ZAMORANA
¿Milagro o sentido común?
Puede que existan los milagros o, tal vez sea verdad eso del espíritu de Navidad, yo que soy una convencida atea navideña; pero hoy algo ha cambiado. He intentado mediante un esfuerzo ímprobo, aceptar a la gente tal y como es, sin predisposición al desencuentro, con un espíritu abierto y sin complejos, y he acudido a una cita cuyas consecuencias temía y que me ha producido un dolor mental e incluso físico los días previos.
Solo he necesitado estar en calma, ver las cosas con otra perspectiva, pensar en lo que tantas veces manifiesto y poco me aplico: que hay que saber disfrutar de la vida, sin amargarla ni sentirse vencido por ella. No sé si han sido esos argumentos los que me han dado fuerza o, quizá, que mi estado físico era tan alarmante, que no he tenido ni fuerzas para la desavenencia. El resultado ha sido una reunión grata, donde ha dominado la cortesía evitando temas o situaciones que pudieran ser especialmente sensibles o incómodos para alguien. Todos han respondido y el ambiente ha sido favorable.
Creo que es preciso bajar las revoluciones, disminuir la crispación, evitar mostrarse receloso de antemano y es necesario conocer a las personas e incluso aceptarlas, aunque no sean de nuestro agrado si con ello contribuimos a un bien mayor. El hecho de prejuzgar o predisponerse en contra de alguien a quien se conoce poco o nada, suele acarrear funestas consecuencias porque uno va sugestionado a la negación, sin forma de cambiar la idea por mucho que la otra persona dé motivos suficientes para hacerlo. Razones habrá siempre si quieren buscarse: desde una primera impresión negativa que puede ser incluso física, hasta carecer por completo de sintonía con el otro; o bien, justificarse porque esperabas algo que no llegó, o porque en algún momento sentiste una inquina que no fue tal, sino mal interpretada. Se atribuye a Buda la frase: “Me injurió; me hirió; me derrotó; me despojó’... En los que albergan tales rencores, nunca cesa el odio”, y ese es el peligro que entraña la mala inclinación: albergar un odio inmerecido hacia la otra persona que acaba destruyendo incluso a quien lo siente.
Ir por la vida ligeros de equipaje, con la mochila cargada tan solo con sentimientos apacibles; no ver enemigos donde no los hay, como los gigantes quijotescos que no eran sino simples molinos; tener un talante positivo hacia los demás e intentar ver la parte práctica de las cosas puede ser la mejor estrategia para alcanzar un cierto grado de felicidad.
Desconozco la panacea para llevar una vida en paz, pero creo firmemente en el valor de la reflexión, no ser dominado por las pasiones ni por la vehemencia sin fundamento, labrarse un camino recto y firme en convicciones y no consumirse por acciones ajenas que uno no puede cambiar.
Mª Soledad Martín Turiño
Puede que existan los milagros o, tal vez sea verdad eso del espíritu de Navidad, yo que soy una convencida atea navideña; pero hoy algo ha cambiado. He intentado mediante un esfuerzo ímprobo, aceptar a la gente tal y como es, sin predisposición al desencuentro, con un espíritu abierto y sin complejos, y he acudido a una cita cuyas consecuencias temía y que me ha producido un dolor mental e incluso físico los días previos.
Solo he necesitado estar en calma, ver las cosas con otra perspectiva, pensar en lo que tantas veces manifiesto y poco me aplico: que hay que saber disfrutar de la vida, sin amargarla ni sentirse vencido por ella. No sé si han sido esos argumentos los que me han dado fuerza o, quizá, que mi estado físico era tan alarmante, que no he tenido ni fuerzas para la desavenencia. El resultado ha sido una reunión grata, donde ha dominado la cortesía evitando temas o situaciones que pudieran ser especialmente sensibles o incómodos para alguien. Todos han respondido y el ambiente ha sido favorable.
Creo que es preciso bajar las revoluciones, disminuir la crispación, evitar mostrarse receloso de antemano y es necesario conocer a las personas e incluso aceptarlas, aunque no sean de nuestro agrado si con ello contribuimos a un bien mayor. El hecho de prejuzgar o predisponerse en contra de alguien a quien se conoce poco o nada, suele acarrear funestas consecuencias porque uno va sugestionado a la negación, sin forma de cambiar la idea por mucho que la otra persona dé motivos suficientes para hacerlo. Razones habrá siempre si quieren buscarse: desde una primera impresión negativa que puede ser incluso física, hasta carecer por completo de sintonía con el otro; o bien, justificarse porque esperabas algo que no llegó, o porque en algún momento sentiste una inquina que no fue tal, sino mal interpretada. Se atribuye a Buda la frase: “Me injurió; me hirió; me derrotó; me despojó’... En los que albergan tales rencores, nunca cesa el odio”, y ese es el peligro que entraña la mala inclinación: albergar un odio inmerecido hacia la otra persona que acaba destruyendo incluso a quien lo siente.
Ir por la vida ligeros de equipaje, con la mochila cargada tan solo con sentimientos apacibles; no ver enemigos donde no los hay, como los gigantes quijotescos que no eran sino simples molinos; tener un talante positivo hacia los demás e intentar ver la parte práctica de las cosas puede ser la mejor estrategia para alcanzar un cierto grado de felicidad.
Desconozco la panacea para llevar una vida en paz, pero creo firmemente en el valor de la reflexión, no ser dominado por las pasiones ni por la vehemencia sin fundamento, labrarse un camino recto y firme en convicciones y no consumirse por acciones ajenas que uno no puede cambiar.
Mª Soledad Martín Turiño



















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