EL BECARIO TARDIO
El frío y las graduaciones militares
Esteban Pedrosa
En estos días, cada vez más aplazados, siente uno el chirriar de ese carro invernal, que por más que lo engrases, viajará desde octubre -quién sabe si hasta marzo- con su ruido entre los huesos hasta aterirnos, acobardarnos, incluso, cuando la edad avanza y esto se convierte en un General Invierno venido a menos, pero que no dejará de ser un Sargento Invierno por estas latitudes.
Me viene a pelo nombrar esas graduaciones militares para recordar el servicio militar y el frío pasado en el campamento de Araca, Vitoria, compañía 22, todo un Capitán Invierno que subiría de graduación al llegar a Burgos y aquel Coronel Invierno helaba el Arlanzón, incluso congelaba los cojones del caballo del Cid Campeador, obra del escultor Juan Cristóbal, ubicada en el Paseo del Espolón, creo recordar, aunque ya saldrá algún toca huevos para corregirme, puesto que nos hemos metido con esos atributos masculinos de toda la vida, que alguien se empeñó en traducirlos a machotes y ahora son machistas, según el rasero del feminismo radical.
Me deshago del rodeo y retomo el frío y sus rigores. Las explanadas nevadas de Araca y aquel seguir el paso que te exigía la instrucción militar, con el hielo a medio quitar o mal quitado y sobre el que no podías resbalar, porque desfilabas para la patria y en aquella alineación no había suplentes y se esperaba de ti, cuanto menos, lealtad. Quien haya hecho la Mili, entenderá. Aunque pueda parecer extraño, me viene a la mente el frío de Madrid, cuando mi morada estaba en el barrio de Batán y salías del portal y te encontrabas con la Casa de Campo en su parte alta, con sus buenas heladas que creías haber soñado cuando bajabas a la ciudad y te recibía con su calidez.
No me he olvidado de Burgos, solo que allí conocí unas manos en las que calentarme, unos ojos que entibiaron mis últimos días de mili y el frío perdió cualquier graduación militar en la que compararse.
En estos días, cada vez más aplazados, siente uno el chirriar de ese carro invernal, que por más que lo engrases, viajará desde octubre -quién sabe si hasta marzo- con su ruido entre los huesos hasta aterirnos, acobardarnos, incluso, cuando la edad avanza y esto se convierte en un General Invierno venido a menos, pero que no dejará de ser un Sargento Invierno por estas latitudes.
Me viene a pelo nombrar esas graduaciones militares para recordar el servicio militar y el frío pasado en el campamento de Araca, Vitoria, compañía 22, todo un Capitán Invierno que subiría de graduación al llegar a Burgos y aquel Coronel Invierno helaba el Arlanzón, incluso congelaba los cojones del caballo del Cid Campeador, obra del escultor Juan Cristóbal, ubicada en el Paseo del Espolón, creo recordar, aunque ya saldrá algún toca huevos para corregirme, puesto que nos hemos metido con esos atributos masculinos de toda la vida, que alguien se empeñó en traducirlos a machotes y ahora son machistas, según el rasero del feminismo radical.
Me deshago del rodeo y retomo el frío y sus rigores. Las explanadas nevadas de Araca y aquel seguir el paso que te exigía la instrucción militar, con el hielo a medio quitar o mal quitado y sobre el que no podías resbalar, porque desfilabas para la patria y en aquella alineación no había suplentes y se esperaba de ti, cuanto menos, lealtad. Quien haya hecho la Mili, entenderá. Aunque pueda parecer extraño, me viene a la mente el frío de Madrid, cuando mi morada estaba en el barrio de Batán y salías del portal y te encontrabas con la Casa de Campo en su parte alta, con sus buenas heladas que creías haber soñado cuando bajabas a la ciudad y te recibía con su calidez.
No me he olvidado de Burgos, solo que allí conocí unas manos en las que calentarme, unos ojos que entibiaron mis últimos días de mili y el frío perdió cualquier graduación militar en la que compararse.
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