que luego se secaban al sol; y no quiero olvidar las enormes laderas de viñedos que, en mi camino hacia el norte, pertenecen a la provincia de Valladolid pero que en la comarca de Toro tienen su principal exponente zamorano. Las cepas retorcidas y los zarcillos que luego se convertirán en frescos racimos de uva blanca o negra, ya sea de mesa o para producir vinos de merecido prestigio, no dejan de sorprenderme.

 

A lo largo del camino, y con el vertiginoso paso del ómnibus que devora kilómetros, apenas nos fijamos en la instalación de toda una red eléctrica en la que conviven los palos con los cableados de alta tensión, y las numerosas aves que se posan sin miedo en los hilos de la luz, o vuelan cercanas hasta cualquier arroyo o un charco donde seguro encontrarán alimento para ellos y su progenie.

 

A medida que me acerco a León el paisaje cambia y los enormes campos de trigo se ven sustituidos por árboles e inicio de las montañas que llegarán a su punto álgido al entrar en el Principado; montículos y una formidable cordillera esperan ser visitados; entre tanto continuamos dejando campos y pueblos, gentes que se intuyen con sus vidas diferentes, con sus penas y alegrías, tribulaciones y goces, como todos, como debe ser.

 

Este paisaje zamorano-leonés me acompañará aun cuando haya regresado a mi destino porque este suelo seco, estas laderas inmensas quedan grabadas en mi retina y porque, como suelo pensar, mi sangre contiene también un poco de esta tierra que labraron mis antepasados a fuerza de sudor y trabajo desde que tengo memoria.

 

Mª Soledad Martin Turiño

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