EL BECARIO TARDIO
Memoria y mentira
Esteban Pedrosa
Decía alguien -no recuerdo quién ni dónde ni cuándo- que la memoria se defiende de sí misma, haciéndose selectiva y a la carta, en una especia de coartada para desdecirse sin que nadie pueda acusarle de alevosía y nocturnidad.
La verdad es que no recuerdo por qué decidí meterme en este complejo e insoldable mundo de la conciencia humana y digo bien dicho lo de conciencia, porque no en otra cosa acaba siendo esa memoria que se desdice, como decía, llegando a la mentira como un instrumento para quedar bien.
Después, la conciencia tiene distinto significado para unos que para otros y ahí es cuando entra en danza el político, para quien no empecé, precisamente, a escribir esta columna, por mucho que usted piense lo contrario, pero reconozco que me he dejado llevar por esa facilidad que tenemos para meternos con lo público, con lo que está ahí, a mano, a merced de un chascarrillo, un insulto, o bajarnos la bragueta frente a un árbol cuando aprieta la vejiga del descontento y lo hacemos con cuidado para no salpicarnos, cuando el salpicado es el político y nosotros los meados, porque estamos ahí, a su merced, a mano, a tiro de sus leyes para jodernos la vida y después desdecirse u ocultar la mano de la piedra que alguien tiró por él, dirá.
Total, que empecé esta columna escribiendo de la memoria -no recuerdo a cuenta de qué- y acabé, por el momento, haciéndolo sobre los políticos y ni la disculpa de que son desmemoriados andantes tengo y podría ser selectivo, a la hora de defenderme, si algún mandamás conocido se me enfada con aquello de comer ajos el que se pica o cualquier otra defensa.
A mi favor -que no en mi defensa- quedará mi desmemoria de lo escrito, aunque escrito está, pero no recuerdo a cuenta de qué lo hice, igual que no recuerdo quién ni dónde ni cuándo me dijo cosas de la memoria en las que nunca había caído, pero que están ahí.
Decía alguien -no recuerdo quién ni dónde ni cuándo- que la memoria se defiende de sí misma, haciéndose selectiva y a la carta, en una especia de coartada para desdecirse sin que nadie pueda acusarle de alevosía y nocturnidad.
La verdad es que no recuerdo por qué decidí meterme en este complejo e insoldable mundo de la conciencia humana y digo bien dicho lo de conciencia, porque no en otra cosa acaba siendo esa memoria que se desdice, como decía, llegando a la mentira como un instrumento para quedar bien.
Después, la conciencia tiene distinto significado para unos que para otros y ahí es cuando entra en danza el político, para quien no empecé, precisamente, a escribir esta columna, por mucho que usted piense lo contrario, pero reconozco que me he dejado llevar por esa facilidad que tenemos para meternos con lo público, con lo que está ahí, a mano, a merced de un chascarrillo, un insulto, o bajarnos la bragueta frente a un árbol cuando aprieta la vejiga del descontento y lo hacemos con cuidado para no salpicarnos, cuando el salpicado es el político y nosotros los meados, porque estamos ahí, a su merced, a mano, a tiro de sus leyes para jodernos la vida y después desdecirse u ocultar la mano de la piedra que alguien tiró por él, dirá.
Total, que empecé esta columna escribiendo de la memoria -no recuerdo a cuenta de qué- y acabé, por el momento, haciéndolo sobre los políticos y ni la disculpa de que son desmemoriados andantes tengo y podría ser selectivo, a la hora de defenderme, si algún mandamás conocido se me enfada con aquello de comer ajos el que se pica o cualquier otra defensa.
A mi favor -que no en mi defensa- quedará mi desmemoria de lo escrito, aunque escrito está, pero no recuerdo a cuenta de qué lo hice, igual que no recuerdo quién ni dónde ni cuándo me dijo cosas de la memoria en las que nunca había caído, pero que están ahí.
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