2022
¿Esperanzas fatigadas?
Arde el fuego, brillante y crepitante, deshaciendo las altivas ramas y los troncos de árboles que la chimenea acoge con mi temprana mañana, desayunando un panetone que la Navidad entrega como un regalo celeste, dulzura italiana, en nuestras fiestas sosegadas. Es lo poco que me sabe bien, pues otros olores y sabores han desaparecido en mi cuerpo con la aparición del coronavirus maldito, mas no he de maldecir la vida, que estoy muy bien y escribo estas líneas ya sin fiebres ni fatigas, solo y aislado entre montañas y bosques, en un pueblo donde me refugio del trasiego humano, rehuyendo el trato con los mortales y entregándome al cielo, a la esperanza y a los inmortales.
Muchos han pasado aislados las fiestas familiares que nos recuerdan lo que un día en Belén de Judea aconteciera. Algunas voces desde Bruselas ya querían impedir que oficialmente nos felicitáramos una tradición de milenios, una de nuestras esencias europeas, como si eso no impidiese que puedan felicitarse también a quienes el Ramadán celebren o la Pascua judía y otros festejos. Felicitar estará prohibido si nombramos al cristianismo... Cada vez más se omite la palabra "navidad", como si las órdenes de un sistema gris hubieran penetrado nuestras cabezas, abotargadas por virus ajenos a nuestra historia, hacia un rumbo descolorido y desaborío... Parece que Dickens tuviera que volver a escribirnos sobre la bondad de celebrar todo lo tierno y bueno de la Navidad pues, cuando estamos aislados, más lo valoramos. No hallamos ahora como antaño alegres reencuentros. Y llega la celebración de otro año nuevo de nuestra era, la que conmemora el nacimiento del Mesías, la gran esperanza de la tierra nuestra... Deseamos dejar otro año enfermo, lejos, pandémico..., inicia el nuevo sabiendo que no serán tan fáciles sus comienzos...
A veces cuesta pensar en el Sol cuando no se ven más que brumas o el invierno nos atrapa con cielos plomizos, que caen pesando sobre nuestras almas, pero sin la esperanza morimos. La vejez es también pérdida de ilusión: energía fresca que va unida a la esperanza. Pero hay viejos jóvenes y jóvenes envejecidos. Cuando el exterior no proporciona luz, tenemos que mirar dentro y hallar al Recién Nacido, pues nuestro destino es nacer y renacer, caer y levantarnos, una y otra vez.
Nos agarramos a la esperanza, esto dicen los cristianos en cualquier tiempo, pues desde la eternidad se ve mejor el significado de cada momento y esto no ha de acabar en oscuridad y horror, sino en un amanecer hacia otra y mejor dimensión donde una divinidad nos acoja con amor.
Las chispas encienden músicas alegres en medio del humo que desprende la chimenea. Quedarán cenizas, pero también el fuego habrá alimentado nuestros pensamientos, la luz habrá dibujado, aunque sea por unos momentos, lo que hay de bello en nuestros sentimientos.
Ilia Galán
Arde el fuego, brillante y crepitante, deshaciendo las altivas ramas y los troncos de árboles que la chimenea acoge con mi temprana mañana, desayunando un panetone que la Navidad entrega como un regalo celeste, dulzura italiana, en nuestras fiestas sosegadas. Es lo poco que me sabe bien, pues otros olores y sabores han desaparecido en mi cuerpo con la aparición del coronavirus maldito, mas no he de maldecir la vida, que estoy muy bien y escribo estas líneas ya sin fiebres ni fatigas, solo y aislado entre montañas y bosques, en un pueblo donde me refugio del trasiego humano, rehuyendo el trato con los mortales y entregándome al cielo, a la esperanza y a los inmortales.
Muchos han pasado aislados las fiestas familiares que nos recuerdan lo que un día en Belén de Judea aconteciera. Algunas voces desde Bruselas ya querían impedir que oficialmente nos felicitáramos una tradición de milenios, una de nuestras esencias europeas, como si eso no impidiese que puedan felicitarse también a quienes el Ramadán celebren o la Pascua judía y otros festejos. Felicitar estará prohibido si nombramos al cristianismo... Cada vez más se omite la palabra "navidad", como si las órdenes de un sistema gris hubieran penetrado nuestras cabezas, abotargadas por virus ajenos a nuestra historia, hacia un rumbo descolorido y desaborío... Parece que Dickens tuviera que volver a escribirnos sobre la bondad de celebrar todo lo tierno y bueno de la Navidad pues, cuando estamos aislados, más lo valoramos. No hallamos ahora como antaño alegres reencuentros. Y llega la celebración de otro año nuevo de nuestra era, la que conmemora el nacimiento del Mesías, la gran esperanza de la tierra nuestra... Deseamos dejar otro año enfermo, lejos, pandémico..., inicia el nuevo sabiendo que no serán tan fáciles sus comienzos...
A veces cuesta pensar en el Sol cuando no se ven más que brumas o el invierno nos atrapa con cielos plomizos, que caen pesando sobre nuestras almas, pero sin la esperanza morimos. La vejez es también pérdida de ilusión: energía fresca que va unida a la esperanza. Pero hay viejos jóvenes y jóvenes envejecidos. Cuando el exterior no proporciona luz, tenemos que mirar dentro y hallar al Recién Nacido, pues nuestro destino es nacer y renacer, caer y levantarnos, una y otra vez.
Nos agarramos a la esperanza, esto dicen los cristianos en cualquier tiempo, pues desde la eternidad se ve mejor el significado de cada momento y esto no ha de acabar en oscuridad y horror, sino en un amanecer hacia otra y mejor dimensión donde una divinidad nos acoja con amor.
Las chispas encienden músicas alegres en medio del humo que desprende la chimenea. Quedarán cenizas, pero también el fuego habrá alimentado nuestros pensamientos, la luz habrá dibujado, aunque sea por unos momentos, lo que hay de bello en nuestros sentimientos.
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