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Redacción
Lunes, 13 de Septiembre de 2021
HABLEMOS

Realidad tozuda

Carlos Domínguez

[Img #56703]  El progresismo consiste en una ideología sin cimiento propio, nutrida de discursos y eslóganes varios. Pero no es nada sin aquello que lo sostiene con miras a su labor de zapa dentro de las sociedades desarrolladas, así como en el ámbito de democracias inseparables del Estado de derecho, donde subvierte gracias a la propaganda y la manipulación las clásicas libertades civiles, único amparo del ciudadano individual. Su andamiaje político es una socialdemocracia a la que Occidente legitimó para permitirle detentar el poder, aun ejerciendo de vistoso arlequín sin otra finalidad que blanquear una herencia totalitaria y antidemocrática.

 

   Hablar de progresismo equivale a hacerlo de una mezcla de ecologismo, anticapitalismo, antimilitarismo, ideologías de sexo y género, el multiculturalismo bajo pantalla de los derechos humanos, y cualquier otra visión artificial de la realidad, en forma de buenismo asociado a una palabrería que, de modo ingenuo o quizá no tanto en la línea del Rousseau charlatán, dice creer en la bondad natural del hombre y su especie, con lo que cualquier tensión, antagonismo o conflicto, se resolvería en lugar de por la ley y el derecho mediante la apelación a una ética insulsa además de plañidera, compartida supuestamente por la humanidad en todo tiempo y lugar.

 

   El desastre afgano ha revelado la ignorancia de un progresismo cartón piedra, en nada distinto a especulaciones de salón aventadas hasta la náusea por una prédica que santifican a diario los popes de la corrección política. Títere de fuerzas socialistas o comunistas bajo cualquier etiqueta, lo progresista se reduce a una colección de falsedades desmentidas por los hechos, resultando que, a comienzos del siglo XXI y bajo la bandera de la Agenda 20/30, el delirio optimista en que se apoya deviene pura fantasmagoría. Una barbarie acompañada del retorno a lo tribal acaba echando por tierra las banalidades que en Occidente se erigen en dogmas indiscutidos, pues ante lo inmediato del drama afgano, ¿en qué queda la mitomanía del cambio climático, igual que los empoderamientos de sexo y género, no menos que el multiculturalismo y la igualdad de los pueblos, desde la entelequia de unos derechos humanos abstractos, que jamás encajarán en un sistema de leyes positivas?

 

   Al margen de lo erróneo de su visión, lo progresista como ideología se mantiene merced a socialburocracias que adulteran el Estado de derecho a través de un ideario y programas que, incluso de forma blanda tanto como maligna, ha hecho valer especialmente en Europa una socialdemocracia en crisis debido a fracaso de su gran experimento social, no otro que un Estado del bienestar quebrado, después de adecentar y justificar a lo largo de décadas la herencia totalitaria del comunismo soviético.

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