EL BECARIO TARDIO
Mi indignada favorita, unas cervezas, yo...
Esteban Pedrosa
Me encuentro con mi indignado favorito -al que no había vuelto a ver desde que esta pandemia habita entre nosotros- y lo primero que me echa en cara es el buenismo de mis últimas columnas, “en las que ya no te mojas”, me espeta, aún antes de que me defienda, pero sabiendo como es este, mi indignado favorito, lo dejo en su torbellino habitual de palabras, en las que quiere abarcar mucho y acaba anulando a su interlocutor.
Hemos subido a mi casa y, en compañía de unas cervezas, desgranamos la actualidad, aunque él la desmenuza. He tenido el gesto automático, nada más sentarnos, de encender el televisor y asistimos, atónitos, a las peripecias de una mujer que vive con su hijo como únicos habitantes de una pequeña localidad. Asunción, nombre ficticio, durante el invierno, tiene en su poder las llaves de las casas de todo el pueblo, por si las moscas, y dice tender su colada cada día en una casa distinta, en la terraza “para que se vea bien que la casa está habitada de cara a los amantes de lo ajeno”. Mi indignado favorito y yo nos reímos al unísono y no paramos en un buen rato. No he querido dar el nombre de la localidad para no ser cómplice en el pregón, de cara a los enemigos de lo ajeno, de que en una sola casa están todas las llaves del pueblo, custodiadas por dos personas mayores, más el anuncio de que cada terraza con ropa tendida es piso franco… Calculamos las personas que pueden ver ese programa, las veces que lo repetirán en años sucesivos y nos dan ganas de tener una casa en esa localidad para ir corriendo y rescatar nuestras llaves. “¿Se puede ser más inconsciente?, dice mi indignado favorito, para agregar después que estamos rodeados de gente estúpida y toda esa retahíla que suele soltar desde su indignación nacida en el 15M y que en el 15M se quedó, pensada para unos pocos días y que se ha vestido, ya, de eternidad.
Me encuentro con mi indignado favorito -al que no había vuelto a ver desde que esta pandemia habita entre nosotros- y lo primero que me echa en cara es el buenismo de mis últimas columnas, “en las que ya no te mojas”, me espeta, aún antes de que me defienda, pero sabiendo como es este, mi indignado favorito, lo dejo en su torbellino habitual de palabras, en las que quiere abarcar mucho y acaba anulando a su interlocutor.
Hemos subido a mi casa y, en compañía de unas cervezas, desgranamos la actualidad, aunque él la desmenuza. He tenido el gesto automático, nada más sentarnos, de encender el televisor y asistimos, atónitos, a las peripecias de una mujer que vive con su hijo como únicos habitantes de una pequeña localidad. Asunción, nombre ficticio, durante el invierno, tiene en su poder las llaves de las casas de todo el pueblo, por si las moscas, y dice tender su colada cada día en una casa distinta, en la terraza “para que se vea bien que la casa está habitada de cara a los amantes de lo ajeno”. Mi indignado favorito y yo nos reímos al unísono y no paramos en un buen rato. No he querido dar el nombre de la localidad para no ser cómplice en el pregón, de cara a los enemigos de lo ajeno, de que en una sola casa están todas las llaves del pueblo, custodiadas por dos personas mayores, más el anuncio de que cada terraza con ropa tendida es piso franco… Calculamos las personas que pueden ver ese programa, las veces que lo repetirán en años sucesivos y nos dan ganas de tener una casa en esa localidad para ir corriendo y rescatar nuestras llaves. “¿Se puede ser más inconsciente?, dice mi indignado favorito, para agregar después que estamos rodeados de gente estúpida y toda esa retahíla que suele soltar desde su indignación nacida en el 15M y que en el 15M se quedó, pensada para unos pocos días y que se ha vestido, ya, de eternidad.




























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