OBITUARIO
Se murió Piti, un ser de luz, artesano humilde, alma de Balborraz

Lo traté el tiempo suficiente, siempre escaso, para definirlo como gran persona, un hombre bueno y sencillo, de esos que te obligan a creer en el género humano. Poseía, además, un cierto orgullo en sus conocimientos. Se llamó Raimundo Baladrón Durán. Sus amigos de siempre lo llamaban Piti; otros, una minoría, Ray. Era de tal manera que pudo pasar por la vida sin nombre.
Deja una madre nonagenaria, a la que cuidaba con mimo, con caricias, con palabras; un hijo, Alejandro, una nuera; dos nietos y dos hermanos, gente de bien. Se murió solo, en compañía de sus gatos, sus otros hijos, seres de Dios. Lo encontraron sin sentido, en el suelo. Se fue en soledad él, al que quería tanta gente.
Tuvo dos madres, la que le dio vida y la otra, la Tierra, a la que siempre tenía en su boca, como si se la fueran a quitar los insensatos, los insensibles, los tunantes. No fue nunca un científico, pero temía por el futuro de nuestro planeta. Un ecologista sin universidad, ni partido, ni libros. También creía que nos visitaban los extraterrestres. Alguna vez encontró, en las noches oscuras de verano, ovnis. Podría haber sido el embajador de esos ET en Zamora. Era tan bueno que creía en todo. Los que somos muy malos, malandrines, badulaques, no creemos en nada.
![[Img #58989]](https://eldiadezamora.es/upload/images/11_2021/444_piti1.jpg)
Con su amigo, Tomás Carrascal, propietario durante décadas del kiosco “El Carmen”, a cuatro metros de su tienda, jugaba a las damas. Jamás lo ganó. Pero nunca se rindió. La gente de la preciosa calle zamorana sentía profundo interés por saber cuándo se produciría la primera victoria de Piti sobre su rival y colega.
Se especializó en hacer quinielas. Un estudioso, tanto que se hizo con una de 14, que supo invertir. Después formó una peña con sus amigos: Jesús, el profesor de Historia; Tomás, poeta y escribidor, y Enrique Onís, autodidacta de la Informática, montador de sonido, hombre para todo. No les volvió a tocar. C’est la vie.
Cuando lo conocí también contemplé sus esculturas. Le llegué a decir que él era una reencarnación de la civilización Inca, porque los rostros parecían de la raza que habita el altiplano de Bolivia y Perú. Y sé que nunca atravesó el Atlántico. Y se quedó con mi reflexión, porque era un ser esotérico, aunque también exotérico, pero no vulgar, más bien singular, rodeado siempre de personajes que pasaban por su hacienda en Balborraz provenientes de cualquier rincón del mundo, como si fuera enviados del cielo o de la Madre Tierra.
Nunca fue al médico. Jamás se hizo un análisis, una radiografía. Una vez se partió una pierna y anduvo cojo hasta que los huesos se cansaron de quejarse y empezó a caminar como siempre.
Me habría gustado enseñarle lo poco que yo sé. Pero siempre se mostró distante de la gente como yo, con estudios superiores, como si lo que aprendimos formara parte de la mentira que fabrican los malos. De él, aprendí que se puede vivir sin ambiciones, sin envidiar a nadie, sin hacer daño de palabra y obra.
Ha tiempo que no lo veía. Creo que fue el verano pasado cuando, por Valorio, me crucé con él y un par de amigos, que caminaban junto a una bicicleta. Le saludé sin detenerme. Yo seguí a mi acelerado ritmo, mientras él hablaba con sus colegas de sus cosas, quizá tan alejadas de mis preocupaciones filosóficas.
El viernes se lo encontraron casi sin vida. El sábado, nos dejó este ser de luz. Ya no nos cegará a los que somos seres de sombra, gente de la cultura aburguesada, hijos de Caín. Quizá, cualquier noche de estío, cuando me acerque a Valderrey, a la espera de ver cosas raras en el cielo, me saludará desde un OVNI. Le pediré, en ese caso, que me lleve con él, porque quiero ver los anillos de Saturno y otros parajes de la Vía Láctea, donde no habiten ni el mal ni el odio.
El domingo tuvo misa, la compañía de casi todos sus amigos, sencillos como él, hasta conducir sus restos al camposanto de su pueblo, Cubillos. La niebla impregnó de lirismo la sobremesa del día del señor. Un ser de luz como él recibió sepultura con esa mascarilla del cielo que conocemos como niebla.
Nada más que escribir. Quizá, algún día, si dejamos de reencarnarnos, lo volveremos a encontrar a las puertas del cielo.

