Hedonismo sexual y placer intelectual

Ahora, cuando me queda un escaso tramo del camino que me conducirá a convertirme en memoria, en recuerdo, en nada, reflexiono sobre el amor. A veces, pienso que sí, que me han amado mujeres hermosas, entre ellas Carlota, la que más contribuyó a mi hedonismo sexual y a mi placer intelectual. En otras ocasiones, cuando me siento deprimido, pienso que solo se me consideró como un amante apasionado, elegante y sensual.  Nada más. ¿Enamoré? Quizá. Eso intuí. Pero cualquier mujer se transforma en Talía. Todo hombre, cubierto de vanidad, se cree Apolo.

Sé que me enamoré, porque dejé de pensar en mí. Solo vivía para inyectarle belleza, poesía, placer en vena, baños de vapor de hedonismo.  Todo mi talento, escaso, cierto; mi inteligencia, mediana, los puse a trabajar para colocarla en el ara de mis deseos, en el altar de mi fe. Me trastorné. No sabía quién era yo, si un hombre vulgar o un semidios, un héroe heleno, un Aquiles ante la Troya de su alma. Introduje mi corcel en sus entrañas hasta que cediese la muralla de sus miedos ante la potencia de mi ejército de músculo y seso.  Pero hay victorias que se pierden cuando el alma se seca de tanto sangrar glóbulos de amor y pasión por la herida del tiempo.

Yo sí he amado. Yo amo. No sé hacer otra cosa que amar escribiendo, que besarla en cada palabra, que acariciarla con cada vocal, que seducirla con las consonantes y hacerle el amor con sintaxis.

Yo amaré siempre…a ti, que escuchas el sístole diástole de mi corazón, o a ella, que todavía no se atrevió a entrar en la fortaleza de mi esencia. Quiero ser polvo enamorado, un Quevedo sin Buscón, un Góngora herido entre las violetas.

Eugenio-Jesús de Ávila