HABLEMOS
Milenarismos
Carlos Domínguez
A las puertas del año mil, la Europa cristiana conoció una ola de histeria colectiva a propósito de la llegada del milenio, acompañada de la creencia en el Juicio Final a través de una segunda parusía. Al comenzar el siglo XXI asistimos en cierta manera a un fenómeno análogo, con el anuncio cuasi profético de desastres abocando a un colapso de civilización. Sin base científica alguna, la ideología aventada por un ecologismo al servicio del proyecto socialista y comunista se halla en el origen de la percepción catastrofista acerca del futuro, al establecer una absoluta relación de causa efecto entre la acción humana y unas alteraciones bioclimáticas que, en realidad, cursan de acuerdo con su propia dinámica.
Dentro del devenir histórico las comparaciones carecen de valor. El sentimiento de desánimo que se abre camino actualmente en las sociedades occidentales conlleva una crisis de valores y creencias, pero de ningún modo sería equiparable por origen y consecuencias al milenarismo del siglo X, dentro de una mentalidad como la medieval inspirada en dogmas teocéntricos. No hay, pues, nexo ni posibilidad de análisis correlativo entre aquel pasado y la humanidad presente. Sin embargo, en nuestro tiempo se abre camino no ya como percepción o prejuicio religioso un acusado sentimiento de aniquilación y fracaso. Tal disposición de ánimo se apoya en hechos y datos objetivos, además de publicitados universalmente gracias a la información y la tecnología, a menudo, cierto es, como falsa y burda propaganda.
Pero más allá de la ideología y la manipulación, hay síntomas apuntando a cambios drásticos de difícil encaje en las estructuras de nuestro mundo. Muy por delante del clima se hallan dos evidencias absolutamente preocupantes, que tienen que ver con la evolución de la especie humana en su dimensión material, desde una perspectiva demográfica. El crecimiento de la población amenaza no ya los recursos desde el criterio malthusiano de una escasez generalizada, sino de otra relativa a su aprovechamiento y reparto global. Las dificultades debidas a una crisis energética artificial, producto de maniobras e intereses geopolíticos, pone de manifiesto la competencia y los antagonismos crecientes dentro de un marco internacional sumamente complejo.
Aunque la gran amenaza la representan las emigraciones masivas hacia los países libres y prósperos de Occidente, provocando su desestabilización social y política al ser incapaces, contra todo lo que diga la propaganda buenista del socialismo y el comunismo hoy dominantes en sus inicuas formas burocráticas, de asimilar a cientos de millones de individuos llegados de áreas raciales, sociales, culturales y religiosas no ya diferentes sino incompatibles con los valores de nuestra civilización, ésta en plena decadencia y sufriendo el invierno demográfico de sociedades irresponsables, acomodadas al sistema parásito del Bienestar.
A las puertas del año mil, la Europa cristiana conoció una ola de histeria colectiva a propósito de la llegada del milenio, acompañada de la creencia en el Juicio Final a través de una segunda parusía. Al comenzar el siglo XXI asistimos en cierta manera a un fenómeno análogo, con el anuncio cuasi profético de desastres abocando a un colapso de civilización. Sin base científica alguna, la ideología aventada por un ecologismo al servicio del proyecto socialista y comunista se halla en el origen de la percepción catastrofista acerca del futuro, al establecer una absoluta relación de causa efecto entre la acción humana y unas alteraciones bioclimáticas que, en realidad, cursan de acuerdo con su propia dinámica.
Dentro del devenir histórico las comparaciones carecen de valor. El sentimiento de desánimo que se abre camino actualmente en las sociedades occidentales conlleva una crisis de valores y creencias, pero de ningún modo sería equiparable por origen y consecuencias al milenarismo del siglo X, dentro de una mentalidad como la medieval inspirada en dogmas teocéntricos. No hay, pues, nexo ni posibilidad de análisis correlativo entre aquel pasado y la humanidad presente. Sin embargo, en nuestro tiempo se abre camino no ya como percepción o prejuicio religioso un acusado sentimiento de aniquilación y fracaso. Tal disposición de ánimo se apoya en hechos y datos objetivos, además de publicitados universalmente gracias a la información y la tecnología, a menudo, cierto es, como falsa y burda propaganda.
Pero más allá de la ideología y la manipulación, hay síntomas apuntando a cambios drásticos de difícil encaje en las estructuras de nuestro mundo. Muy por delante del clima se hallan dos evidencias absolutamente preocupantes, que tienen que ver con la evolución de la especie humana en su dimensión material, desde una perspectiva demográfica. El crecimiento de la población amenaza no ya los recursos desde el criterio malthusiano de una escasez generalizada, sino de otra relativa a su aprovechamiento y reparto global. Las dificultades debidas a una crisis energética artificial, producto de maniobras e intereses geopolíticos, pone de manifiesto la competencia y los antagonismos crecientes dentro de un marco internacional sumamente complejo.
Aunque la gran amenaza la representan las emigraciones masivas hacia los países libres y prósperos de Occidente, provocando su desestabilización social y política al ser incapaces, contra todo lo que diga la propaganda buenista del socialismo y el comunismo hoy dominantes en sus inicuas formas burocráticas, de asimilar a cientos de millones de individuos llegados de áreas raciales, sociales, culturales y religiosas no ya diferentes sino incompatibles con los valores de nuestra civilización, ésta en plena decadencia y sufriendo el invierno demográfico de sociedades irresponsables, acomodadas al sistema parásito del Bienestar.



















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