IN MEMORIAM
Primer aniversario de la muerte de Koldo
Hoy, 1º de Enero de 2022, se cumple un año del fallecimiento, mientras dormía, en Vizcaya, de Koldo, el sobrino de una persona que fue mi pareja durante casi tres años. No estaba enfermo. Pero las parcas lo sedujeron en la madrugada de aquel primer día del año. Lo tuvo todo: físico, alma grande, generosidad. Aún conservo la bufanda del Athetic Club que me regaló, que me pongo al cuello cuando juega la entidad rojiblanca de San Mamés. Ahora es nada. Solo permanece en el recuerdo de sus padres, de su tía Rosa y de sus primas, Amaya y Paula…y también en mis recuerdos. Nunca sabré, en verdad, si la vida tiene sentido y si la muerte nunca perdió la cordura.
“Vivir - como escribió Quevedo- es caminar breve jornada y muerte viva es, Lico, nuestra vida,
ayer al frágil cuerpo amanecida, cada instante en el cuerpo sepultada”. La vida siempre nos parece breve. Ya he vivido seis décadas, y siento que apenas he vivido. El tiempo juega con nosotros. Se ríe siempre. Convierte cinco minutos en una eternidad, y medio siglo, en nada. Hay segundos con cuerpo de horas, y años que se pasan en un instante. La vida, para los que mueren, presiento, siempre la traducirán como escasa. Koldo murió demasiado joven. Poco más de 40 años. Pero si hubiera fallecido más allá de los 80, también habría pedido otra propina de tiempo a Cronos. Yo, que considero que ya lo he hecho todo y me parece poco, quiero más, no quiero irme, porque ignoro lo vendrá después de que las parcas cumplan con su labor.
Koldo vivió poco. Pasó por la vida como una estrella fugaz en un firmamento de agosto. Se fue. Ya no está. Los que le amaron buscan en sus memorias para traerlo a la vida. Miran sus fotos mientras caen todavía lágrimas. Habrá un momento en el que provocarán sonrisas instantes de su vida, anécdotas, éxitos, palabras, gestos…Después todo se irá difuminando. Tres generaciones más y su nombre desaparecerá en el libro de la historia de su familia. Celebremos, pues, cada día de nuestra vida como si fuera el último. Cuidemos a los que nos quieren. Devolvamos amor a quienes nos aman. Y, si somos incapaces de buenas obras, de fabricar el bien para los demás, al menos, olvidémonos de cómo se podemos hacer el mal al prójimo.
Hace justo un año se murió Koldo, allá en su caserío vizcaíno, solo. Hoy los que lo amaron han vuelto a llorarle. Pero viven. No sé si aman. Las olas a las que gustaba burlar, extraerles el néctar de su sal, en el Pacífico, en Filipinas, también habrá llorado espuma de tiburones.
Eugenio-Jesús de Ávila
Hoy, 1º de Enero de 2022, se cumple un año del fallecimiento, mientras dormía, en Vizcaya, de Koldo, el sobrino de una persona que fue mi pareja durante casi tres años. No estaba enfermo. Pero las parcas lo sedujeron en la madrugada de aquel primer día del año. Lo tuvo todo: físico, alma grande, generosidad. Aún conservo la bufanda del Athetic Club que me regaló, que me pongo al cuello cuando juega la entidad rojiblanca de San Mamés. Ahora es nada. Solo permanece en el recuerdo de sus padres, de su tía Rosa y de sus primas, Amaya y Paula…y también en mis recuerdos. Nunca sabré, en verdad, si la vida tiene sentido y si la muerte nunca perdió la cordura.
“Vivir - como escribió Quevedo- es caminar breve jornada y muerte viva es, Lico, nuestra vida,
ayer al frágil cuerpo amanecida, cada instante en el cuerpo sepultada”. La vida siempre nos parece breve. Ya he vivido seis décadas, y siento que apenas he vivido. El tiempo juega con nosotros. Se ríe siempre. Convierte cinco minutos en una eternidad, y medio siglo, en nada. Hay segundos con cuerpo de horas, y años que se pasan en un instante. La vida, para los que mueren, presiento, siempre la traducirán como escasa. Koldo murió demasiado joven. Poco más de 40 años. Pero si hubiera fallecido más allá de los 80, también habría pedido otra propina de tiempo a Cronos. Yo, que considero que ya lo he hecho todo y me parece poco, quiero más, no quiero irme, porque ignoro lo vendrá después de que las parcas cumplan con su labor.
Koldo vivió poco. Pasó por la vida como una estrella fugaz en un firmamento de agosto. Se fue. Ya no está. Los que le amaron buscan en sus memorias para traerlo a la vida. Miran sus fotos mientras caen todavía lágrimas. Habrá un momento en el que provocarán sonrisas instantes de su vida, anécdotas, éxitos, palabras, gestos…Después todo se irá difuminando. Tres generaciones más y su nombre desaparecerá en el libro de la historia de su familia. Celebremos, pues, cada día de nuestra vida como si fuera el último. Cuidemos a los que nos quieren. Devolvamos amor a quienes nos aman. Y, si somos incapaces de buenas obras, de fabricar el bien para los demás, al menos, olvidémonos de cómo se podemos hacer el mal al prójimo.
Hace justo un año se murió Koldo, allá en su caserío vizcaíno, solo. Hoy los que lo amaron han vuelto a llorarle. Pero viven. No sé si aman. Las olas a las que gustaba burlar, extraerles el néctar de su sal, en el Pacífico, en Filipinas, también habrá llorado espuma de tiburones.
Eugenio-Jesús de Ávila





























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