TODOS LOS SANTOS
Cuando me muera
Sé que me moriré, pero nunca sabré que he muerto. Mi muerte no existe. Solo mueren los demás para mí. Yo moriré para otros, pero seré consciente de mi muerte. Cuando muera, muchos morirán para mí. Yo soy solo una muerte que no viviré. No temo a las parcas, aún menos a la nada, que es el estercolero de la muerte. Tampoco me da miedo la vida. No siendo, ni el dolor ni el placer existen, ni la memoria, ni el recuerdo. Cuando yo no sea, se hablará de mi muerte más que de mi vida. Cuando se les olvide mi óbito, recordarán anécdotas de mi vida. Dirán que fui buena persona. ¡Qué más da lo que digan de ti cuando no estés, cuando sean solo polvo en el tiempo!
Hace unos años, nada, se nos fue mi papá. Ya no puedo decirle que lo quiero. Se lo dije cuando vivía. Le confesé mi admiración y mi incapacidad para alcanzar su altura ética, su bonhomía, su fe en el ser humano. No pude despedirme de su vida. Dormía mientras él se iba. No vi su muerte. Me criticó en vida, porque había dejado de creer en Dios. Él fue lo que nunca pude ser. Amó y fue amado. Amó hasta su muerte a la mujer de su vida, mi mamá, Rosa. Cuando se ama, no se muere. La carne se enfría, se seca, se convierte en polvo.
Ahora, cuando apenas me queda tiempo para amar, cuando vivo porque no muero, cuando existo por inercia, me juzgo y me condeno; me río de mí, me insulto, adivino mi muerte, me veo muerto. Cualquier entierro lo hago mío. Las lágrimas que se lloran por otros, serán como las que se derramen por mi muerte. La pena de otras muertes, la hago propia. Me moriré sin saber para qué he vivido. Me moriré y no sabré que me he muerto.
Hoy, Día de Todos los Santos todavía no se celebra mi muerte, no se recuerda, no se lamenta. Ayer fui al cementerio, donde habitan los recuerdos de mis muertos, de mi bisabuela, abuelos, padre. Todavía viven en mi memoria el tono de la voz de cada uno de ellos, sus gestos, sus sonrisas, sus caricias, sus consejos. Y, cuando me halle en el panteón de mi familia, hablaré con los cipreses que me den sombra cuando el sol del estío abrase el mármol que guarda mis despojos, mi nada. Les pediré que sigan erguidos, que no lloren mi ausencia, que celebren mi muerte, que guarden silencio
Hoy, libraré las últimas lágrimas que me quedaron por llorar cuando él se me murió sin mi último beso, sin un te quiero húmedo, sin un adiós perfumado, sin una frase que respondiera al amor que le profesé.
Eugenio-Jesús de Ávila
Sé que me moriré, pero nunca sabré que he muerto. Mi muerte no existe. Solo mueren los demás para mí. Yo moriré para otros, pero seré consciente de mi muerte. Cuando muera, muchos morirán para mí. Yo soy solo una muerte que no viviré. No temo a las parcas, aún menos a la nada, que es el estercolero de la muerte. Tampoco me da miedo la vida. No siendo, ni el dolor ni el placer existen, ni la memoria, ni el recuerdo. Cuando yo no sea, se hablará de mi muerte más que de mi vida. Cuando se les olvide mi óbito, recordarán anécdotas de mi vida. Dirán que fui buena persona. ¡Qué más da lo que digan de ti cuando no estés, cuando sean solo polvo en el tiempo!
Hace unos años, nada, se nos fue mi papá. Ya no puedo decirle que lo quiero. Se lo dije cuando vivía. Le confesé mi admiración y mi incapacidad para alcanzar su altura ética, su bonhomía, su fe en el ser humano. No pude despedirme de su vida. Dormía mientras él se iba. No vi su muerte. Me criticó en vida, porque había dejado de creer en Dios. Él fue lo que nunca pude ser. Amó y fue amado. Amó hasta su muerte a la mujer de su vida, mi mamá, Rosa. Cuando se ama, no se muere. La carne se enfría, se seca, se convierte en polvo.
Ahora, cuando apenas me queda tiempo para amar, cuando vivo porque no muero, cuando existo por inercia, me juzgo y me condeno; me río de mí, me insulto, adivino mi muerte, me veo muerto. Cualquier entierro lo hago mío. Las lágrimas que se lloran por otros, serán como las que se derramen por mi muerte. La pena de otras muertes, la hago propia. Me moriré sin saber para qué he vivido. Me moriré y no sabré que me he muerto.
Hoy, Día de Todos los Santos todavía no se celebra mi muerte, no se recuerda, no se lamenta. Ayer fui al cementerio, donde habitan los recuerdos de mis muertos, de mi bisabuela, abuelos, padre. Todavía viven en mi memoria el tono de la voz de cada uno de ellos, sus gestos, sus sonrisas, sus caricias, sus consejos. Y, cuando me halle en el panteón de mi familia, hablaré con los cipreses que me den sombra cuando el sol del estío abrase el mármol que guarda mis despojos, mi nada. Les pediré que sigan erguidos, que no lloren mi ausencia, que celebren mi muerte, que guarden silencio
Hoy, libraré las últimas lágrimas que me quedaron por llorar cuando él se me murió sin mi último beso, sin un te quiero húmedo, sin un adiós perfumado, sin una frase que respondiera al amor que le profesé.
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