HABLEMOS
Negacionistas, ¿Cuáles y quiénes?
Carlos Domínguez
La ciudadanía no tenía bastante con las inquisiciones burocráticas y fiscales tipo catastro, irrepefe, ivas y demás gabelas de lo público, en realidad voraz aparato cuyo fin es parasitar trabajo y riqueza ajenos, en beneficio de una élite funcionarial y politicastra magníficamente instalada. Como no bastaba, por allí o por aquí ya está en marcha un nuevo abuso en forma de control y persecución del ciudadano disidente, quien por la razón que fuere no está dispuesto a vacunarse frente a esta plaga responsabilidad de una socialburocracia inepta, atrincherada bajo la excusa muy suya de lo supuestamente público y común. Junto a Simón y los expertos a voleo, alguno pontificando como si fuera la encarnación televisiva de cualquier papa negro, ahí están ahora pasaportes o justificantes a decenas si no a cientos, para contentar el ego de burócratas señoreando su feudo mayor o menor, y al final condicionar, limitar o simplemente impedir el derecho civil de la libertad de movimientos y circulación, que incluye el acceso a todo lugar o local público, precisamente por ciudadano.
En lo de la vacuna y el mal llamado negacionismo, pues aquí los únicos negacionistas de nuestros derechos son funcionarios, socialburócratas y recaudadores, cada cual puede pensar y hacer lo que quiera, vacunarse o no, porque esto, a diferencia de la mascarilla, atañe en primer y decisivo lugar al cuidado de uno mismo y de su cuerpo, del que todo individuo es o debería ser dueño absoluto. Pero no, bajo disfraz de ideologías y prácticas totalitarias, la socialburocracia pretende desde el Estado y sus instancias reprimir hasta esa libertad fundamental, camino no ya del gulag callejero o doméstico, con nosotros haciendo de carceleros, sino de la vacunación obligatoria en aras de la Salud Pública (y maximiliana) de un rebaño animal que ya no propiamente humano.
Ante lo cual el ciudadano, en lugar de mendigar unos cuantos euros de pensión a una socialburocracia indigna además de quebrada, debería ir pensando al viejo estilo en pasar a la clandestinidad… cívica, ejerciendo el clásico y revolucionario derecho de resistencia, al amparo de los medios, vías y resquicios que la ley permite. Objeción y desobediencia ante desmanes, dogmas y prácticas represivas de la actual casta política, prebostes que en su dirigismo y afán de control van mucho más lejos de lo que fueron los grandes déspotas de comienzos de nuestra era. Al presente casta desilustrada además de miserable, pues, y todo se andará, seguro que a no tardar padeceremos una novedosa gestapillo de la mierda, con futuros esbirros investigando si reciclas o no, si tiras a tal o cual contenedor, apostados a tu puerta para hurgar indignamente en la bolsa de tu basura. Aquí, de una vez por todas, lo único para desechar y tirar al vertedero de lo político es una oligarquía cuya actuación raya el despotismo más ignominioso. O sea, ciudadano, hasta dónde te conceda la ley y de momento, niega, desobedece, contamina… y resiste.
La ciudadanía no tenía bastante con las inquisiciones burocráticas y fiscales tipo catastro, irrepefe, ivas y demás gabelas de lo público, en realidad voraz aparato cuyo fin es parasitar trabajo y riqueza ajenos, en beneficio de una élite funcionarial y politicastra magníficamente instalada. Como no bastaba, por allí o por aquí ya está en marcha un nuevo abuso en forma de control y persecución del ciudadano disidente, quien por la razón que fuere no está dispuesto a vacunarse frente a esta plaga responsabilidad de una socialburocracia inepta, atrincherada bajo la excusa muy suya de lo supuestamente público y común. Junto a Simón y los expertos a voleo, alguno pontificando como si fuera la encarnación televisiva de cualquier papa negro, ahí están ahora pasaportes o justificantes a decenas si no a cientos, para contentar el ego de burócratas señoreando su feudo mayor o menor, y al final condicionar, limitar o simplemente impedir el derecho civil de la libertad de movimientos y circulación, que incluye el acceso a todo lugar o local público, precisamente por ciudadano.
En lo de la vacuna y el mal llamado negacionismo, pues aquí los únicos negacionistas de nuestros derechos son funcionarios, socialburócratas y recaudadores, cada cual puede pensar y hacer lo que quiera, vacunarse o no, porque esto, a diferencia de la mascarilla, atañe en primer y decisivo lugar al cuidado de uno mismo y de su cuerpo, del que todo individuo es o debería ser dueño absoluto. Pero no, bajo disfraz de ideologías y prácticas totalitarias, la socialburocracia pretende desde el Estado y sus instancias reprimir hasta esa libertad fundamental, camino no ya del gulag callejero o doméstico, con nosotros haciendo de carceleros, sino de la vacunación obligatoria en aras de la Salud Pública (y maximiliana) de un rebaño animal que ya no propiamente humano.
Ante lo cual el ciudadano, en lugar de mendigar unos cuantos euros de pensión a una socialburocracia indigna además de quebrada, debería ir pensando al viejo estilo en pasar a la clandestinidad… cívica, ejerciendo el clásico y revolucionario derecho de resistencia, al amparo de los medios, vías y resquicios que la ley permite. Objeción y desobediencia ante desmanes, dogmas y prácticas represivas de la actual casta política, prebostes que en su dirigismo y afán de control van mucho más lejos de lo que fueron los grandes déspotas de comienzos de nuestra era. Al presente casta desilustrada además de miserable, pues, y todo se andará, seguro que a no tardar padeceremos una novedosa gestapillo de la mierda, con futuros esbirros investigando si reciclas o no, si tiras a tal o cual contenedor, apostados a tu puerta para hurgar indignamente en la bolsa de tu basura. Aquí, de una vez por todas, lo único para desechar y tirar al vertedero de lo político es una oligarquía cuya actuación raya el despotismo más ignominioso. O sea, ciudadano, hasta dónde te conceda la ley y de momento, niega, desobedece, contamina… y resiste.






















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