COSAS MÍAS
Vivir sin saber por qué
Sé que estoy viviendo sin querer, como he amado sin desearlo a mujeres que me pretendieron. Vivo porque mi corazón, de momento, sigue encaprichado con mi sangre, en franco diálogo con mis ventrículos y aurículas, o mi cerebro, aunque muy cansado de dar órdenes, aún mantiene ganas de pensar; no obstante, sabe que nunca llegará a conclusión alguna.
Hay dos problemas que todo ser humano debería solucionar a una cierta edad, cuando todavía haya ganas de vivir: el económico y el sentimental o amoroso. Nunca le presté gran importancia a los asuntos relacionados con el dinero. Confieso que me habría gustado ser millonario, pero no para fardar de automóviles deportivos, mansiones tipo Hollywood o yates en el Mediterráneo, sino para comprar cada segundo de mi tiempo y hacer lo que me diera la real gana: tumbarme a la bartola, que no es ninguna mujer; liarme a escribir tonterías o versos y escribir cartas de amor a una mujer que no me amó nunca, pero que me pidió que le enviase misivas, escritas con bolígrafo, a la dirección de su casa. Y, por supuesto, construiría una residencia para los más pobres, para esos hombres y mujeres que lo intentaron todo y nada les salió bien.
Tampoco satisfice mi problema erótico. Me amaron mujeres muy bellas. Confieso que alguna logró absorber por completo mi alma, porque, cuando amas, te desprendes de tu cuerpo para pasar a vivir en el interior de la persona amada.
Ahora, cuando mi vida se iba diluyendo entre el tedio y la impotencia, cuando aguardaba, sosegado, a las parcas, encontré a la mujer que creí que iba a transformar mi vida: es hermosa e inteligente. Pero yo para ella debo ser grotesco y absurdo. Y se fue con otro. Y yo me quedé, de nuevo, con mi soledad, mi sombra y mi can, que la echa de menos, como yo, ladra y me mira a los ojos como queriéndome decir: “¡Eu, que solo nos encontramos los que amamos sin que nos amen¡”.
Y me moriré sin haber alcanzado el nirvana del amor, ni comprado cada segundo de mi vida. No me cabe duda que el epitafio que aparecerá en mi tumba será: “Aquí yacen los restos de un fracasado, de un hombre que vivió sin saber por qué, ni para qué”
Eugenio-Jesús de Ávila
Sé que estoy viviendo sin querer, como he amado sin desearlo a mujeres que me pretendieron. Vivo porque mi corazón, de momento, sigue encaprichado con mi sangre, en franco diálogo con mis ventrículos y aurículas, o mi cerebro, aunque muy cansado de dar órdenes, aún mantiene ganas de pensar; no obstante, sabe que nunca llegará a conclusión alguna.
Hay dos problemas que todo ser humano debería solucionar a una cierta edad, cuando todavía haya ganas de vivir: el económico y el sentimental o amoroso. Nunca le presté gran importancia a los asuntos relacionados con el dinero. Confieso que me habría gustado ser millonario, pero no para fardar de automóviles deportivos, mansiones tipo Hollywood o yates en el Mediterráneo, sino para comprar cada segundo de mi tiempo y hacer lo que me diera la real gana: tumbarme a la bartola, que no es ninguna mujer; liarme a escribir tonterías o versos y escribir cartas de amor a una mujer que no me amó nunca, pero que me pidió que le enviase misivas, escritas con bolígrafo, a la dirección de su casa. Y, por supuesto, construiría una residencia para los más pobres, para esos hombres y mujeres que lo intentaron todo y nada les salió bien.
Tampoco satisfice mi problema erótico. Me amaron mujeres muy bellas. Confieso que alguna logró absorber por completo mi alma, porque, cuando amas, te desprendes de tu cuerpo para pasar a vivir en el interior de la persona amada.
Ahora, cuando mi vida se iba diluyendo entre el tedio y la impotencia, cuando aguardaba, sosegado, a las parcas, encontré a la mujer que creí que iba a transformar mi vida: es hermosa e inteligente. Pero yo para ella debo ser grotesco y absurdo. Y se fue con otro. Y yo me quedé, de nuevo, con mi soledad, mi sombra y mi can, que la echa de menos, como yo, ladra y me mira a los ojos como queriéndome decir: “¡Eu, que solo nos encontramos los que amamos sin que nos amen¡”.
Y me moriré sin haber alcanzado el nirvana del amor, ni comprado cada segundo de mi vida. No me cabe duda que el epitafio que aparecerá en mi tumba será: “Aquí yacen los restos de un fracasado, de un hombre que vivió sin saber por qué, ni para qué”
Eugenio-Jesús de Ávila






















Belén | Miércoles, 05 de Enero de 2022 a las 19:16:55 horas
Firmado y rublicado.
Yo tampoco sé para qué vivo.
Accede para votar (0) (0) Accede para responder