PASIÓN POR ZAMORA
Insisto: hay que hacer de Zamora una ciudad más bonita
Nuevas aportaciones y más críticas
El conformismo y la apatía son dos de las señas de identidad del alma zamorana. El vecino que vive en nuestra ciudad, además de esas dos maneras de sentir, añade una más, grotesca, pusilánime, mezcla de envidia y mediocridad: criticar las ideas de la institución o ciudadano que las ofrezca para transformar nuestra sociedad, el urbanismo de Zamora y el marco estético actual. Lo ideal para esta masa disconforme consiste en no hablar ni escribir sobre ninguna cuita que afecte a nuestra ciudad, como si Cronos lo fuese a solucionar todo. Estas personas forman parte del tejido asocial zamorano, nunca podrán ser ciudadanos. Están, pero no son.
El vulgo acude a cafeterías, bares y restaurantes para disfrutar de viandas y pasar un buen rato con sus amigos, amigas, amantes o familia. La conversación preferida suele ser la de la política, el cotilleo y la crítica a todo lo que se mueve. Paradoja: el zamorano se divierte mientras celebra la vida; gusta criticar, pero sin dar la cara; le encanta la calumnia, pero jamás luchará por transformar nuestra sociedad, ni la estética de Zamora, ni proponer ideas ni proyectos. Aquí siempre se ha perseguido el talento y la diferencia. En esta tierra, se premia con títulos como Hijo Predilecto de Zamora a personajes que falsificaron firmas en talones; se festeja a los canallas, se celebra el fracaso ajeno más que el éxito propio. Caín nació cerca del Duero.
Solo exijo a los políticos honradez e ideas. En Zamora, hubo demostraciones políticas viles que la Justicia dejó sin sanción: Caso Zamora, y antes la compra de un voto, o fueron dos, el 1 de agosto de 1987, cuando el PP pudo haber perdido la Diputación. No pasa nada. La vida siguió igual.
Guarido es un alcalde honrado. Sin duda. Como también lo fue Rosa Valdeón. Guarido tiene ideas: le encanta dejar exenta la muralla de casas para después restaurarla. Este verbo debería conjugarlo el Ministerio de Cultura, propietario del recinto medieval de la Ciudad del Romancero. Rosa Valdeón será recordada por el renacer de más de veinte templos románicos. Guarido quiere serlo por remozar el patrimonio monumental defensivo de Zamora.
Ahora bien, esta ciudad, como vengo escribiendo durante estos días, proponiendo ideas, criticando situaciones, también hay que maquillarla, porque su epidermis, lo que se ve, se va ajando, arrugando, deteriorando. He mostrado mi insatisfacción con el estado de algunas plazas, secarrales inhóspitos, como la de la Constitución; de la Plaza Mayor, la más fea de España, con un proyecto que se quedó en algún cajón de la Casa de las Panaderas, que data del primer mandato de Andrés Luis Calvo, el único regidor que mostró interés por decorar y modernizar esa ágora; también abordé , días atrás, lo de las fontanas del centro de la ciudad, de las que hay y de las que faltan; de lo que un servidor, si fuera alcalde, haría en las plazas de Sagasta, reformar la de Alemania, ajardinar la del Maestro, y San Gil. No me adentré en la zona noble de la ciudad, que hoy, de forma epidérmica, merece mi atención.
Caminaré hacia la Catedral, por las rúas de los Francos y de los Notarios, y me desviaré, al llegar a San Ildefonso, hacia la plaza de Arias Gonzalo para desembocar en la de Antonio del Águila. Y me encuentro, con una estrecha franja de granito, de China, de seis centímetros, porque el destinado a cubrir esas calles, de Sayago y de ocho centímetros, nunca más se supo, y, lo que deberían ser las aceras, son piedras. Transitar por encima de ese pavimento hasta la Seo podría provocar esguinces de tobillo y, sobre todo, cansancio de pisar sobre esa superficie irregular. La Alcaldía debería retirar los cantos y colocar losetas de granito, pero de la tierra, para que nuestros industriales, los que se dedican a esta preciosa labor, mantengan puestos de trabajo y empresas.
