ZAMORANA
El peso del rencor
¡Qué pena de gente abrumada por el peso del rencor, qué pequeños, qué miserables, qué odiosos resultan cuando exponen el listado de motivos –todos justos, según ellos-para mantener un estado de enconamiento con el otro: por lo que me hicieron, porque no me dijeron, por no contar conmigo… todas son causas nobles y elevadas, pero no hay en esas personas rencorosas ni un ápice de caridad, ni un atisbo de generosidad, olvido, o de dejar atrás el lamentable incidente o hechos que acaecieron una vez y desde entonces no olvidan.
¡Que poco duran las buenas intenciones que se expresan con calma cuando se filosofa en un ambiente conciliador! ¡Cuántos pensamientos nos vienen a la mente tras asistir al fallecimiento de alguien querido, cuando nos venimos arriba y pensamos en la fragilidad de una vida demasiado corta, con la que no merece la pena estar mal avenidos y lo importante que es pasar por ella dejando una buena estela!; sin embargo, estos elevados pensamientos se diluyen en el transcurrir del tiempo y, caemos en la inercia de pensamientos torvos, y acciones deshonestas.
Siempre he creído que crecer como persona es ir dejando atrás rémoras prescindibles, situaciones enfermizas, malevolencias, inquinas y animadversiones de gente tóxica a la que hay que apartar para que no nos contagien con su toxicidad; por eso cuando veo el encono persistente de algunos que hacen de su malestar una causa que abanderan con firmeza, sin ceder nunca, sin dar la vuelta y cambiar, me producen una irritación y una repulsa indescriptibles, porque son personas a las que hay que apartar.
Tal vez el hacerse viejo consiste precisamente en quitar importancia a los desdenes que un día alguien nos hizo, dejarlos de lado y seguir adelante con una existencia que crezca en perdón, generosidad y grandeza. A este respecto Sartre decía: “si no estás muerto todavía, perdona. El rencor es denso, es mundano; déjalo en la tierra: muere liviano”. Sin embargo, en todas las facetas de la vida seguimos viendo ejemplos de personas que hasta el último de sus días se empeñan en mancillar, denostar, calumniar y hacer daño al otro; lo que demuestra un exceso de envidia y una manifiesta escasez de principios.
A pesar de que esta gente se retrata sola, en ocasiones sus acciones son tan miserables que salen a la luz, para vergüenza de quienes los observan desconcertados, porque los rencorosos son vengativos, crueles, resentidos y, sobre todo, supongo que en su fuero interno, muy infelices.
Mª Soledad Martín Turiño
¡Qué pena de gente abrumada por el peso del rencor, qué pequeños, qué miserables, qué odiosos resultan cuando exponen el listado de motivos –todos justos, según ellos-para mantener un estado de enconamiento con el otro: por lo que me hicieron, porque no me dijeron, por no contar conmigo… todas son causas nobles y elevadas, pero no hay en esas personas rencorosas ni un ápice de caridad, ni un atisbo de generosidad, olvido, o de dejar atrás el lamentable incidente o hechos que acaecieron una vez y desde entonces no olvidan.
¡Que poco duran las buenas intenciones que se expresan con calma cuando se filosofa en un ambiente conciliador! ¡Cuántos pensamientos nos vienen a la mente tras asistir al fallecimiento de alguien querido, cuando nos venimos arriba y pensamos en la fragilidad de una vida demasiado corta, con la que no merece la pena estar mal avenidos y lo importante que es pasar por ella dejando una buena estela!; sin embargo, estos elevados pensamientos se diluyen en el transcurrir del tiempo y, caemos en la inercia de pensamientos torvos, y acciones deshonestas.
Siempre he creído que crecer como persona es ir dejando atrás rémoras prescindibles, situaciones enfermizas, malevolencias, inquinas y animadversiones de gente tóxica a la que hay que apartar para que no nos contagien con su toxicidad; por eso cuando veo el encono persistente de algunos que hacen de su malestar una causa que abanderan con firmeza, sin ceder nunca, sin dar la vuelta y cambiar, me producen una irritación y una repulsa indescriptibles, porque son personas a las que hay que apartar.
Tal vez el hacerse viejo consiste precisamente en quitar importancia a los desdenes que un día alguien nos hizo, dejarlos de lado y seguir adelante con una existencia que crezca en perdón, generosidad y grandeza. A este respecto Sartre decía: “si no estás muerto todavía, perdona. El rencor es denso, es mundano; déjalo en la tierra: muere liviano”. Sin embargo, en todas las facetas de la vida seguimos viendo ejemplos de personas que hasta el último de sus días se empeñan en mancillar, denostar, calumniar y hacer daño al otro; lo que demuestra un exceso de envidia y una manifiesta escasez de principios.
A pesar de que esta gente se retrata sola, en ocasiones sus acciones son tan miserables que salen a la luz, para vergüenza de quienes los observan desconcertados, porque los rencorosos son vengativos, crueles, resentidos y, sobre todo, supongo que en su fuero interno, muy infelices.
Mª Soledad Martín Turiño
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