Lo traté el tiempo suficiente, siempre escaso, para definirlo como gran persona, un hombre bueno y sencillo, de esos que te obligan a creer en el género humano. Poseía, además, un cierto orgullo en sus conocimientos. Se llamó Raimundo Baladrón Durán. Sus amigos de siempre lo llamaban Piti; otros, una minoría, Ray. Era de tal manera que pudo pasar por la vida sin nombre.
Deja una madre nonagenaria, a la que cuidaba con mimo, con caricias, con palabras; un hijo, Alejandro, una nuera; dos nietos y dos hermanos, gente de bien. Se murió solo, en compañía de sus gatos, sus otros hijos, seres de Dios. Lo encontraron sin sentido, en el suelo. Se fue en soledad él, al que quería tanta gente.
Tuvo dos madres, la que le dio vida y la otra, la Tierra, a la que siempre tenía en su boca, como si se la fueran a quitar los insensatos, los insensibles, los tunantes. No fue nunca un científico, pero temía por el futuro de nuestro planeta. Un ecologista sin universidad, ni partido, ni libros. También creía que nos visitaban los extraterrestres. Alguna vez encontró, en las noches oscuras de verano, ovnis. Podría haber sido el embajador de esos ET en Zamora. Era tan bueno que creía en todo. Los que somos muy malos, malandrines, badulaques, no creemos en nada.
![[Img #58989]](https://eldiadezamora.es/upload/images/11_2021/444_piti1.jpg)
Con su amigo, Tomás Carrascal, propietario durante décadas del kiosco “El Carmen”, a cuatro metros de su tienda, jugaba a las damas. Jamás lo ganó. Pero nunca se rindió. La gente de la preciosa calle zamorana sentía profundo interés por saber cuándo se produciría la primera victoria de Piti sobre su rival y colega.
Se especializó en hacer quinielas. Un estudioso, tanto que se hizo con una de 14, que supo invertir. Después formó una peña con sus amigos: Jesús, el profesor de Historia; Tomás, poeta y escribidor, y Enrique Onís, autodidacta de la Informática, montador de sonido, hombre para todo. No les volvió a tocar. C’est la vie.
Cuando lo conocí también contemplé sus esculturas. Le llegué a decir que él era una reencarnación de la civilización Inca, porque los rostros parecían de la raza que habita el altiplano de Bolivia y Perú. Y sé que nunca atravesó el Atlántico. Y se quedó con mi reflexión, porque era un ser esotérico, aunque también exotérico, pero no vulgar, más bien singular, rodeado siempre de personajes que pasaban por su hacienda en Balborraz provenientes de cualquier rincón del mundo, como si fuera enviados del cielo o de la Madre Tierra.
Nunca fue al médico. Jamás se hizo un análisis, una radiografía. Una vez se partió una pierna y anduvo cojo hasta que los huesos se cansaron de quejarse y empezó a caminar como siempre.
Me habría gustado enseñarle lo poco que yo sé. Pero siempre se mostró distante de la gente como yo, con estudios superiores, como si lo que aprendimos formara parte de la mentira que fabrican los malos. De él, aprendí que se puede vivir sin ambiciones, sin envidiar a nadie, sin hacer daño de palabra y obra.
Ha tiempo que no lo veía. Creo que fue el verano pasado cuando, por Valorio, me crucé con él y un par de amigos, que caminaban junto a una bicicleta. Le saludé sin detenerme. Yo seguí a mi acelerado ritmo, mientras él hablaba con sus colegas de sus cosas, quizá tan alejadas de mis preocupaciones filosóficas.
El viernes se lo encontraron casi sin vida. El sábado, nos dejó este ser de luz. Ya no nos cegará a los que somos seres de sombra, gente de la cultura aburguesada, hijos de Caín. Quizá, cualquier noche de estío, cuando me acerque a Valderrey, a la espera de ver cosas raras en el cielo, me saludará desde un OVNI. Le pediré, en ese caso, que me lleve con él, porque quiero ver los anillos de Saturno y otros parajes de la Vía Láctea, donde no habiten ni el mal ni el odio.
El domingo tuvo misa, la compañía de casi todos sus amigos, sencillos como él, hasta conducir sus restos al camposanto de su pueblo, Cubillos. La niebla impregnó de lirismo la sobremesa del día del señor. Un ser de luz como él recibió sepultura con esa mascarilla del cielo que conocemos como niebla.
Nada más que escribir. Quizá, algún día, si dejamos de reencarnarnos, lo volveremos a encontrar a las puertas del cielo.




















Juan | Martes, 30 de Noviembre de 2021 a las 23:21:31 horas
Hoy me he enterado de esta mala noticia. Gracias compañero y DEP.
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