Y, en todo ese espacio, no encuentro ni una sola fuente. Pocos árboles, salvo los de San Martín, plaza que destrozaron cuando le quitaron el templete y decidieron construir un aparcamiento subterráneo. Esa ágora ha consumido enormes cantidades de dinero público. Y también los de la plaza de los Cientos, pocos pero hermosos.
De los solares, como el que se haya en la Rúa de los Notarios, frente al convento, abandonado ha tiempo, por las monjitas concepcionistas, ya me he hartado de escribir. Además, el muro ya soltó parte de sus materiales hace algunos años, con el consiguiente peligro para el paseante. Propuse que el Ayuntamiento hablara con la propiedad, con el objetivo de llegar a un acuerdo de compra, porque la empresa privada nunca más construirá en ese espacio público. Si se llega a una entente cordial, se podrían edificar viviendas para gente joven, de acuerdo con la estética del barrio.
No voy a entrar ahora en juzgar el edificio del Consultivo, infrautilizado, que rompió la estética de la plaza de la Catedral. Solo podría servir como Museo de Baltasar Lobo y del Arte Contemporáneo de nuestra ciudad y provincia, para albergar obras de nuestros mejores pintores y escultores.
Y, ya en los jardines del Castillo, echo de menos el rumor del agua, su sonido, su música. Por qué no se construye una fuente que añada romanticismo a ese espacio tan visitado de nuestra ciudad. Recuerdo aún la modesta fontana que protagonizó mi infancia, sus renacuajos, su frescor. A Zamora le falta cierto gusto musulmán. Aquí se prefirió la dolorosa sobriedad castellana, siendo provincia del Reino de León.
Por hoy, nada más. Eolo manda. La ciudad dormita en este último día de noviembre de 2021. Ojalá, algún día, al término de este mandato, en verdad, la ciudad del alma sea más hermosa y muestre un cuerpo bonito, digno, del que no sintamos orgullosos todos los zamoranos, los que vivimos aquí y los que se fueron más allá, pero siempre guardaron memoria de su infancia y juventud, perdidas entre los sillares románicos y recinto defensivo medieval.
Eugenio-Jesús de Ávila
El conformismo y la apatía son dos de las señas de identidad del alma zamorana. El vecino que vive en nuestra ciudad, además de esas dos maneras de sentir, añade una más, grotesca, pusilánime, mezcla de envidia y mediocridad: criticar las ideas de la institución o ciudadano que las ofrezca para transformar nuestra sociedad, el urbanismo de Zamora y el marco estético actual. Lo ideal para esta masa disconforme consiste en no hablar ni escribir sobre ninguna cuita que afecte a nuestra ciudad, como si Cronos lo fuese a solucionar todo. Estas personas forman parte del tejido asocial zamorano, nunca podrán ser ciudadanos. Están, pero no son.
El vulgo acude a cafeterías, bares y restaurantes para disfrutar de viandas y pasar un buen rato con sus amigos, amigas, amantes o familia. La conversación preferida suele ser la de la política, el cotilleo y la crítica a todo lo que se mueve. Paradoja: el zamorano se divierte mientras celebra la vida; gusta criticar, pero sin dar la cara; le encanta la calumnia, pero jamás luchará por transformar nuestra sociedad, ni la estética de Zamora, ni proponer ideas ni proyectos. Aquí siempre se ha perseguido el talento y la diferencia. En esta tierra, se premia con títulos como Hijo Predilecto de Zamora a personajes que falsificaron firmas en talones; se festeja a los canallas, se celebra el fracaso ajeno más que el éxito propio. Caín nació cerca del Duero.
Solo exijo a los políticos honradez e ideas. En Zamora, hubo demostraciones políticas viles que la Justicia dejó sin sanción: Caso Zamora, y antes la compra de un voto, o fueron dos, el 1 de agosto de 1987, cuando el PP pudo haber perdido la Diputación. No pasa nada. La vida siguió igual.
