PASIÓN POR ZAMORA
La rebeldía con causa de los alcaldes de Ricobayo
Lección de orgullo y gallardía de los zamoranos de tierra y sol, de cereales y nubes
En nuestros campos todavía se respira con los pulmones del alma. Los zamoranos que habitan el agro han demostrado su bizarría en ese enfrentamiento singular con Iberdrola. Los alcaldes de los pueblos mancillados, despreciados, olvidados por la empresa hidroeléctrica, nos han enseñado a los que vivimos en la capital, muchos de nosotros nacidos en el medio rural, que todavía hay voces entre cereales y viñas, entre cascajos y ríos, entre montes y valles, capaces de hacerse oír, enemigas del silencio cuando te humillan y vilipendian. La Zamora ciudad calla y lleva en coma décadas. Se cierran sus comercios y no pasa nada. Los políticos incumplen sus promesas se pasean por Santa Clara con la frente alta, mientras la gente mira y calla.
Los regidores de esos pueblos, afectados por el embalse de Ricobayo, se cansaron de beber agua seca, de que sus ovejas pastaran cantos rodados, de que las cigüeñas surcaran sus cielos de piedra, de tolerar los caprichos económicos de una multinacional que anegó valles, ordeñó ríos y se llevó la energía producida y las plus valías obtenidas para otras regiones, donde se enriquecieron sus burgueses y emigraron los zamoranos con callos en las manos y en las costuras del alma.
Los alcaldes, como escribo, se reunieron para colocarse peto y espaldar, palabras escritas y verbos conjugados, para denunciar la afrenta de Iberdrola. Con una fe inquebrantable, escribieron cartas a todas las instituciones que podrían detener este cachondeo del agua, este expolio líquido, este robo de vida, este agravio ecológico. Y se enteraron los políticos europeos que velan por la verdad, que es la ley, e informaron de la felonía la prensa inglesa y la francesa, y entonces el Gobierno reaccionó y envió a Zamora a su secretario de Estado de Medio Ambiente, un político que conoce el asunto, que lo ha vivido, que es erudito en el agua y su complicado futuro; rara avis entre la fauna que se dedica a vivir de la res pública. Hugo Alfonso Morán, que así se llama el número 2 de Ministerio de Transición Ecológica, demostró altura, sabiduría y enorme respeto por los regidores de los pueblos. Y este magnífico político vino a Zamora porque los alcaldes, todos a una, se lanzaron al abordaje de ese transatlántico que les quedó sin su mar interior, una especie de barco pirata que esquilma a los humildes y premia a los poderosos.
La Zamora de la tierra, la que sabe cómo quema el sol y congela el hielo, vive, se rebela, combate, fustiga, pide y exige. Esa Zamora late, porque tiene un corazón de 10.500 km2. La otra Zamora, la aburguesada, la que habita tras las murallas, solo saber acicalarse por las mañanas, criticar en bares y ahora en terrazas y ver cómo se pasa la vida mientras se nos llegan las parcas de la inactividad económica y la despoblación.
Con la Zamora de siempre, la que mira al cielo, la que dibuja y pinta nubes, la que se despierta con el canto del gallo y conoce el secreto de lo sencillo, crece mi optimismo. Esa Zamora merece un partido político, una formación que no sea ni el PP ni el PSOE, que siempre han ido a lo suyo, y lo nuestro nunca lo contemplaron como propio.
Eugenio-Jesús de Ávila
En nuestros campos todavía se respira con los pulmones del alma. Los zamoranos que habitan el agro han demostrado su bizarría en ese enfrentamiento singular con Iberdrola. Los alcaldes de los pueblos mancillados, despreciados, olvidados por la empresa hidroeléctrica, nos han enseñado a los que vivimos en la capital, muchos de nosotros nacidos en el medio rural, que todavía hay voces entre cereales y viñas, entre cascajos y ríos, entre montes y valles, capaces de hacerse oír, enemigas del silencio cuando te humillan y vilipendian. La Zamora ciudad calla y lleva en coma décadas. Se cierran sus comercios y no pasa nada. Los políticos incumplen sus promesas se pasean por Santa Clara con la frente alta, mientras la gente mira y calla.
Los regidores de esos pueblos, afectados por el embalse de Ricobayo, se cansaron de beber agua seca, de que sus ovejas pastaran cantos rodados, de que las cigüeñas surcaran sus cielos de piedra, de tolerar los caprichos económicos de una multinacional que anegó valles, ordeñó ríos y se llevó la energía producida y las plus valías obtenidas para otras regiones, donde se enriquecieron sus burgueses y emigraron los zamoranos con callos en las manos y en las costuras del alma.
Los alcaldes, como escribo, se reunieron para colocarse peto y espaldar, palabras escritas y verbos conjugados, para denunciar la afrenta de Iberdrola. Con una fe inquebrantable, escribieron cartas a todas las instituciones que podrían detener este cachondeo del agua, este expolio líquido, este robo de vida, este agravio ecológico. Y se enteraron los políticos europeos que velan por la verdad, que es la ley, e informaron de la felonía la prensa inglesa y la francesa, y entonces el Gobierno reaccionó y envió a Zamora a su secretario de Estado de Medio Ambiente, un político que conoce el asunto, que lo ha vivido, que es erudito en el agua y su complicado futuro; rara avis entre la fauna que se dedica a vivir de la res pública. Hugo Alfonso Morán, que así se llama el número 2 de Ministerio de Transición Ecológica, demostró altura, sabiduría y enorme respeto por los regidores de los pueblos. Y este magnífico político vino a Zamora porque los alcaldes, todos a una, se lanzaron al abordaje de ese transatlántico que les quedó sin su mar interior, una especie de barco pirata que esquilma a los humildes y premia a los poderosos.
La Zamora de la tierra, la que sabe cómo quema el sol y congela el hielo, vive, se rebela, combate, fustiga, pide y exige. Esa Zamora late, porque tiene un corazón de 10.500 km2. La otra Zamora, la aburguesada, la que habita tras las murallas, solo saber acicalarse por las mañanas, criticar en bares y ahora en terrazas y ver cómo se pasa la vida mientras se nos llegan las parcas de la inactividad económica y la despoblación.
Con la Zamora de siempre, la que mira al cielo, la que dibuja y pinta nubes, la que se despierta con el canto del gallo y conoce el secreto de lo sencillo, crece mi optimismo. Esa Zamora merece un partido político, una formación que no sea ni el PP ni el PSOE, que siempre han ido a lo suyo, y lo nuestro nunca lo contemplaron como propio.
Eugenio-Jesús de Ávila
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