HABLEMOS
Alberto I, el Antiguo
Carlos Domínguez
Los grandes estadistas, a menudo reyes por bravura o por bragueta, tienden a adornarse con ordinal y regnal para dejar huella en la historia. Yendo a lo francés por cercano, Pipino pasó a los anales con un I a veces triunfo otras baldón, a falta de más. Pero en la ambición de eternizarse, de prodigarse y reabundarse por lo mucho en que se tienen pese a lo poco que valen, a raíz del juicio malicioso de ese pasado que tanto soban suelen portar título pegado a corona y ordinal. En Pipino el sobrenombre de el Breve, antes por alzada que por duración, toda vez que a bien ser le correspondía el Corto, por su escaso metro y medio de talla.
Digo esto porque en una nueva campa a la gallega, con meigas exultantes no sabemos si a causa de la queimada o el aura del líder, el Feijóo reinante en su particular e inexpugnable taifa ha hecho un descubrimiento digno de tenerse en cuenta, a efectos de regnal y onomástica. Desde una singular lucidez, a fin de cuentas acumula años y años de trono gaiteiro, lo cual sin duda es veteranía y grado, ha dictaminado la fugacidad: sic transit …, de líderes “de moda” que vienen, van, pasan y no quedan, desdibujados a los cuatro días para vegetar en la penosa sombra de lo que fueron.
Casualmente tales ectoplasmas serían condición ajena y nunca propia, es de entender, Rivera, Iglesias… y así, a la gallega o a la chita callando de meiga adivina, también Abascal como soplo, brisa o silbo fugaz. Pero atendiendo a la sutileza del personaje, rodando como rodaba ya en tiempos de don Manuel, para luego ir, venir, deambular a conveniencia de un español corriente a su original barbullo idiomático, acaso aludiera a un Casado más nuevo y más tierno, comparado con la coraza de aparato que él mismo exhibe, siempre al ojeo de Xunta y vaya usted a saber qué presidencia.
Quizás el secreto radique en la práctica clientelar de una Galicia que en lo institucional raya la cousa nosa, quiero decir siempre de los mismos, pues para qué cambiar cuando un cacicato u otro nos garantiza la pensión y la gaita, con la propina de idiosincrasia e inmersión educativa. En tales circunstancias, no es extraño que Feijóo esté a punto de entrar, escalar anales y heráldica del antiguo reino suevo, inaugurando regnal, ordinal y saga, con el I luciendo broche de el Eterno. Aun así, a la espera de acontecimientos lo dejaremos como aspirante a urnas e historia con el sobrenombre ducal de el Antiguo, y dada la tierra valdría Ahumado, no por nada sino visto lo mucho que su política tira a pote gallego, en lugar de al castizo y sustancioso cocidito madrileño. A elección de cada cual el ingrediente rey, en lo gastronómico no menos que en lo electoral. De cualquier forma, ya quisiéramos tener a don Santiago y don Alberto degustando mano a mano en Madrid el clásico garbanzo.
Los grandes estadistas, a menudo reyes por bravura o por bragueta, tienden a adornarse con ordinal y regnal para dejar huella en la historia. Yendo a lo francés por cercano, Pipino pasó a los anales con un I a veces triunfo otras baldón, a falta de más. Pero en la ambición de eternizarse, de prodigarse y reabundarse por lo mucho en que se tienen pese a lo poco que valen, a raíz del juicio malicioso de ese pasado que tanto soban suelen portar título pegado a corona y ordinal. En Pipino el sobrenombre de el Breve, antes por alzada que por duración, toda vez que a bien ser le correspondía el Corto, por su escaso metro y medio de talla.
Digo esto porque en una nueva campa a la gallega, con meigas exultantes no sabemos si a causa de la queimada o el aura del líder, el Feijóo reinante en su particular e inexpugnable taifa ha hecho un descubrimiento digno de tenerse en cuenta, a efectos de regnal y onomástica. Desde una singular lucidez, a fin de cuentas acumula años y años de trono gaiteiro, lo cual sin duda es veteranía y grado, ha dictaminado la fugacidad: sic transit …, de líderes “de moda” que vienen, van, pasan y no quedan, desdibujados a los cuatro días para vegetar en la penosa sombra de lo que fueron.
Casualmente tales ectoplasmas serían condición ajena y nunca propia, es de entender, Rivera, Iglesias… y así, a la gallega o a la chita callando de meiga adivina, también Abascal como soplo, brisa o silbo fugaz. Pero atendiendo a la sutileza del personaje, rodando como rodaba ya en tiempos de don Manuel, para luego ir, venir, deambular a conveniencia de un español corriente a su original barbullo idiomático, acaso aludiera a un Casado más nuevo y más tierno, comparado con la coraza de aparato que él mismo exhibe, siempre al ojeo de Xunta y vaya usted a saber qué presidencia.
Quizás el secreto radique en la práctica clientelar de una Galicia que en lo institucional raya la cousa nosa, quiero decir siempre de los mismos, pues para qué cambiar cuando un cacicato u otro nos garantiza la pensión y la gaita, con la propina de idiosincrasia e inmersión educativa. En tales circunstancias, no es extraño que Feijóo esté a punto de entrar, escalar anales y heráldica del antiguo reino suevo, inaugurando regnal, ordinal y saga, con el I luciendo broche de el Eterno. Aun así, a la espera de acontecimientos lo dejaremos como aspirante a urnas e historia con el sobrenombre ducal de el Antiguo, y dada la tierra valdría Ahumado, no por nada sino visto lo mucho que su política tira a pote gallego, en lugar de al castizo y sustancioso cocidito madrileño. A elección de cada cual el ingrediente rey, en lo gastronómico no menos que en lo electoral. De cualquier forma, ya quisiéramos tener a don Santiago y don Alberto degustando mano a mano en Madrid el clásico garbanzo.
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