Guarido es un alcalde honrado. Sin duda. Como también lo fue Rosa Valdeón. Guarido tiene ideas: le encanta dejar exenta la muralla de casas para después restaurarla. Este verbo debería conjugarlo el Ministerio de Cultura, propietario del recinto medieval de la Ciudad del Romancero. Rosa Valdeón será recordada por el renacer de más de veinte templos románicos. Guarido quiere serlo por remozar el patrimonio monumental defensivo de Zamora.
Ahora bien, esta ciudad, como vengo escribiendo durante estos días, proponiendo ideas, criticando situaciones, también hay que maquillarla, porque su epidermis, lo que se ve, se va ajando, arrugando, deteriorando. He mostrado mi insatisfacción con el estado de algunas plazas, secarrales inhóspitos, como la de la Constitución; de la Plaza Mayor, la más fea de España, con un proyecto que se quedó en algún cajón de la Casa de las Panaderas, que data del primer mandato de Andrés Luis Calvo, el único regidor que mostró interés por decorar y modernizar esa ágora; también abordé , días atrás, lo de las fontanas del centro de la ciudad, de las que hay y de las que faltan; de lo que un servidor, si fuera alcalde, haría en las plazas de Sagasta, reformar la de Alemania, ajardinar la del Maestro, y San Gil. No me adentré en la zona noble de la ciudad, que hoy, de forma epidérmica, merece mi atención.
Caminaré hacia la Catedral, por las rúas de los Francos y de los Notarios, y me desviaré, al llegar a San Ildefonso, hacia la plaza de Arias Gonzalo para desembocar en la de Antonio del Águila. Y me encuentro, con una estrecha franja de granito, de China, de seis centímetros, porque el destinado a cubrir esas calles, de Sayago y de ocho centímetros, nunca más se supo, y, lo que deberían ser las aceras, son piedras. Transitar por encima de ese pavimento hasta la Seo podría provocar esguinces de tobillo y, sobre todo, cansancio de pisar sobre esa superficie irregular. La Alcaldía debería retirar los cantos y colocar losetas de granito, pero de la tierra, para que nuestros industriales, los que se dedican a esta preciosa labor, mantengan puestos de trabajo y empresas.
Y, en todo ese espacio, no encuentro ni una sola fuente. Pocos árboles, salvo los de San Martín, plaza que destrozaron cuando le quitaron el templete y decidieron construir un aparcamiento subterráneo. Esa ágora ha consumido enormes cantidades de dinero público. Y también los de la plaza de los Cientos, pocos pero hermosos.
De los solares, como el que se haya en la Rúa de los Notarios, frente al convento, abandonado ha tiempo, por las monjitas concepcionistas, ya me he hartado de escribir. Además, el muro ya soltó parte de sus materiales hace algunos años, con el consiguiente peligro para el paseante. Propuse que el Ayuntamiento hablara con la propiedad, con el objetivo de llegar a un acuerdo de compra, porque la empresa privada nunca más construirá en ese espacio público. Si se llega a una entente cordial, se podrían edificar viviendas para gente joven, de acuerdo con la estética del barrio.
No voy a entrar ahora en juzgar el edificio del Consultivo, infrautilizado, que rompió la estética de la plaza de la Catedral. Solo podría servir como Museo de Baltasar Lobo y del Arte Contemporáneo de nuestra ciudad y provincia, para albergar obras de nuestros mejores pintores y escultores.
Y, ya en los jardines del Castillo, echo de menos el rumor del agua, su sonido, su música. Por qué no se construye una fuente que añada romanticismo a ese espacio tan visitado de nuestra ciudad. Recuerdo aún la modesta fontana que protagonizó mi infancia, sus renacuajos, su frescor. A Zamora le falta cierto gusto musulmán. Aquí se prefirió la dolorosa sobriedad castellana, siendo provincia del Reino de León.
Por hoy, nada más. Eolo manda. La ciudad dormita en este último día de noviembre de 2021. Ojalá, algún día, al término de este mandato, en verdad, la ciudad del alma sea más hermosa y muestre un cuerpo bonito, digno, del que no sintamos orgullosos todos los zamoranos, los que vivimos aquí y los que se fueron más allá, pero siempre guardaron memoria de su infancia y juventud, perdidas entre los sillares románicos y recinto defensivo medieval.
Eugenio-Jesús de Ávila
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