COSAS MÍAS
Diario de un confinado
La noche del día de Navidad empecé a sentirme mal: dolor de garganta, cabeza y fiebre, no más de 37,5º C. Al poco, positivo. Desde hace una semana, confinado. ¿Sensación? Pues después de 48 horas fastidiado, mi salud, excepción hecha de los problemas de siempre, propios de los varones de mi edad, perfecta. Mientras, mi mente funciona a pleno rendimiento.
Durante todos estos días, he vuelto mi mirada hacia mis adentros. Me he buscado a mí mismo. No por nada. Por si acaso me hubiese perdido. Me encontré enseguida. Mi escala de valores se mantiene intacta. Me repugnan los sectarios, los tacaños, los husmias, los felones y los clasistas. No he cambiado. Y me agrada que mis amigos y amigas sigan interesados en el desarrollo de mi confinamiento y salud. Solo me rodeo de buenas personas. Los malos me odian. Mi sino a lo largo de ya mi extensa vida.
Confieso que Cronos ha puesto otro reloj en marcha en esta soledad no elegida. Es como si las minutos durasen 70 segundos, con lo que las horas se extienden más y los días se me muestran como abiertos, intensos y profundos.
Con tanto tiempo en mi camino, leo mucho, escribo de lo que me da la gana, algunos textos los publico; otros se quedan en mi archivo. Veo excelente películas, porque tengo dónde elegir, casi siempre cine clásico, comedias y genialidades, como La Gran Belleza de Sorrentino, que me apasiona. Y reflexiono sobre lo que he hecho con mi vida para haber llegado a esta estación. Me juzgo. Me he convertido en un juez severo conmigo mismo. Asumo que hay varios yo en mi trayecto. Me desconozco en el niño, en el joven, en el adolescente, en el que contrajo matrimonio, en el que fue padre, en el tío maduro; tampoco me parezco al que se lanzó a la vida a los 40 años, ni a los 50. Creo que nos re-almamos cada cierto tiempo, unos siete años, pero no nos damos cuenta. No nos reencarnamos. En absoluto. En la materia que envejece, se introducen nuevos espíritus.
Todos son Eugenio-Jesús de Ávila, pero existen sólidas distancias entre ellos. En común, que todos aman a la misma mujer, mantienen en alta apreciación la amistad, a sus padres, a su familia, a sus hijas y su nieta cuando llegaron a sus vidas. No soy bueno, pero tampoco malo del todo. No debo ser mala persona, porque los que conocen los secretos de la bonhomía me valoran.
Contemplo la sociedad desde mi ausencia y concedo que se halla enferma, porque el virus del egoísmo ha tomado a cada uno de los individuos que la conforman. Apenas existe la amistad. Más bien las relaciones entre los seres humanos se basan en el interés. Existe un vacío de sentimientos. Se puede tomar un vino o una caña con cualquiera. Yo, no. Sigo siendo escogido para compartir viandas, paseos, confidencias. Si una persona, hombre o mujer, no me gusta, me alejo. No necesito discutir. Colijo también que si la sociedad se encuentra en quiebra moral, huérfana de ética, los políticos, los que mandan y los que se oponen, evidencian idénticas carencias, mismos vicios, parecida orfandad de virtudes.
Y he llegado a la conclusión que no sé vivir sin amor. No me refiero al éxtasis que provoca la cópula, sino a la relación entre un hombre y una mujer. Cuando el hombre alcanza la adolescencia le gusta toda mujer. Los hay más escogidos. Pero no se ama a ninguna. Las desea. No es más que una fábrica de esperma. La mujer también se enamora entonces. Pero no de cualquiera. El placer deja de ocupar la jerarquía en su escala de valores sobre el amor. Necesita otras capacidades, energías, fuerzas en el hombre para enamorarla. Siempre hay excepciones, porque conozco féminas con caracteres muy masculinos.
No todos los varones se transforman con el paso del tiempo sobre sus sentimientos. Hay hombres que, con 60 años, mantienen idénticos premisas sobre el amor y sus relaciones sexuales. Cuerpos envejecidos que cobijan una inmadurez juvenil. La experiencia pasó por las vidas de estos machistas, pero no dejó mensaje alguno. No viven, más bien duran. Nacidos para el placer, incapaces para compartir, sentir y amar.
También he pensado en la muerte, en las personas a las que el virus despachó para otra dimensión, y en los que padecieron esta enfermedad, entre ellos algún amigo del alma, pero salieron, por atenciones médicas y por su propia genética, de la enfermedad; de los que escaparon de las parcas, a las que despreciaron con su salud.
Ya sé que tengo más pasado que futuro y que quizá lo que me quede por vivir sea una propina innecesaria que me concede Cronos. Pero el tiempo, los meses, los años, que mi cuerpo se alimente con las viandas de la vida, intentaré disfrutarlo como el hambriento un mendrugo de pan duro. Amaré con más intensidad que nunca. Sentiré los versos de la vida como si fuesen sonetos de Quevedo. E intentaré, más que hacer el bien, no hacer daño a nadie.
Finiquito este artículo escrito en pleno confinamiento, con versos de José Agustín Goytisolo: La vida es bella, ya verás ncomo a pesar de los pesares tendrás amigos, tendrás amor. Un hombre solo, una mujer así tomados, de uno en uno son como polvo, no son nada.
En verdad, yo sin ella no soy nada.
