HABLEMOS
Anomalía socialdemócrata
Carlos Domínguez
Más allá de propaganda y Congresos a la búlgara, una de las anomalías de la vida política nacional es el extremismo en que de la mano de Zapatero y Sánchez ha recalado un PSOE supuestamente ejemplar como protagonista de los cambios de la transición, acompañados de nuestra homologación a las democracias occidentales. La cuestión se remontaría a los años treinta y la Guerra civil, de la que un PSOE estalinista y al servicio de la Komintern fue el gran derrotado política e históricamente, para tomar contacto gracias al exilio con los modelos y métodos hoy diríase populistas de las “democracias” iberoamericanas, así el Méjico del PRI, que no por azar acogieron a los únicos responsables de nuestra segunda gran tragedia contemporánea. Contando con la realidad de tan deplorable historia, las relaciones del PSOE actual con castrismo, madurismo, peronismo y demás compañeros de viaje, se explican sin dificultad.
En España el giro hacia el radicalismo auspiciado por Zapatero no fue casual. Estaba en genes y memoria del propio partido, que incluso bajo el aggiornamento felipista consideró la transición obra suya, algo que lo legitimaría en todos los órdenes, particularmente el histórico y el político, para garantizarle el monopolio del poder al margen de cualquier opción liberal o conservadora. Ni más ni menos en la línea de los regímenes con que el socialismo del exilio anudó lazos al otro lado del Atlántico, durante su cómoda y nada heroica cuarentena.
El PSOE zapaterista y sanchista no deja de ser el felipista que renunció en Suresnes al marxismo de cara a la galería, para supuestamente acercarse a una socialdemocracia centroeuropea que, al menos en apariencia, sí asumía con relativa normalidad las bases de la democracia parlamentaria junto a su principio de alternancia. Ello sin caer en una corrupción masiva e institucionalizada, unida a las prácticas clientelares de modelos ultramarinos con disfraz liberal, del Méjico de Cárdenas a la Venezuela de Carlos Andrés Pérez, que inspiraron y apadrinaron al PSOE del exilio y posteriormente del régimen constitucional. Sin embargo, la maniobra nunca pasó de mera distracción, habida cuenta de que, lejos de seguir la pauta continental (SPD), rompiendo también a primera vista con la herencia rancia del exilio, el PSOE felipista acabó optando por el modelo mediterráneo, en nuestro caso igualmente caribeño, de un socialismo de agro, boina y alpargata, con clientelismo y PER de por medio.
Fuera de su báculo podemita, que nada fue y nada es como demuestra el impresentable escapismo de Iglesias, un PSOE zapaterista y sanchista se identifica hoy sin tapujos con Castro, Maduro y demás caudillismo iberoamericano, porque después del fracaso de su revolución y experimento republicano de los años treinta tuvo por casero, maestro y cajero muy especialmente al PRI mejicano, como modelo de una filosofía y una práctica del poder orientada a permear todos los ámbitos del Estado y la sociedad, aprovechando una baja calidad cívica de la población, avenida gracias a la mísera limosna del Estado, o sea, del partido único, al clientelismo, la corrupción y el derroche de fondos públicos, en paralelo a un monopolio incontestado y perpetuo del poder. Es decir, PSOE en depurada versión zapaterista-sanchista, que irrumpe curiosamente cuando el felipismo pierde el poder en las urnas, para adoptar las formas bananeras que al final hizo suyas el resto de una izquierda de chabola y tenderete. Visto así, los escándalos financieros con nombres propios más o menos familiares, no pasarían de menudeo y raquítica calderilla.
Más allá de propaganda y Congresos a la búlgara, una de las anomalías de la vida política nacional es el extremismo en que de la mano de Zapatero y Sánchez ha recalado un PSOE supuestamente ejemplar como protagonista de los cambios de la transición, acompañados de nuestra homologación a las democracias occidentales. La cuestión se remontaría a los años treinta y la Guerra civil, de la que un PSOE estalinista y al servicio de la Komintern fue el gran derrotado política e históricamente, para tomar contacto gracias al exilio con los modelos y métodos hoy diríase populistas de las “democracias” iberoamericanas, así el Méjico del PRI, que no por azar acogieron a los únicos responsables de nuestra segunda gran tragedia contemporánea. Contando con la realidad de tan deplorable historia, las relaciones del PSOE actual con castrismo, madurismo, peronismo y demás compañeros de viaje, se explican sin dificultad.
En España el giro hacia el radicalismo auspiciado por Zapatero no fue casual. Estaba en genes y memoria del propio partido, que incluso bajo el aggiornamento felipista consideró la transición obra suya, algo que lo legitimaría en todos los órdenes, particularmente el histórico y el político, para garantizarle el monopolio del poder al margen de cualquier opción liberal o conservadora. Ni más ni menos en la línea de los regímenes con que el socialismo del exilio anudó lazos al otro lado del Atlántico, durante su cómoda y nada heroica cuarentena.
El PSOE zapaterista y sanchista no deja de ser el felipista que renunció en Suresnes al marxismo de cara a la galería, para supuestamente acercarse a una socialdemocracia centroeuropea que, al menos en apariencia, sí asumía con relativa normalidad las bases de la democracia parlamentaria junto a su principio de alternancia. Ello sin caer en una corrupción masiva e institucionalizada, unida a las prácticas clientelares de modelos ultramarinos con disfraz liberal, del Méjico de Cárdenas a la Venezuela de Carlos Andrés Pérez, que inspiraron y apadrinaron al PSOE del exilio y posteriormente del régimen constitucional. Sin embargo, la maniobra nunca pasó de mera distracción, habida cuenta de que, lejos de seguir la pauta continental (SPD), rompiendo también a primera vista con la herencia rancia del exilio, el PSOE felipista acabó optando por el modelo mediterráneo, en nuestro caso igualmente caribeño, de un socialismo de agro, boina y alpargata, con clientelismo y PER de por medio.
Fuera de su báculo podemita, que nada fue y nada es como demuestra el impresentable escapismo de Iglesias, un PSOE zapaterista y sanchista se identifica hoy sin tapujos con Castro, Maduro y demás caudillismo iberoamericano, porque después del fracaso de su revolución y experimento republicano de los años treinta tuvo por casero, maestro y cajero muy especialmente al PRI mejicano, como modelo de una filosofía y una práctica del poder orientada a permear todos los ámbitos del Estado y la sociedad, aprovechando una baja calidad cívica de la población, avenida gracias a la mísera limosna del Estado, o sea, del partido único, al clientelismo, la corrupción y el derroche de fondos públicos, en paralelo a un monopolio incontestado y perpetuo del poder. Es decir, PSOE en depurada versión zapaterista-sanchista, que irrumpe curiosamente cuando el felipismo pierde el poder en las urnas, para adoptar las formas bananeras que al final hizo suyas el resto de una izquierda de chabola y tenderete. Visto así, los escándalos financieros con nombres propios más o menos familiares, no pasarían de menudeo y raquítica calderilla.



















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