Para los buenos

No permitas que nadie utilice, no sólo tu cuerpo, sino tu mente. El que lo haga,  no tiene derecho a reclamar para sí nada bueno, porque nada bueno le habrá de pasar.  

Todo se paga, todo se pierde si no lo cuidas, todo se apaga si no lo mantienes con luz. Si hiciste daño, o sólo si creíste hacerlo, pide perdón, pero que ese perdón sea sincero, porque si no es sincero se volverá en tu contra. Siempre pasa. No vas a librarte. Algo ocurrirá que te haga recordar que fuiste injusto con la persona equivocada y pagarás de una u otra manera tu osadía. Quizá hoy no,  ni mañana, quizá cuando te encuentres con el creador y éste no deje que lo acompañes. 

      A la gente buena no se le hace daño, nunca. Ni a la mala. A nadie. Curiosamente los que más daño hacen se prevalen de ir a misa de domingo, esto es un dato empírico que puedo demostrar sin lugar a duda alguna. Prefiero a la buena gente, la que te quiere o te aprecia sin fisuras, sea tu ideología la que sea, porque, amigos, ante la señora de la guadaña, todos somos un trozo de carne con ojos, el rico y el pobre, el listo y el ignorante, el bueno y el malo.  

       Pero debo pensar que hay un lugar especial reservado para los que han sido buenos y han dado su vida por el bienestar ajeno. Esos, por justicia, han de tener una posición preferente en el estadio del otro mundo, no un mísero asiento en la grada más alta, no. Estarán en la tribuna de honor, en un cómodo asiento, por fin, ya que sus posaderas casi ni tocaron algo tan suave por falta de tiempo... viendo el partido de la vida. En el que el bien gana por goleada siempre. Siempre. 

Nélida L. del Estal Sastre