La noche del día de Navidad empecé a sentirme mal: dolor de garganta, cabeza y fiebre, no más de 37,5º C. Al poco, positivo. Desde hace una semana, confinado. ¿Sensación? Pues después de 48 horas fastidiado, mi salud, excepción hecha de los problemas de siempre, propios de los varones de mi edad, perfecta. Mientras, mi mente funciona a pleno rendimiento.
Durante todos estos días, he vuelto mi mirada hacia mis adentros. Me he buscado a mí mismo. No por nada. Por si acaso me hubiese perdido. Me encontré enseguida. Mi escala de valores se mantiene intacta. Me repugnan los sectarios, los tacaños, los husmias, los felones y los clasistas. No he cambiado. Y me agrada que mis amigos y amigas sigan interesados en el desarrollo de mi confinamiento y salud. Solo me rodeo de buenas personas. Los malos me odian. Mi sino a lo largo de ya mi extensa vida.
Confieso que Cronos ha puesto otro reloj en marcha en esta soledad no elegida. Es como si las minutos durasen 70 segundos, con lo que las horas se extienden más y los días se me muestran como abiertos, intensos y profundos.
Con tanto tiempo en mi camino, leo mucho, escribo de lo que me da la gana, algunos textos los publico; otros se quedan en mi archivo. Veo excelente películas, porque tengo dónde elegir, casi siempre cine clásico, comedias y genialidades, como La Gran Belleza de Sorrentino, que me apasiona. Y reflexiono sobre lo que he hecho con mi vida para haber llegado a esta estación. Me juzgo. Me he convertido en un juez severo conmigo mismo. Asumo que hay varios yo en mi trayecto. Me desconozco en el niño, en el joven, en el adolescente, en el que contrajo matrimonio, en el que fue padre, en el tío maduro; tampoco me parezco al que se lanzó a la vida a los 40 años, ni a los 50. Creo que nos re-almamos cada cierto tiempo, unos siete años, pero no nos damos cuenta. No nos reencarnamos. En absoluto. En la materia que envejece, se introducen nuevos espíritus.
Todos son Eugenio-Jesús de Ávila, pero existen sólidas distancias entre ellos. En común, que todos aman a la misma mujer, mantienen en alta apreciación la amistad, a sus padres, a su familia, a sus hijas y su nieta cuando llegaron a sus vidas. No soy bueno, pero tampoco malo del todo. No debo ser mala persona, porque los que conocen los secretos de la bonhomía me valoran.
Contemplo la sociedad desde mi ausencia y concedo que se halla enferma, porque el virus del egoísmo ha tomado a cada uno de los individuos que la conforman. Apenas existe la amistad. Más bien las relaciones entre los seres humanos se basan en el interés. Existe un vacío de sentimientos. Se puede tomar un vino o una caña con cualquiera. Yo, no. Sigo siendo escogido para compartir viandas, paseos, confidencias. Si una persona, hombre o mujer, no me gusta, me alejo. No necesito discutir. Colijo también que si la sociedad se encuentra en quiebra moral, huérfana de ética, los políticos, los que mandan y los que se oponen, evidencian idénticas carencias, mismos vicios, parecida orfandad de virtudes.
Y he llegado a la conclusión que no sé vivir sin amor. No me refiero al éxtasis que provoca la cópula, sino a la relación entre un hombre y una mujer. Cuando el hombre alcanza la adolescencia le gusta toda mujer. Los hay más escogidos. Pero no se ama a ninguna. Las desea. No es más que una fábrica de esperma. La mujer también se enamora entonces. Pero no de cualquiera. El placer deja de ocupar la jerarquía en su escala de valores sobre el amor. Necesita otras capacidades, energías, fuerzas en el hombre para enamorarla. Siempre hay excepciones, porque conozco féminas con caracteres muy masculinos.
No todos los varones se transforman con el paso del tiempo sobre sus sentimientos. Hay hombres que, con 60 años, mantienen idénticos premisas sobre el amor y sus relaciones sexuales. Cuerpos envejecidos que cobijan una inmadurez juvenil. La experiencia pasó por las vidas de estos machistas, pero no dejó mensaje alguno. No viven, más bien duran. Nacidos para el placer, incapaces para compartir, sentir y amar.
También he pensado en la muerte, en las personas a las que el virus despachó para otra dimensión, y en los que padecieron esta enfermedad, entre ellos algún amigo del alma, pero salieron, por atenciones médicas y por su propia genética, de la enfermedad; de los que escaparon de las parcas, a las que despreciaron con su salud.
Ya sé que tengo más pasado que futuro y que quizá lo que me quede por vivir sea una propina innecesaria que me concede Cronos. Pero el tiempo, los meses, los años, que mi cuerpo se alimente con las viandas de la vida, intentaré disfrutarlo como el hambriento un mendrugo de pan duro. Amaré con más intensidad que nunca. Sentiré los versos de la vida como si fuesen sonetos de Quevedo. E intentaré, más que hacer el bien, no hacer daño a nadie.
Finiquito este artículo escrito en pleno confinamiento, con versos de José Agustín Goytisolo: La vida es bella, ya verás ncomo a pesar de los pesares tendrás amigos, tendrás amor. Un hombre solo, una mujer así tomados, de uno en uno son como polvo, no son nada.
En verdad, yo sin ella no soy nada.























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